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TRIBUNA
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¿Qué está pasando en el campo?

Soy agricultor y estoy concienciado con la lucha contra el cambio climático, pero cada vez estamos más asfixiados por normativas carentes de sentido y ahogados económica y socialmente

Tractores este miércoles en el centro de Barcelona.
Tractores este miércoles en el centro de Barcelona.Gianluca Battista

En el campo están pasando muchas cosas. Aunque desde fuera del sector no se vea, probablemente es el momento de nuestra historia reciente en el que más frentes de batalla tenemos los agricultores españoles y europeos. Prueba de ello es el río de protestas que se extienden por toda Europa en las que se mezclan motivos nacionales, motivos comunitarios y un probable fin de un modelo de producción.

Estamos inmersos en un periodo con niveles de inestabilidad altísimos provocados por el cambio climático, la veloz montaña rusa de precios y los vaivenes legislativos. El clima cada vez muestra fenómenos más extremos que destrozan cosechas mientras los costes de producción se disparan y los precios de nuestros productos no suben de igual manera; incluso, como ahora mismo, caen. A su vez, hay un aluvión legislativo y de exigencias, acertadas y erróneas, y sin una pedagogía previa, que pretende cambiar muchas de las prácticas que se venían haciendo durante las últimas décadas. Además, hay que sumarle el perjuicio económico y la humillación que supone la entrada de productos de terceros países con unos estándares de calidad y exigencias muy inferiores a los nuestros y tener que competir de tú a tú en un lineal con ellos porque no hay un etiquetado claro. Hablamos de alimentos. Por si fuera poco, de vez en cuando desde la política se vierten discursos, carentes de empatía y pedagogía, que criminalizan al sector y provocan una ruptura del diálogo y una sensación de objetivo extremadamente atacado.

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Como recordatorio, añadir lo que un agricultor tipo es: un autónomo que para serlo necesita tener detrás inversiones desorbitadas con amortizaciones cada vez más lentas y peligrosas.

Mientras ocurre todo esto, vemos cómo fondos de inversión aterrizan en el campo y, gracias a su capital, desplazan a los agricultores para hacer megaexplotaciones destinadas, a menudo, a la exportación y cuyos empleados habrán perdido el control sobre su trabajo. El resultado de lo anterior es que en el campo hay mucho miedo al futuro y esto se refleja, por ejemplo, en que los índices de suicidio de los agricultores, que son un 20% superiores a la media nacional en algunos Estados miembros de la UE.

Las actuales protestas en el campo se sustentan con sólidos argumentos, pero el problema es que se están potenciando y capitalizando desde la extrema derecha, haciendo que su mensaje pierda fuerza en la sociedad. Por eso escribo estas líneas. En cualquier grupo de WhatsApp de agricultores, en las redes sociales, incluso en las televisiones, proliferan vídeos de pintorescos personajes que, con un discurso antitodo, con insultos y prepotencia, pretenden capitanear estas protestas con mensajes antieuropeos, anticlimáticos, sin una sola propuesta ni un ápice de autocrítica. Prefieren quedarse como están a participar en el desarrollo del sector. Y es una pena que en un momento tan delicado para el campo se proyecte esa imagen.

Yo soy agricultor y estoy concienciado con la lucha contra el cambio climático y con la mejora de mi suelo. Intento que mi explotación sea lo más eficiente posible medioambiental y económicamente, sin bajar la producción. Es evidente que tenemos que adaptarnos, como en todos los sectores económicos, más aún ahora que sabemos que no solo podemos bajar la huella climática, sino que podemos ser sumidero de carbono, guardándolo en el suelo. Pero a la vez es verdad que cada vez estamos más ahogados por normativas carentes de sentido, ahogados económicamente y ahogados socialmente en territorios despoblados y carentes de servicios.

La agricultura, además de un sector económico, es un servicio público. Proveemos de materias primas alimenticias a la sociedad, mantenemos el medio ambiente que las urbes abandonaron cuando crecieron y vertebramos el territorio. Es una decisión de toda la sociedad qué modelo de agricultura queremos. Nuestras sociedades urbanocéntricas desconocen lo que es el medio rural; de hecho, lo idealizan y apenas se preocupan por cómo, quiénes y dónde han producido los alimentos, y eso se refleja en las políticas agrícolas, pero hablamos de salud y medio ambiente. El sector está tan tensionado que se encuentra a punto de romperse, probablemente sin vuelta atrás. Ya vamos camino de tener una agricultura sin agricultores.

La agricultura está en una encrucijada y necesitamos que la sociedad nos acompañe en esta transformación, que se involucre. Que los vociferadores antitodo y partidarios del “que nos dejen hacer lo que nos dé la gana” no consigan despistarnos del verdadero problema. Ellos tienen otros objetivos.

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