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G-7
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Zelenski, 40; Putin, 0

Rusia proclamó la conquista de Bajmut el fin de semana, pero el presidente de Ucrania obtuvo una victoria diplomática al reunirse con unos 40 líderes en 48 horas mientras Putin tiene graves limitaciones para salir de su país

Zelenski en el G7
Volodímir Zelenski y los líderes del G-7, el domingo en Hiroshima.Stefan Rousseau (AP)
Andrea Rizzi (ENVIADO ESPECIAL)

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, se reunió durante el pasado fin de semana con unos 40 líderes mundiales en sendos viajes a Arabia Saudí (cumbre de la Liga Árabe) y Japón (cumbre del G-7). El mandatario ruso, Vladímir Putin, no solo no tuvo una gran agenda diplomática en los últimos días, sino que no ha hecho ningún viaje al exterior este año más allá de algunas visitas a la Ucrania ocupada (que Rusia considera parte de su territorio), según la recopilación de la página web del Kremlin dedicada a ello. Significativamente, mientras Zelenski viajaba, medios rusos informaron de que las autoridades rusas habían emitido una orden de arresto contra el fiscal de la Corte Penal Internacional que, a su vez, impulsó hace meses un mandato de detención contra el líder ruso. El contraste dice algunas cosas acerca de la posición internacional de los dos. No hay que magnificarlo. Tampoco subestimarlo. Veamos.

Putin y Rusia no se hallan aislados. Unos 140 países respaldaron en la ONU la votación de condena de la invasión, con 35 que se abstuvieron y cinco favorables. Pero solo unos cuarenta implementan sanciones o restricciones contra Rusia. La segunda economía mundial, China, cultiva una asociación estratégica con Moscú y su presidente, Xi Jinping, ha viajado recientemente a Rusia; la quinta, la India, mantiene lazos estrechos que proceden del pasado, pero persisten en el presente. Abundan los países que no aprueban la invasión y, sin embargo, no tienen inconveniente en seguir interactuando con Rusia como antes. Muchos de ellos reprochan a países occidentales la hipocresía de la doble vara de medir entre Irak y Ucrania.

Pero es evidente que Putin se halla en una situación de profunda dificultad diplomática. Si en algún momento pensó que su desafío frontal al orden mundial plasmado por Occidente habría cosechado el respaldo —moral si no material— de otros países insatisfechos con el mismo, su cálculo fue errado. Solo cuatro países respaldaron a Rusia en la ONU. Hay decenas que siguen haciendo negocio, que no tienen interés en enfrentarse a Moscú, pero que a todas luces no tienen especial ganas de hacerse fotos con el invasor en una guerra descomunal que ni siquiera llama como tal.

La orden de arresto emitida por La Haya vincula, teóricamente, a los 123 países miembros del Estatuto de Roma. En la práctica, como ya ha ocurrido en el pasado en otros casos, pueden incumplirla sin sufrir consecuencias porque no hay mecanismos sancionatorios para ello. Sin embargo, es indudable que este asunto representa un riesgo enorme que frena más aún la proyección diplomática de Putin. Medios de Sudáfrica han informado recientemente de que el Gobierno local habría desaconsejado al líder ruso asistir presencialmente a la cumbre de los BRICS prevista para agosto. Este problema es todo un símbolo, ya que los BRICS precisamente encarnan un foro de contrapeso a Occidente.

En contraste con esa situación, Zelenski ha podido asistir a una cumbre de la Liga Árabe, organización que reúne a 22 países, y a otra del G-7 en la que, además de los siete socios y los líderes de la UE, estaban presentes mandatarios de ocho países invitados y líderes de instituciones internacionales como la ONU. Tuvo pues la oportunidad de exponer sus argumentos ante ellos y, en muchos casos, de cultivar o entablar relaciones personales con reuniones bilaterales.

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Ello no supone de por sí lograr un viraje en las posiciones políticas de los demás. Estas, por supuesto, se cimientan en intereses nacionales o en visiones ideológicas difíciles de cambiar. No es pues de esperar ningún vuelco. Tanto en el bloque árabe, en el que Arabia Saudí protagoniza desde hace tiempo una estrecha cooperación con Rusia en la modulación del mercado del petróleo en el marco de la OPEP+, como con el puñado de no alineados invitados al G-7. El fallido encuentro con Lula es síntoma de las dificultades. Aunque la motivación del desencuentro no resulta cristalinamente clara, el mismo hecho habla de las dificultades pendientes.

Pero los líderes de países importantes y no alineados con Occidente como Arabia Saudí o la India sí mantuvieron encuentros con Zelenski, con actitud sonriente y distendida. Le escucharon. Y todos los liderazgos tienen un componente personal, humano, en el que el contacto directo puede tener una influencia. De todas formas, a priori, que sus buenos amigos de Riad y Nueva Delhi se reúnan sonrientes con el jefe de la supuesta banda de nazis en el poder en Kiev —según la consabida retórica del Kremlin— es un trago amargo para Moscú.

Todo ello tiene relevancia en dos planos en los que, incluso sin grandes virajes que no cabe esperar, leves cambios también pueden ser útiles. Primero, con respecto al nivel de disponibilidad de países terceros a prestarse como mercados de sorteo de sanciones. Hay una zona gris entre no aplicarlas y facilitar su burla. La segunda es con respecto a lo que puedan ser futuras negociaciones de paz, en las que un desplazamiento, aunque moderado, de la presión puede ser favorable. Zelenski aprovechó su gira para vender su plan, explicar sus argumentos, subrayar que dejar que se viole la soberanía y la integridad territorial de otros países es malo para todos. Y que el que haya precedentes no significa que un nuevo caso deba ser aceptado sin más.

El fin de semana ha demostrado que Kiev cuenta con el respaldo completo de potencias occidentales que desmienten toda sospecha de fatiga al abrir la vía a un proyecto de largo plazo como la entrega de los F-16. También que cuenta con una posibilidad de interlocución directa con no alineados con los que Moscú espera cooperar para montar un orden alternativo.

Rusia, por su parte, cuenta con el apoyo de China, pero desde luego este no es incondicional. Al contrario, tiene enormes límites, y en cierto sentido es más una relación de utilización e incipiente vasallaje que de apoyo. A la vez, claro está, Moscú no cuenta con facilidades para desplegar diplomáticamente su proyecto.

Nada de ello es decisivo. El mismo fin de semana en el que se produjo este llamativo desajuste diplomático favorable a Kiev, Moscú anunciaba la supuesta conquista de Bajmut tras meses de batalla. Zelenski lo desmintió. En cualquier caso, el hecho recuerda que la maquinaria bélica rusa sigue siendo temible. Sin embargo, en el campo diplomático, es difícil rebatir que la victoria fue de Zelenski.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi (ENVIADO ESPECIAL)
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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