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Ucrania desoye las advertencias de EE UU y reanuda los ataques contra la industria petrolera rusa

Las tropas de Kiev bombardean depósitos de combustible en el país vecino pese al rechazo de Washington a acciones que pueden desestabilizar el mercado energético

Guerra de Rusia en Ucrania
Captura de vídeo del ataque este miércoles a los centros de depósitos de combustible en la provincia rusa de Smolensk, a 300 kilómetros de Ucrania.Social Media (REUTERS)
Cristian Segura (enviado especial)

Kiev ha reanudado su ofensiva contra la industria petrolera rusa pese a la oposición de Estados Unidos. Drones bomba han dañado en la madrugada de este miércoles dos centros de depósitos de combustible en la provincia de Smolensk, a 300 kilómetros de Ucrania. En lo que va de año, ya han sido atacadas una veintena de instalaciones energéticas rusas. Los servicios de inteligencia británicos estiman que Rusia ha perdido un 10% de la capacidad de producción de combustible. La empresa de análisis Kpler indicó el 18 de abril que las exportaciones de diésel rusas han disminuido un 25% y la agencia Bloomberg ha cuantificado que el refinamiento de crudo está en el nivel más bajo del último año. Washington ha pedido a Ucrania que detenga estas operaciones porque puede desestabilizar los precios globales del petróleo.

Pese a las sanciones impuestas por los aliados occidentales de Ucrania, Rusia continúa siendo uno de los líderes exportadores mundiales de petróleo y gas, incluyendo a la Unión Europea. Lloyd Austin, secretario de Defensa de EE UU, dejó clara la posición de su Gobierno en una comparecencia del 9 de abril ante el Senado: “Estos ataques pueden tener un duro impacto en el mercado global de la energía. Es mejor que Ucrania se esmere en objetivos tácticos y operaciones que puedan influir directamente en los combates”.

Celeste Wallander, secretaria adjunta de Defensa del Gobierno estadounidense, fue más allá en una declaración ante el Congreso del 10 de abril al acusar a Ucrania de hacer lo mismo que está realizando Rusia: destruir la red energética civil. “Estamos preocupados por esta cuestión de que se ataquen infraestructuras críticas cuando se trata de objetivos civiles, porque Ucrania se compromete con los más altos estándares del respeto de las leyes de un conflicto armado, y esto es uno de los elementos de ser una democracia europea”, señaló.

El congresista republicano Austin Scott replicó a Wallander que las fuerzas aéreas invasoras están destruyendo el sistema energético ucranio, y que Kiev tiene el mismo derecho a ello. La política de la Administración de Joe Biden insistió en su oposición: “Estamos preocupados porque se estén atacando objetivos civiles cuando estamos apoyando a este país”. Ya a finales de marzo, en unas jornadas de seguridad de Kiev, Wallander y el exsecretario del Consejo de Seguridad Nacional ucranio Oleskii Danilov tuvieron un encontronazo por los reiterados ataques a refinerías rusas. Danilov zanjó la cuestión advirtiendo que Ucrania atacaría donde le pareciera conveniente.

The Washington Post reveló el 15 de abril que el primer aviso estadounidense lo comunicó personalmente la vicepresidenta, Kamala Harris, al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el pasado febrero. Según este diario, Harris pidió que detuvieran esta ofensiva y Zelenski salió muy enfadado de la reunión. El Gobierno ucranio ha reiterado a Washington que está utilizando su propio armamento y no el arsenal aportado por sus aliados de la OTAN. Es una condición que las principales potencias que sostienen a Ucrania han subrayado: sus armas no pueden servir para golpear en suelo ruso. Los bombardeos contra la industria petrolera rusa, como el de este miércoles, los están llevando a cabo con drones fabricados en Ucrania los servicios de inteligencia del Ministerio de Defensa (GUR) y los servicios de seguridad del Ministerio del Interior (SSU).

Misiles de largo alcance

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Washington se había negado hasta ahora a suministrar a Kiev los misiles de largo alcance ATACMS por temor a que fueran destinados contra objetivos en Rusia. Zelenski comunicó el 22 de abril que había recibido el visto bueno de Biden para incluir esta munición en los 57.000 millones de euros que el Senado y la Cámara de Representantes han aprobado estos días. Un primer envío, valorado en unos 935 millones de euros, tienen que estar disponible en Ucrania en las próximas semanas. La desconfianza de la Casa Blanca había llegado al extremo de modificar las baterías lanzacohetes Himars para que no pudieran ser utilizadas para disparar munición de largo alcance.

Kiev está demostrando tener la sartén por el mango en este particular duelo con su gran aliado. Desde el 6 de abril, cuando el GUR saboteó un oleoducto en la provincia de Rostov, habían pasado dos semanas sin acciones contra el sector energético ruso. Los medios interpretaron que la presión estadounidense había surtido efecto. Pero un nuevo ataque se reportó el 20 de abril, pocas horas antes de la decisiva votación en la Cámara de Representantes. Drones bomba destruyeron tres subestaciones eléctricas y una planta de depósitos de combustible. Los medios ucranios aseguran que ha sido el SSU quien ha vuelto a la acción este miércoles, dañando los depósitos de combustible en Smolensk, solo un día después de que el Senado estadounidense reafirmara con sus votos la asistencia multimillonaria para el país invadido.

El primer ministro británico, Rishi Sunak, anunció el martes un nuevo plan de asistencia militar a Ucrania valorado en casi 600 millones de euros, el mayor de su país en los más de dos años de guerra y que se suma a los 2.900 millones presupuestados en asistencia de Londres a Kiev para 2024 y 2025. Entre el armamento que será facilitado se incluyen más unidades de los misiles de largo alcance Storm Shadow, de producción francobritánica, el único cohete de largo alcance de la OTAN en uso actualmente en el ejército ucranio. Alemania se ha negado a entregar sus misiles Taurus precisamente por el temor a que sean utilizados para destruir objetivos en territorio ruso.

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Sobre la firma

Cristian Segura (enviado especial)
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.
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