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Anatomía de Twitter
Columna
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Robar periódicos

La red social X debate sobre el papel de los alumnos, los profesores y la educación entre polémicas por el muro de pago de la prensa

Kiosko Prensa
Un quiosco de prensa en la calle Narváez de Madrid.Samuel Sanchez
Rebeca Carranco

X es una caja de reverberación, donde se corre el riesgo de atascarse para siempre en las polémicas que el algoritmo te encasqueta. Como cuando se colgaba a alguien un sambenito en la escuela —la empollona— y de ahí no había manera de escapar. Estos días, el bucle gira alrededor de los intentos de “españolizar” del malvado Jordi Évole, que impide debatir realmente sobre el delicado estado de salud del catalán. O pivota en las declaraciones del actor José Coronado ―“Las caras, Juan, las caras”― cuando le preguntan en los premios Feroz por las denuncias de agresión sexual contra el director Carlos Vermut.

Hace tiempo que es complicado seguir en la red social sin sentir que se pierde el tiempo y que se empercude el pensamiento. Como si la plataforma que en su día impulsó el #Metoo ya solo sea, en esencia, el lugar en el que insultar y escupir bajo la capa de invisibilidad que da el anonimato o la fuerza deshumanizadora de la que nace cualquier linchamiento. Y a pesar de todo, se sigue tuiteando y refrescando a la caza del estímulo, perdidos en la hedonía depresiva de Mark Fisher. Como si se parase por la calle al primero que pasa y se le vomitasen en la cara las penas y frustraciones (raramente alegrías) para lograr su abrazo.

Y cuando ya se está a punto de borrar para siempre esa cuenta, sin despedirse (despedirse es solo una manera de no marcharse), una pequeña chispa aviva de nuevo la llama del amor. En este caso es un fragmento que cuelga @Ememonogatari de una entrevista en la que Juan Antonio Bayona se queja de lo poco que saben los estudiantes. “Llegas a una escuela y dices, David Fincher, y no saben quién es. ¿Pero entonces por qué haces cine si no has visto cine?”, se pregunta el director de La sociedad de la nieve.

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“Si un chaval llega a clase y no sabe quién es Fincher: muéstraselo, haz que descubra su cine, que lo entienda, que se interese por él. Es tu deber”, reprocha @ememonogatari, sobre las obligaciones de los docentes. Y apunta a todos los condicionantes sociales, la nula formación cinematográfica en la educación obligatoria y el papel iluminador del profesor. En las más de 700 citas y el millón de reproducciones del clip se abre una discusión interesante sobre el arte, el acceso a él y el lugar que ocupan las universidades y escuelas en el desarrollo del conocimiento y el talento.

El mismo debate se repite en cualquier disciplina: ¿son peores los alumnos de hoy? En las universidades de Periodismo la letanía de que no se leen diarios es constante. El quiosco de la facultad de Periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) cerró en diciembre de 2017, después de 30 años, porque era insostenible. ¿Pero alguna vez las facultades han estado repletas de ávidos lectores de periódicos? ¿Los alumnos leían y seguían a los Finchers del sector? Citando a Martín Caparrós en El viejo periodismo (Revista 5W), en la época dorada del periodismo, EL PAÍS vendía 400.000 ejemplares diarios en papel, lo que no llegaba un 1% de la población española.

Lo que seguro que nadie cuestionaba entonces es que llevarse un ejemplar del estante de un quiosco sin pagarlo es robar. Mientras que ahora se tacha de sensacionalista y malintencionado el muro de pago —echen un vistazo a la polémica en X porque el artículo sobre las denuncias por agresión sexual contra Carlos Vermut sea para suscriptores—. El todo gratis en el actual mercado periodístico solo contribuye a su ruina. Y si algo tan sencillo no se entiende, todavía falta mucha pedagogía. Pedagogía de supervivencia.

Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.
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