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Por qué el pensador pop Mark Fisher fascina a los jóvenes de la izquierda

El crítico cultural británico se suicidó hace seis años. Cuestionó los fundamentos neoliberales y describió a una generación atrapada en el bucle vidas-trabajo. Sigue muy vivo en las redes y en libros que lo recuerdan

Mark Fisher
El crítico cultural Mark Fisher fotografiado el 31 de julio de 2014, en Londres.Pal Hansen (Contour/Getty Images)

El sábado 14 de enero de 2017, el mismo mensaje hizo vibrar a los móviles silenciados de los estudiantes que abarrotaban la biblioteca de la Universidad londinense de Goldsmiths. Todos compartían el tuit que la cuenta @Repeaterbooks acababa de publicar: “En memoria de Mark Fisher (1968-2017). Una inspiración y un amigo. Nuestros pensamientos están con su familia”. Repeater Books era la editorial de Fisher, la que acababa de lanzar Lo raro y lo espeluznante, el último ensayo del profesor del departamento de Cultura Visual del centro. Fisher tenía 48 años. “Nos sentamos en silencio, tratando de seguir con el trabajo entre breves y consternados estallidos de incredulidad. Después de unos minutos, nos detuvimos. Alguien dijo: ‘¿Qué estoy haciendo? ¿Qué sentido tiene ahora?’. Esa noche, nuestros peores temores fueron confirmados. El viernes 13 de enero Mark Fisher se había suicidado”. Esto que escribe su discípulo (y exalumno) sobre el impacto de la muerte del pensador en las primeras páginas de Egreso. Sobre comunidad, duelo y Mark Fisher (Caja Negra, 2021) vendría a encapsular el estado de suspensión en el que se quedaron buena parte de los seguidores tras la muerte del británico. No solo sus alumnos lloraron la pérdida de aquel profesor.

Seis años después de que acabase con su vida, ¿por qué Fisher sigue siendo uno de los pensadores a llos que más se aferra la juventud que milita en la izquierda transformadora? ¿Qué hizo este hijo de una limpiadora y un ingeniero de Leicester para que en internet no dejen de compartirse bodegones poéticos con sus libros o memes citando sus frases (y se publiquen ensayos como The Memeing of Mark Fisher, de Mike Watson)? ¿Por qué su sensibilidad pedagógica duplica en millones de visualizaciones en TikTok a los clips que abogan por las tesis de Byung-Chul Han, su antítesis en la lectura filosófica pop del presente?

Fisher no solo fue el profesor por el que sus alumnos pintaron un mural que aún resiste en Goldsmiths. También fue uno de los críticos culturales más comprometidos y respetados de internet desde principios de los años dos mil desde su blog K-punk. Sostenía que el capitalismo es todo menos un orden natural inevitable: la precarización del trabajo, la intensificación de la cultura del consumo, la expansión de los mecanismos de control social y el aumento de los padecimientos mentales no son “errores honestos” del sistema, sino el intento de bloquear toda capacidad colectiva de transformación.

“Su manera de hacer converger la crítica de la cultura pop con sus posiciones políticas y filosóficas, sin ningún tipo de esnobismo, tiene mucho que ver con los intereses y consumos de las nuevas generaciones”, cuentan en un intercambio de correos Ezequiel Fanego y Diego Esteras, sus editores en Caja Negra, la editorial argentina que ha traducido parte de su obra al castellano y que lo ha acercado, aún más, a esos veinteañeros a los que tanto interpela.

Curiosamente, un pensador que rozaba la cincuentena, salido de la contracultura cibernética ballardiana y punk, con un gusto musical acorde a su edad —Joy Division, Grace Jones o The Jam, pasando por el tecnominimal de Ricardo Villalobos o el dubstep de Burial—, ha sido quien mejor ha conectado con la desafección de los hijos de la recesión de 2008. Un vínculo labrado por tratar abiertamente sus problemas de salud mental y apostando, como él mismo defendía, por una ensayística “popular sin ser populista, intelectual sin ser académica”. Sin cinismo ni condescendencia, sin diferenciar entre alta y baja cultura. “Para Fisher puede ser igual de relevante, e incluso más sintomático del presente, un disco de Kanye West o un filme mainstream como Los juegos del hambre que una pieza de arte supuestamente más elevada”, cuentan sus editores en castellano. Fanego y Esteras dicen que Realismo capitalista: ¿no hay alternativa? (2009), en el que apuesta por una salida a la aceleración capitalista sin sucumbir al repliegue nostálgico, se ha convertido en el título más vendido de su colección—8.000 ejemplares en España—. “Cada año se vende más, es uno de los pocos libros con el que nos pasa eso “.

No a la izquierda nostálgica

“En un contexto tan antiintelectualista como el actual, donde se producen inquietantes complicidades entre poderes económicos de las élites y un sentido común que busca ser modelado por ellas como banalidad, el mensaje de Fisher es más que oportuno”, apunta el filósofo Germán Cano. Este profesor en la Complutense también busca transformar el malestar que percibe en sus alumnos y acaba de publicar Mark Fisher: los espectros del tardocapitalismo (Gedisa). Una revisión de esa teoría que “retorció por el pescuezo al espíritu de su tiempo” y que defendía que el neoliberalismo de finales de los setenta bloqueó la posibilidad de futuro, instalándonos en la resignación con la sensación de ser incapaces de construir alternativas emancipadoras. O por qué, como han resumido entre Fredric Jameson y Slavoj Žižek a propósito de ese texto, parece que nos resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

“Fisher lo tenía claro: o la izquierda apostaba por los deseos creados por la modernidad o dejaba de ser izquierda”, aclara Cano. Y reivindica las alianzas entre cultura y clase trabajadora que Fisher promulgó frente a “ese discurso más hegemónico en la derecha —y desgraciadamente, la izquierda— que defiende que la gente sencilla está destinada a las cuestiones del estómago y la necesidad; mientras que las élites, a la sofisticación y el lujo”.

La paradoja pesimista

A través de lo que etiquetó como “hedonia depresiva”, Fisher describió en Realismo capitalista a una generación atrapada en un bucle de vidas-trabajo en una búsqueda infinita de placer melancólico por esa sensación de no futuro. “Si la tesis de Fisher sigue resonando, es porque sus observaciones han ido a peor”, explica su discípulo ­Matt Colquhoun. En una charla reciente con estudiantes en Irlanda a propósito de Fisher, pudo certificar este declive entre los pos­adolescentes. “Ahora son adictos a TikTok, posiblemente están diagnosticados con trastorno por déficit de atención (u otra dolencia que ignore sus condiciones materiales) y luchan por concentrarse para poder leer los libros que les interpelan. Son conscientes de que las cosas están peor. Y lo odian”, añade el también editor del volumen Postcapitalist Desire: Mark Fisher. The Final Lectures. Colquhoun celebra que “sea más popular que nunca”, pero lamenta la paradoja de que ahora se aproximen a Fisher como él mismo denunciaba que sus propios estudiantes hacían con la filosofía. “En sus textos, lamentaba que la juventud quería consumir a Nietzsche como a una hamburguesa cuando la dificultad de la filosofía, precisamente, es el punto de todo esto”, aclara.

Tras su suicidio, su influencia es innegable en la nueva generación de pensadores que han crecido con internet; los que ya no distinguen de su experiencia dentro y fuera de la Red. La escritora argentina Tamara Tenenbaum, autora del ensayo El fin del amor, que suele citar la obra del británico, también es confesa. “Tiene la crítica cultural que me interesa, la que quiero aprender a hacer: la que piensa la cultura en serio, con auténtica curiosidad. Hay algo muy carnal, muy sudoroso, en su escritura. Para él, el pensamiento sobre la cultura y la alienación era una cuestión de vida o muerte, no algo menor. Su muerte, para mí, tiene que ver con eso”, cuenta.

Otro que también se ha visto atravesado por su influencia es el filósofo Eudald Espluga, autor de No seas tú mismo (Paidós, 2021), el ensayo en el que ha diseccionado a la generación milenial y que se inspiró en Fisher para desarrollar parte de su teoría sobre la “jaula de purpurina”, una actualización a la de hierro que elaboró Max Weber y de la de oro que teorizó después Michela Marzano. “Fisher me ha hecho escribir textos más proteicos, más tácticos y sobre todo, menos puntillosos y académicos”, apunta un autor que admira la capacidad del británico “de crear conceptos y expresiones que sintetizan ideas muy complejas, como, la ‘impotencia reflexiva’ o el ‘voluntarismo mágico’”.

Para Cano, el poso de Fisher puede ser peligroso si se romantiza su duelo. “Eso no puede equiparar la experiencia de haberlo seguido teniendo como un teórico vivo. Él era básicamente un spinozista del XXI, vinculaba el pensamiento con la corporalidad; por eso resulta tan traumático su suicidio. Para que la música de Fisher siga sonando hay que evitar hacer de él un fetiche”.

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