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Columna
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La concordia de los desmemoriados

La memoria de algunos nostálgicos no alcanza a aquel país de mi juventud en el que una persona conservadora y otra de izquierdas podían compartir incluso amistad

Fachada de la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, en agosto de 2023.
Fachada de la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, en agosto de 2023.Claudio Álvarez
Elvira Lindo

Hemos dejado que nos arrebaten las palabras que más apreciábamos. ¿Qué significa la palabra libertad si es veneno en boca de quien celebra una libertad avasalladora que ignora la fragilidad del otro? ¿Qué significa la palabra verdad cuando está continuamente vulnerada por la sacrosanta opinión personal o por el burdo fanatismo? Ahora le ha tocado el turno al término concordia usado de manera taimada con el odioso fin de no reparar injusticias pasadas, mostrando a la vez desdén hacia cualquier tipo de acuerdo en el presente. Siendo nostálgicos, como aseguran ser, de épocas mejores en las que reinaba la libertad, la verdad y la concordia, no se acuerdan de nada. Su memoria no alcanza a aquel país de mi juventud en el que una persona conservadora y otra de izquierdas podían compartir incluso amistad. No se acuerdan de que el comunista Carrillo departía con Herrero de Miñón, no se acuerdan ni saben de cuando un republicano ácrata como Fernán Gómez recibía la medalla del trabajo de manos de un rey y se lo brindaba a su madre monárquica, no se acuerdan, pero muchos de nosotros sí, de que un cómico podía declararse comunista y al mismo tiempo ser aplaudido por todo tipo de público, no se acuerdan de que en cualquier película de Berlanga los bulliciosos planos secuencia estaban habitados por cómicos de distinto signo, no se acuerdan de aquellos ya irrealizables debates de La Clave en los que conseguían escucharse unos a otros hablando de temas aún tiernos e inexplorados, del asesinato de Lorca, por ejemplo.

Fue un momento insólito, del que hay cosas que celebrar, como esa conversación posible, aunque si uno decide ser fiel a la verdad reconoce que quedaron asuntos que abordar que hoy la derecha considera divisorios. En la superficie había cierta concordia, sí, pero la limpieza del fondo se dejó para más adelante: aquel no era el momento. El momento de sacudir la alfombra se aplazó, hoy se prefiere una desmemoria parcial e ideológica. Estos días pasados han ocurrido dos cosas vergonzosas que han quedado sepultadas bajo el manto de lo que era más urgente: dos de los cómicos más queridos de este país, Paco Rabal y Asunción Balaguer, han visto retirados sus nombres del callejero de Alpedrete (Madrid) por un Ayuntamiento del PP y Vox. La plaza de Francisco Rabal se ha convertido en Plaza de España y el Centro Cultural Asunción Balaguer en La Cantera. Se ha hecho de tapadillo, para no dar explicaciones. Esto es como llegar al escalón más bajo del ensañamiento. Grandes artistas que tras morir Franco pudieron expresar abiertamente lo que pensaban porque creían conquistado un país en el que la libertad era eso.

Para redondear el ignominioso capítulo de las placas, la señora Ayuso ha reiterado que no habrá una para homenajear a los que fueran torturados en la antigua Dirección General de Seguridad (DGS), hoy presidencia de la Comunidad de Madrid. Recordar a las víctimas del franquismo divide, dice, y ella solo apuesta por las placas que nos unen. ¿A quiénes? Poco le falta para retirar el cabezón de Goya por afrancesado. Hace un año se manifestaron allí más de veinte asociaciones de represaliados de la dictadura y pegaron en uno de los muros un humilde cartelillo que rezaba: “En recuerdo a todas las personas aquí detenidas, encarceladas, torturadas y asesinadas en la DGS durante la dictadura por defender la libertad, la democracia y la justicia social”. Libertad de pensamiento, sexual, de expresión. Libertad bien entendida. Qué triste ver cómo se niega este humilde homenaje a quienes aún han visto reconocida su papel esencial en la lucha por la democracia. Como es lógico, reclaman esta reparación en el lugar en el que actuaron los torturadores Roberto Conesa y Billy el Niño. Es perverso observar cómo quienes les niegan el reconocimiento ocupan hoy aquellas siniestras estancias. En otro país habría sido el lógico lugar para un centro de memoria, en otro país.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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