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TRIBUNA
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Reventar el monopolio de Puigdemont y ERC

El regreso del independentismo a la gestión autonómica y su frustración por el fracaso del 1-O abren la puerta a que otros partidos muevan el tablero político catalán en 2025 con nuevas alianzas o discursos

Carles Puigdemont Junts
Carles Puigdemont, el 13 de diciembre en el Parlamento Europeo.RONALD WITTEK (EFE)
Estefanía Molina

Carles Puigdemont y ERC pueden perder el monopolio de la Generalitat. Se ha instalado un clima de opinión en Cataluña de que las elecciones autonómicas, previstas para 2025, podrían dar sorpresas en el tablero político, con el salto al Parlament de otras formaciones independentistas, como la ultraderechista Aliança Catalana, o incluso, la pérdida del poder a manos de un tripartito o del PSC. Y ello es síntoma de cómo se empiezan a sepultar las lógicas que durante años vertebraron el procés.

Basta observar el volumen deliberado de críticas en el seno del movimiento hacia sus partidos, algo inaudito desde tiempos de Artur Mas en 2012. Desde los malos resultados del informe PISA hasta la gestión de la sequía, muchos afines a la ruptura están hartos de que sus líderes lleven más de una década evadiendo la asunción de responsabilidades. El clásico mantra de que “todo es culpa de España, y solo se arreglaría con un Estado propio” ha dejado de funcionar para el Govern de Pere Aragonès. La fiscalización de sus gobernantes ha vuelto a la vida pública catalana, lejos de aquel escapismo del procés o de la confianza acrítica que muchos ciudadanos les dieron en 2017 ante su sueño de independencia.

Así que el independentismo se mueve, y la pregunta es si será posible desbancar a ERC del Govern en los próximos comicios o impedir el regreso de Junts. Con la vuelta a la normalidad autonómica y la frustración que dejó el fracaso del 1-O se abre una brecha para que otras formaciones se cuelen. No implica que el independentismo oficial pierda necesariamente el poder, si bien la pujanza de más actores podría distorsionar los discursos u obligar a alianzas distintas, agrietando el bloque de poder de republicanos y Junts.

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Primero: el PSC se ha convertido ya en una opción para el independentismo menos duro. En las elecciones del 23-J, algunos afines a la ruptura lo votaron para evitar que gobernara la ultraderecha: estaban descontentos con sus partidos, pero tampoco querían abstenerse. Los socialistas catalanes se han vuelto además un partido central capaz de tamizar las pretensiones rupturistas. Sostienen los Presupuestos autonómicos a ERC, e incluso se apunta a un acercamiento entre Jaume Collboni y Junts para la alcaldía de Barcelona. La idea de un tripartito no es hoy descabellada: resucitó cuando Junts abandonó el Govern en 2022.

Segundo: al independentismo oficial le han salido competidores outsiders. La Assemblea Nacional Catalana (ANC) amaga con presentar una lista civil que absorba el enfado de las bases por el “entreguismo” de Junts y ERC al Gobierno, es decir, tras enterrar la independencia a cambio de su salvación judicial, vía indultos y amnistía. Pese a ello, los proyectos apartidistas no cuentan con un historial de éxito dentro del movimiento: Primàries Catalunya ya se presentó en 2019 en varios municipios, sin entrar en ninguna plaza clave como Barcelona. Demostró que la institucionalidad sigue pesando demasiado en la psique del votante. El discurso de la ANC, en cambio, servirá para diezmar aún más los ánimos de muchos independentistas, que tal vez acaben absteniéndose como forma de protesta, antes que dejarse engañar por más adanismo.

Tercero: nuevas formaciones han empezado a canalizar la frustración mediante el chivo expiatorio de la inmigración. Aliança Catalana solo cuenta con la alcaldía de Ripoll, así que su sentir está lejos de ser mayoritario. Ahora bien, algunas de sus ideas están impregnando ya a cierto electorado de Junts. Su entrada en el Parlament podría incluso generar contradicciones para el independentismo oficial, dividiendo a quienes estarían dispuestos a aceptar sus votos para gobernar, como ERC, y los que no.

El caso es que los republicanos y Puigdemont han ido virando sus discursos para evitar una sangría de votos hacia esos frentes. No es casual que Oriol Junqueras lleve tiempo priorizando los acuerdos y la gestión al bloqueo, o que Junts exija ahora la cesión de competencias sobre inmigración. Sin embargo, el líder de Waterloo sigue temiendo desplomarse en las urnas, como le pasó a ERC tras volver a la gobernabilidad, pero sin lograr el referéndum. De ahí que su única obsesión sea parecer distinto al traidor Junqueras, llevando el Gobierno al límite con la aprobación de los decretos. Aunque tampoco puede romper la baraja: su futuro está atado al PSOE, al menos hasta que no se apruebe la amnistía y sea efectiva en los tribunales.

Con todo, Puigdemont tiene apoyos en la derecha para seguir fingiendo ante los suyos que no ha enterrado la unilateralidad. Si el Pacto del Majestic parecería hoy casi un delito, es porque hasta las cesiones competenciales son tachadas de escándalo por el PP y Vox. “Mirad cómo se han puesto, que algo gordo habremos logrado” es el mantra de muchos portavoces de Junts en Cataluña. Pero la realidad es otra: han pasado de montar un referéndum ilegal a amenazar con tumbar decretos en el Congreso a cambio de más poder para gestionar su comunidad autónoma. Es decir, al más puro estilo de Convergència. En eso sí que se ha acabado ya el procés como se entendía y han vuelto los viejos tiempos sin esperar a 2025.



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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER.
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