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Salir del ‘txapoteo’

La agitación emocional es intrínseca a la política, pues sin relato abismal no hay motivación del electorado

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en la cena de Navidad del PP de Madrid, el pasado 18 de diciembre.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en la cena de Navidad del PP de Madrid, el pasado 18 de diciembre.SERGIO PEREZ (EFE)
David Trueba

Feliz Año Nuevo. Comenzamos el año sumergidos en el contexto. El contexto, en política, lo es todo. Y el contexto, en estos momentos, es llamativo. El partido de la oposición utiliza la expresión “me gusta la fruta” para llamar hijo de puta al presidente. Es una ocurrencia que tuvo su origen en un susurro de la presidenta madrileña mientras asistía a la investidura de Pedro Sánchez. El susurro es ahora un clamor en forma de latiguillo que se repite a toda hora, incluso se ha incluido en vídeos propagandísticos, discursos institucionales y hasta en la cena de partido donde el regalo de una cesta de fruta al líder nacional provocó la hilaridad general. Se viene a sumar esta nueva gracieta al lema que inundó la campaña electoral, que bajo el grito de “que te vote Txapote” relacionaba a los votantes socialistas con un sanguinario preso etarra. En aquel entonces, ese grito hería a las víctimas del terrorismo sin que eso fuera razón para dejarlo de usar. Ahora supongo que las frutas, si pudieran expresarse, tampoco lo celebrarían, pues equipara a un producto rebosante de valores nutritivos con un improperio faltón.

En ese contexto, parece difícil que los dos principales partidos nacionales alcancen acuerdos, pero los alcanzarán. Porque la motivación de los electores corre por caminos paralelos a los de la práctica política. Ya ha sucedido en otras ocasiones y no deberíamos engañarnos. Los insultos acompañan a la impunidad. Para muchos, Pedro Sánchez está atravesando límites que convendría respetar. Para otros, la magnitud de las descalificaciones que recibe le dejan poca opción. Cuando eliminas las líneas de retirada, la única dirección posible de avance es la huida hacia delante. En este sentido, el contexto vuelve a marcar el contenido de la disputa. Resulta incongruente solicitar el respeto por el poder judicial tras bloquear la renovación de uno de sus órganos principales durante cinco años por razones partidistas. También pedir amparo para los magistrados puestos en sospecha no concuerda con dedicar improperios y vetos a los que dictaron sentencia en el escándalo Gürtel o despreciar preventivamente la futura neutralidad del Tribunal Constitucional. Si una opción se presenta como alternativa, difícilmente es digerible que haya aprobado una ley ómnibus en Madrid por la que todas las instituciones de control son sometidas al designio particular de su dirigencia. ¿Tan pasado de moda está eso de predicar con el ejemplo?

Todo es escalada verbal y chabacanería. El volumen de la discordia ha acabado con el catálogo de adjetivos despreciativos. El rescate de apelativos como escoria o felón ofrece una pista, pues recuperar insultos del siglo XIX evidencia el agotamiento de los descalificativos contemporáneos. Están forzados a inventar nuevos como este de “me gusta la fruta”, que remite a las burlas de colegio siempre entreveradas para servir a tirar la piedra sin mostrar la mano. La agitación emocional es intrínseca a la política, pues sin relato abismal no hay motivación del electorado. Pero convendría entender que en la charca de lodo no queda ningún espacio para abrirse camino con paso elegante, solo sirve chapotear, aunque en este caso sería mejor decir txapotear. Cuando se impone la receta del todo vale, no queda otra que aceptar que todo vale. El todovalismo es un horror que deberíamos desactivar por nuestro bien. Entre otras cosas porque no se conoce acuerdo que acabe bien cuando comienza con el insulto incorporado al saludo.

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