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Columna
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Examen de conciencia

La resistencia interior, como demuestran muchos ejemplos a lo largo de la historia, es la única receta de un ciudadano contra los monstruos propios

ISRAEL-HAMAS WAR
Un hombre sostiene una pancarta contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, durante una concentración en Tel Aviv el pasado 28 de octubre.Álvaro García
David Trueba

Para evitar las patrañas que se cometen en nombre del patriotismo, nos resulta de lo más educativo conocer las biografías de los hermanos Hans y Sophie Scholl. Que sus nombres y el de la organización a la que pertenecieron, Rosa Blanca, sean poco conocidos responde a la utilidad infinita de la ignorancia. Por hacer un resumen sucinto, ambos fueron ejecutados durante la dictadura nazi en Alemania por oponerse a su Gobierno. Habían estado en el frente de guerra, habían servido como obedientes jóvenes a la movilización patriótica, pero pronto se dieron cuenta del engaño masivo y lo denunciaron con panfletos y pintadas en los círculos estudiantiles. Su juicio fue urgente y sumarísimo, el nazismo consideró que eran un cáncer que podía extenderse por las capas pensantes del país y, por lo tanto, que acabar con ellos y con sus ideas cabales, espirituales y decentes, era una quirúrgica solución. Cuando algunos insistieron en que no se habían enterado hasta el final de la guerra de las atrocidades que los alemanes cometían contra los judíos, gitanos y enemigos políticos, los hermanos Scholl estaban ahí, con su martirio, para denunciar tamaña impostura. A inicios de 1943 ya estaban ajusticiados sin recurso ni posibilidad de defensa.

La resistencia interior, como demuestran otros muchos ejemplos a lo largo de la historia, es la única receta de un ciudadano contra los monstruos propios. Porque los ajenos son fáciles de calibrar, el enemigo siempre está allende las fronteras, es distinto, profesa otra religión y habla otro idioma. Pero el enemigo propio es mucho más complicado de enfrentar, porque compartes con él una cultura, un paisaje, una lengua, un destino. Es, precisamente, compartir el destino con quien consideras indecente lo que obliga a movilizarse. A estas alturas del conflicto entre Israel y Gaza, las preguntas originales han quedado desactivadas, pero son las pertinentes. ¿Qué buscaban los terroristas de Hamás con su ataque brutal e inhumano contra el Israel de las comunidades fronterizas, allí donde vivían muchos ciudadanos solidarios con los palestinos? ¿Acaso no esperaban que una respuesta bestial con miles de inocentes sacrificados les devolvería el patrimonio del discurso de sangre y terror? ¿No son pues las víctimas, de algún modo, el recurso utilísimo de unos líderes equivocados y salvajes?

Con la misma pertinencia, la respuesta israelí obedece a la agenda de un primer ministro carbonizado y sin prestigio, alguien que ha logrado imponer su destino al de todo un país. Y la resistencia tendrá que venir del interior en ambos casos, de las voces de quienes con lealtad a los suyos les recuerdan que están equivocados. Que han optado por la más fácil de las reacciones, esa que solo encuentra agravios procedentes del enemigo. El resto del mundo permanece entre paralizado y acongojado, intentando salvar la dignidad y los restos de una amistad acomplejada e inerte. Por eso, la fuerza interior de la disidencia, de la resistencia, de la oposición es, una vez más, la única esperanza.

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Nos encontramos en una encrucijada mundial en la que la violencia se ha reinventado como solución fácil. La ignorancia supina de los ciudadanos provoca este resultado feroz y atávico. Ha sido una inversión deseducativa muy rentable, heredera de esa que condena al olvido a los hermanos Scholl y a tantos otros resistentes interiores, a los que conviene identificar con eso tan poco prestigiado que llamábamos conciencia, el conocimiento de uno mismo.

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