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ANATOMÍA DE TWITTER
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Sin respeto ni decencia

En qué momento estamos para que un tertuliano se permita un discurso racista en televisión a cuenta del caso de Álvaro Prieto

Homenaje a Álvaro Prieto en el estadio de El Arcángel, en Córdoba.
Homenaje a Álvaro Prieto en el estadio de El Arcángel, en Córdoba.rafa alcaide (EFE)

Hasta no hace tanto, un instante era el tiempo que transcurría desde que el semáforo se ponía en verde hasta que sonaba el claxon del coche de atrás. Ahora, gracias a la tecnología, la definición es aún más precisa: un instante es el tiempo que pasa entre un hecho cualquiera, cuanto más complicado y más grave mejor, y el momento en que un ejército de expertos —normalmente anónimos— se lanza a explicar su teoría en Twitter. La cosa podría tener su gracia —una forma de pasar el tiempo si no se tiene a mano una bolsa de pipas—, pero el problema está en que la alegre infantería tuitera no suele contenerse ante aquellos asuntos que, por lógica, sentido común o respeto al prójimo —esas tres antiguallas—, merecerían un prudente silencio.

“Está bien saber que invertí nueve años de mi vida en estudiar para ser forense, pero vosotros habiendo visto CSI os creéis con potestad para hablar de un fallecido cuyo cuerpo ha aparecido hace menos de 24 horas”. Es el texto de un tuit que, la noche del lunes, publicaba Call Me Spider Phd, quien afirma ser bióloga, patóloga forense y antropóloga física. El mensaje —que ya lleva más de 190.000 reproducciones— va seguido de otro en el que denuncia el acoso que está sufriendo “una cría de 18 años” que al parecer conoció en una discoteca a Álvaro Prieto, el joven de su misma edad que fue hallado muerto el lunes junto a la estación sevillana de Santa Justa. Hay todavía un tercer tuit que pone el dedo en la llaga: “Este caso, de principio a fin, es una angustia y una pena infinita, constante, para sus amigos y familiares. Y toda la especulación no hace más que empeorarlo”.

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La reflexión sensata de la bióloga es una excepción en el despropósito general que ha rodeado la noticia. En el clima de confrontación permanente que es característico de Twitter cualquier tema es bueno como arma arrojadiza, y unos asuntos se van solapando a otros a una velocidad de vértigo hasta que todos, los antiguos y los nuevos, se funden en un magma incandescente; la refriega a cuenta de la investidura y la amnistía deja paso a la polémica sobre el apoyo a Israel o a Palestina, y de ahí a la actuación de Renfe y de la Policía en el caso de Álvaro Prieto, que desembocan en una serie de teorías de la conspiración sobre un fallecimiento que el juez y el forense ya tienen claro que fue accidental. Pero, ¿qué derecho tienen un juez o un forense a decirle a la turba tuitera lo que es y lo que no es?

Por si fuera poco, los callejones más oscuros de la Red y los programas más sensacionalistas de la televisión se retroalimentan de tal forma que las ganancias aumentan por ambas partes. El objetivo es la audiencia, y da igual el combustible que sea menester utilizar —la desgracia ajena arde muy bien— con tal de hacer ruido, demasiadas veces con la colaboración estelar de políticos —en ejercicio o en parada técnica— que prestan sus cientos de miles de seguidores a la causa del desbarajuste. El último ejemplo es la intervención de un tertuliano del programa de Sonsoles Ónega en Antena 3 que se llama Miguel Lago y que, al parecer, es humorista. A cuenta del caso de Álvaro Prieto, el tertuliano se pregunta: “¿En qué punto estamos como sociedad en el que, en una estación como la de Sevilla, un chaval que además es blanco, guapo, bien vestido… y que no hay nadie en la estación, ningún trabajador de la estación de Santa Justa, que le eche una mano?”.

Exactamente, “en qué punto estamos como sociedad” para haber perdido, en vivo y en directo, el sentido del ridículo y de la decencia.

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