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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Se ve una sonrisa en el Este. Es de Putin

El freno de Polonia a la ayuda militar a Ucrania, el bloqueo de los republicanos ante un nuevo desembolso de Washington a Kiev y otras noticias alegran al Kremlin y muestran la miopía del ultrapartidismo

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, durante un acto en Moscú el pasado día 18.
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, durante un acto en Moscú el pasado día 18.MIKHAIL METZEL (EFE)
Andrea Rizzi

Quienes hayan dirigido la mirada hacia el Este de Europa esta semana, habrán captado una sonrisa, de esas que enseñan los dientes. Eran los de Putin.

Sin mover un dedo, se le han acumulado muchas buenas noticias. Polonia ha anunciado la suspensión del apoyo militar a Ucrania, a cuenta de una disputa acerca de exportaciones agrícolas. Pronto habrá elecciones en Polonia, y el gobernante PiS ha dado sobradas muestras durante tiempo de que antepone sus intereses electorales a casi todo, incluida la calidad democrática y, ahora, las necesidades vitales de una lucha contra la agresión autoritaria. Varsovia ha sido generosa en la acogida de refugiados y en el apoyo militar a Kiev, pero vienen las urnas y todo pasa a segundo plano.

Desde Washington, el cartero también le ha traído buenas noticias a Putin. Un buen puñado de republicanos bloquea el nuevo paquete de ayudas para Ucrania por valor de 24.000 millones de dólares que impulsa la Administración de Biden.

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Desde Asia llegan otras buenas vibraciones para Moscú. El régimen chino ha recibido con honores al estrecho aliado putiniano Bachar el Asad, líder de Siria, poco después de que el propio Putin recibiera la visita de Kim Jong-un, líder de Corea del Norte. Este último manifestó su disposición a suministrar armas para el esfuerzo bélico ruso. Por su parte, este viernes, Irán, que también apoya militarmente a Rusia, ha desvelado en una parada el que define como el dron de mayor alcance del mundo. Sostiene que puede volar 2.000 kilómetros durante 24 horas seguidas. Quién sabe si pronto también acabará en los arsenales rusos, al igual que otros modelos. La internacional autoritaria parece ir afinando como la Filarmónica de Berlín.

Por su parte, Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, aliado de la OTAN, dijo esta semana al margen de la Asamblea General de la ONU que él “no comparte” las “actitudes negativas” hacia Putin que manifiestan otros.

Un estudio del Banco Nacional de Suiza publicado este viernes analiza los efectos de la guerra en las economías europeas y concluye que lo peor está por llegar: “Las consecuencias negativas de la guerra serán probablemente mucho más grandes en el medio-largo plazo, especialmente en relación con la economía real”.

Mientras, las tropas rusas resisten la contraofensiva ucrania y la industria de defensa emite señales de haber logrado reorganizarse para sostener el esfuerzo.

Naturalmente, esto no significa que todo sean buenas noticias para el Kremlin. Abundan también las pésimas. Moscú ha tenido que cortar exportaciones de gasolina y diésel a causa de graves desajustes internos; un misil ucranio golpeó el cuartel general naval ruso en Crimea; el Banco Central ruso tuvo que subir tipos el viernes pasado para respaldar un rublo que se desploma y enfriar una inflación que galopa; los países occidentales parecen cercanos a un mecanismo para sancionar a los diamantes rusos. Rusia afronta problemas de toda clase.

Pero, por ello mismo, las buenas noticias del extranjero, sobre todo el daño autoinfligido en el bando contrario por miopes motivos partidistas, habrán causado una buena sonrisa. La epidemia de nacionalismo, populismo y partidismo hooliganesco que corroe grandes zonas de Occidente es el gran riesgo para las democracias, incluidas las europeas, mucho más que la amenaza externa procedentes de regímenes autoritarios. Así, mientras afrontamos desafíos históricos se nos va la fuerza en cuestiones de toneladas de cereales y un puñado de votos más. Al otro lado, toca ver los dientes de Putin. ¿Les gustan?

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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