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Columna
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El 28-M y la falsa diversidad de España

Es llamativa nuestra insistencia en denunciar los excesos centralistas para reivindicar lo que somos, siempre en clave de singularidad e identidad territorial, y cómo ese relato se esfuma al aparecer la campaña electoral

Ilustración Máriam M.Bascuñán 14.05.23
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

¡Abran juego, señoras y señores! Porque comienza la enésima campaña electoral y he aquí su extraña paradoja. Estas elecciones municipales y autonómicas parecerían una oportunidad de oro para acercarnos a esa diversidad que tanto reivindicamos para las tierras de España y que, sin embargo, solo nos importa en la medida en que jueguen un papel relevante en el particular juego de tronos del poder del Gobierno central. ¿En qué quedamos, entonces? ¿Nos importa de repente Doñana o solo es relevante como otra pieza de la disputa por La Moncloa?

Es llamativa nuestra insistencia en denunciar los excesos centralistas para reivindicar lo que somos, siempre en clave de singularidad e identidad territorial, y cómo ese relato se esfuma al aparecer la campaña electoral. Fíjense en cómo se cuela la Comunidad Valenciana en nuestros sesudos análisis demoscópicos: lejos de hablar sobre lo que allí sucede, Valencia nos importa en la medida en que pueda cambiar el ciclo electoral. Esa será nuestra lectura: o el PSOE resiste o el PP avanza. Incluso la tan cacareada unidad de la izquierda es absolutamente instrumental. Es obvio que, si no dan los números para otro pacto del Botànic, hablaremos del “momentum PP” y el nuevo escenario electoral, y en gran medida es así: es difícil gobernar España con Madrid, Andalucía y Valencia en contra, aunque a los socialistas les venga de perlas la disputa por el poder en Cataluña que, de todos modos, compensarán alegremente con apoyo independentista. Pero lo sorprendente es comprobar cómo forzamos nuestros análisis para que encajen, no con la realidad, sino con el marco que aplicamos. Dejamos, así, en un segundo plano los problemas reales de los ciudadanos y esa singularidad que tanto reivindicamos con lengua de trapo, pues lo importante es la lucha por el poder del todo y la estrategia de captación electoral para diciembre.

Habrá quien insista en que la raíz del problema está en las visiones y relatos impuestos desde Madrid y su identificación con España. Pero quizá sea el momento de que nos responsabilicemos todos de los imaginarios que utilizan los políticos. Ese “España es Madrid” no es patrimonio exclusivo de Ayuso. Desde hace décadas, los nacionalistas de otras comunidades autónomas insisten en esa identificación: al hablar de “los mentideros de la capital”, de “la prensa de Madrid”, se construye lejanía. Madrid es, así, esa otredad que nos aliena y oprime, aquel centro lejano incapaz de comprendernos. Decir “Madrid”, además, es evitar decir “España”, y ya saben que lo que no se nombra no existe. Pero hay otros mantras esencialistas (“Madrid se va”, “Madrid es facha”) que se escucharán estos días, y todos ellos los aprovechará Ayuso cual chulapa castiza. Desde el abismo de nuestras propias burbujas identitarias, participamos todos de ese imaginario tramposo, y tal vez sea porque, en el fondo, no nos acaba de interesar qué cosa es España y su diversidad. Al fin y al cabo, con la diferencia te relacionas, pero con la otredad confrontas. Y en el choque parece que todos vivimos mejor.

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