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Columna
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Mal asunto

Tras el odio de Teixeira por su propio Gobierno, lo que le confunde hasta perjudicar a la defensa nacional, no se ampara un caso aislado, sino una dolencia general

FBI arrests U.S. Air Force National Guard
Jack Teixeira, acusado de filtrar documentos clasificados, detenido por agentes del FBI en North Dighton, Massachusetts (EE UU).WCVB-TV (via REUTERS)
David Trueba

La detención de Jack Teixeira, un técnico informático de apenas 21 años que trabajaba para Guardia Nacional Aérea, bajo la acusación de ser la persona que ha filtrado los informes del Pentágono sobre el curso de la guerra en Ucrania, pone de manifiesto la fragilidad del sistema. Al parecer, muchos de los materiales expuestos de una manera burda estaban al alcance de un grupo de internet desde meses atrás. En lo que aparenta ser un juego inocente se cifra la catástrofe de la información reservada en nuestro tiempo. Por lo que sabemos, la revelación de secretos no favorece a nadie, pero incomoda a todos. A Estados Unidos porque delata la chapuza sistemática de sus organismos superiores. A Rusia porque cifra la cantidad de muertos que acumula su inexplicable invasión sin las correcciones que practican de manera quirúrgica ambos bandos para mantener la moral de la tropa y, en cierta manera, el vigor patriótico de quien no para a preguntarse si tantas vidas arrebatadas son evitables. A los aliados de Ucrania porque en algunos casos transparenta la participación activa en el conflicto e incluso elementos escatimados a la opinión pública. Y así hasta el infinito. No sé si queda alguien aún que no sepa ver que las guerras son siempre sucias, pero quizá sean quienes más aprendan de los datos filtrados.

Se va a discutir mucho sobre la filtración y, en su momento, sabremos la condena que le corresponde a este joven cuando pase por los tribunales de Boston. La parafernalia del arresto ya adelanta la magnitud del castigo posible. Pero aún queda un detalle del que apenas se habla. Y en el fondo es el que más retrata a la sociedad democrática contemporánea. El filtrador responde al opositor frontal al Gobierno de Biden, fanático de las armas y activo en los foros de la Red. El combustible para las escaramuzas conspiranoicas no cesa de fluir desde los pozos profundos de una sociedad polarizada. Es precisamente esa política enferma que se desarrolla en la superficie del país la que contagia todos los ámbitos de la nación. Y pocas democracias quedan excluidas de ese diagnóstico letal. En el caso del joven Teixeira, sus ideas patrióticas mal entendidas lo han llevado a protagonizar esta traición a la patria en lo que podría considerarse la paradoja más habitual de nuestros días. Servidores del Estado, funcionarios, personas con ideales se dejan arrastrar por el enfrentamiento partidista y terminan por sucumbir a la tentación de alinearse en un bando contra todo sentido de la mesura.

Las democracias se autolesionan de manera permanente y peligrosa. El encono de los protagonistas electorales es tal que contagia los ámbitos privados. Hay una especie de terrorismo de baja intensidad que practica el boicot, la persecución, la maledicencia y el odio al rival con tal intensidad que deja de percibirse como un daño al país, sino como un servicio. En esta estupidez atolondrada han caído jueces, soldados, policías, periodistas arrastrando consigo a las instituciones que representan. No es un capítulo malo de una serie mediocre sobre filtraciones y espionaje. Es la línea maestra que se escribe cada día en esta realidad dañina. Tras el odio de Teixeira por su propio Gobierno, lo que le confunde hasta perjudicar a la defensa nacional, no se ampara un caso aislado, sino una dolencia general. Mal asunto si no lo afrontamos en toda su hondura.

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