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Columna
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Romper con Tel Aviv

Tel Aviv no es el Gobierno de Israel, criticable como cualquier otro, sino una ciudad con niños, abuelas, gatos, bibliotecas, árboles... y muchos simpatizantes del Barça

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, durante un pleno del Ayuntamiento de Barcelona.
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, durante un pleno del Ayuntamiento de Barcelona.Carles Ribas

Hace una semana, la alcaldesa Ada Colau, en un discurso que recordaba poco los de Demóstenes, anunció la “suspensión temporal” (como si la otra parte no tuviera margen de maniobra) de las relaciones entre Barcelona e Israel, con cancelación incluida de la hermandad de la ciudad catalana con Tel Aviv, sin consultar el caso en sesión plenaria con las otras fuerzas políticas del Ayuntamiento ni reparar en las posibles repercusiones diplomáticas que pudieran sobrevenirle a España. La alcaldesa dijo que se trataba de una decisión “complicada”. Complicada, ¿por qué? Y en la palabra se advertía una vibración pusilánime, propia de una política sin sentido del pragmatismo, a quien no se le ocultaba el berenjenal en el que se iban a meter ella y su ciudad. No es sólo lo que se dice, sino que importan igualmente los tiempos y las circunstancias, y en un momento en que las distintas asociaciones de judíos no paran de alertar del aumento del antisemitismo en Europa, ni con la mayor de las benevolencias se puede agarrar la decisión de la alcaldesa sin pringarse las manos. Una gota no hace río, pero va con él. Quienes residimos en el extranjero le podríamos contar a la señora Colau la rapidez inmisericorde con que los nativos suelen juzgar a los forasteros en relación con las actuaciones gubernamentales, la historia y las costumbres de su tierra de origen. Más de una vez me he visto convertido en asesino de toros, en terrorista vasco, en tragón de paellas, en tantas cosas que me fueron impuestas por los prejuicios y la desinformación ajenas. Tel Aviv no es el Gobierno de Israel, criticable como cualquier otro, sino una ciudad con niños, abuelas, gatos, bibliotecas, árboles... y muchos simpatizantes del Fútbol Club Barcelona. Y también árabes, por cierto. Y, en fin, gente que acaso discrepe de los designios de su Gobierno y se lo haga ver en las urnas.

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