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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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Las multinacionales ‘cazadoras de datos’ se apoderan sin parar de la experiencia humana

El número de clientes de AT&T en EE UU cuyos datos se han filtrado equivale a la población de España, Portugal, Grecia e Irlanda. Un tesoro

Un hombre ante la sede de AT&T en Dallas, Texas, el 13 de marzo de 2020.
Un hombre ante la sede de AT&T en Dallas, Texas, el 13 de marzo de 2020.Ronald Martinez (Getty Images)
Joaquín Estefanía

El equivalente a la población entera de España, Portugal, Grecia e Irlanda, por ejemplo, es el número de clientes de la multinacional de telecomunicaciones AT&T cuyos datos han sido filtrados en EE UU. Más de 70 millones de personas, clientes actuales y antiguos. Teta de novicia para las empresas cazadoras de datos. Un grandioso botín. El último ejemplo del “capitalismo de la vigilancia”. Entre los detalles personales que pueden haber salido del control de AT&T (“pueden”, pues no se conoce con exactitud) figura el nombre completo, la dirección de correo electrónico, la postal, el número de teléfono, el de la Seguridad Social, la fecha de nacimiento, el número de cuenta de la multinacional y el código de acceso. Un tesoro.

Reproduzcamos varias de las declaraciones que en el pasado han hecho algunos de los representantes de las empresas cazadoras de datos. Eric Schmidt, en la cúspide de Google: “Si nos dais más información de vosotros mismos, de vuestros amigos, podemos mejorar la calidad de nuestras búsquedas. No nos hace falta que tecleéis nada. Sabemos dónde estáis, sabemos dónde habéis estado. Podemos saber más o menos lo que estáis pensando”. O Mark Zuckerberg, que pronosticaba que Facebook “llegará a conocer todos los libros, todas las películas, todas las canciones que usted, lector de estas líneas, haya consumido en su vida, larga o corta. La información de la que dispone la empresa informática servirá para deducir a qué bar irá usted cuando llegue a una ciudad extraña, un bar en el que el camarero ya tendrá preparada su bebida favorita”.

Quizá todavía una distopía que precisa completarse. En 2020, en pleno confinamiento, la socióloga emérita Shoshana Zuboff, de la Universidad de Harvard, publicaba su mamotreto La era del capitalismo de vigilancia (Paidós, 2020), plagado de información. La filtración de datos de AT&T podría añadirse a nuevas ediciones. Zuboff consideraba que el “capitalismo de vigilancia” ya era hegemónico entonces, frente al capitalismo comercial, industrial, financiero… Mucho más cuatro años después. Desarrollaba, entre otras, tres ideas fuerza que vienen al caso: la primera, que un selecto grupo de empresas provenientes de Silicon Valley reivindican de modo unilateral la experiencia humana como materia prima para su traducción en datos. Estos datos son empaquetados del mismo modo que las hipotecas locas durante la Gran Recesión, como productos de predicción, y vendidos en los mercados de futuros de los comportamientos ciudadanos. Entre esas empresas están Apple (que acapara el mercado de los teléfonos inteligentes); Meta, con una posición privilegiada en las redes sociales con Facebook, Whats­App o Instagram; Amazon, en el mercado del comercio electrónico; Google, que no tiene rivales de su tamaño en la publicidad digital ni en las búsquedas; Microsoft, líder en los sistemas operativos, etcétera.

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Segundo, que los servicios online gratuitos, las aplicaciones que no cuestan nada, solo son un cebo para los consumidores, no un generoso regalo que hacen esas empresas para seguir operando. A través de los servicios digitales que proporcionan se apropian de los datos de la vida de la gente que utiliza internet. La acumulación de comportamientos (la leche que beben, si compran pizzas o no, si son jóvenes, jubilados, asalariados o autónomos, si siguen yendo a las salas de cine o acuden a los estadios de fútbol, etcétera) es “horneada” para poner en bandeja un festín de predicciones listas para ser convertidas en dólares. Esto sí que son beneficios caídos del cielo. En tercer lugar, Zuboff subraya que el ciudadano es engañado por partida doble: cuando hace entrega de sus datos a cambio de unos servicios casi siempre relativamente triviales, y cuando posteriormente esos datos son personalizados y estructuran un mundo que es más opaco que el anterior (y menos deseable), en el que se pierde cualquier atisbo de soberanía personal.

El filósofo de origen coreano Byung-Chul Han lo resume en una sola frase: “Pienso que estoy leyendo un e-book, pero en realidad el e-book me está leyendo a mí”.

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