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Aquí el camarero es un robot, ¿es esto el inicio de una distopía?

Una cadena abre en Nueva York su primera cafetería atendida en exclusiva por máquinas. ¿Es el fin del trabajo aburrido o el principio de un futuro sórdido?

Robot
Adam, un robot, se encargaba de preparar el café a un cliente en la cafetería Botbar, en Nueva York, el 31 de mayo, durante la apertura piloto del local.Spencer Platt (GETTY IMAGES)
Ana Vidal Egea

“Los humanos pueden ser impredecibles, deja que el robot te haga el café”, es el eslogan de la cadena de cafeterías Botbar, que inauguró el día 10 el primer local de esta índole en Nueva York. La cafetería está ubicada en Greenpoint, el barrio de moda, concretamente en el 666 de Manhattan Avenue, un número que para los más esotéricos podría augurar el principio de una distopía ominosa donde prime la deshumanización. Pero para la fundadora del bar, Denise Chung, los robots vienen para ayudarnos y contribuir a que la calidad de vida, tanto de los camareros como de los clientes, mejore. “Seguiré teniendo algún empleado que solo tendrá que rellenar de granos de café las máquinas y saludar a los clientes. De la parte mecánica se encargará el robot”. El botbar cuenta con varias mesas y tres máquinas donde los clientes pueden hacer su pedido en una pantalla táctil. Adam, un robot, se encarga de prepararles el café (puede hacer 50 en una hora). “Es una mejora para la comunidad; en lugar de que les atienda un camarero cansado de hacer 500 cafés al día, tendrán un robot que garantiza que el café se haga rápido y perfecto”, continúa Chung.

El argumento no es nuevo. Según María José de Abreu, profesora de Antropología en la Universidad de Columbia, el avance tecnológico siempre ha generado ansiedades profundas “no solo por la idea de que las máquinas reemplacen a los humanos, sino también, a un nivel más metafísico, por el mito de la perfección asociada con la máquina, que la equipararía a una especie de dios o incluso a una bestia”. Pero según un reciente estudio elaborado por economistas de Deutsche Bank Research, a la larga, la inteligencia artificial (IA) generará más puestos de trabajo de los que destruirá. Es más, de acuerdo con el pensamiento del historiador estadounidense Louis Hyman, la automatización no nos conduce hacia el final del trabajo, sino hacia “el final del trabajo aburrido”. En un artículo en The New York Times, Hyman hace hincapié en cómo “la automatización nos permite ser más productivos y ganar más dinero utilizando nuestra tecnología para volver a ser más humanos”.

Y el ejemplo no es único. En California, cuna de Silicon Valley, ya se han lanzado iniciativas similares, como Artly, The Barista Bot (que también se encuentra en Seattle y Portland), obra de una start-up que ya ha recaudado en torno a 10 millones de dólares (algo más de 9 millones de euros). También destacan los Monty Cafe, con franquicias presentes en seis ciudades de Rusia y en Dubái. Y el Henn Na Cafe de Tokio, donde un robot llamado Sawyer sirve cafés desde 2018 e interpela a los clientes: “¿Le apetecería un delicioso café? Puedo hacerle uno mejor que los humanos de por aquí”. Adam, el camarero de Botbar, trae consigo nuevos alicientes. Tiene dos largos brazos articu­lados (no un mero brazo automatizado), se da un aire a R2-D2 (La guerra de las galaxias), saluda y, además, baila para entretener a los clientes. Las canciones irán variando, pero en la actualidad está programado el clásico de Village People Y.M.C.A.

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Para Ethiraj Gabriel Dattatreyan, profesor de Antropología en la Universidad de Nueva York, los botbares resultan problemáticos. “Se aprovechan de la oportunidad de un trabajo deshumanizado y sin fricciones”. No hay que dar propinas, se puede insultar al robot sin consecuencias y el empleador se ahorra un salario. “La automatización alivia a los propietarios de la responsabilidad hacia las clases que dependen del trabajo asalariado para vivir dentro de nuestro sistema económico”, apunta. Y con el inicio de la desaparición de la figura del camarero humano, puede que se empiece a perder también la idea del bar o cafetería como reducto social.

Silencio, estamos trabajando

En los últimos años, es patente el crecimiento de las franquicias de diseño inmaculado sustituyendo a los establecimientos de toda la vida. El aumento de freelancers y del trabajo remoto contribuye a que bares y cafeterías se conviertan en lugares de trabajo donde una conversación puede molestar a quienes están trabajando. Es algo que ya está sucediendo en Estados Unidos. Se acabaron los chistes, las sonrisas, las recomendaciones personalizadas, las confesiones. En ese contexto de alienación, la figura de un robot camarero cobra sentido contribuyendo a la eficiencia y a la productividad.

“La ecuanimidad ejercida por empresarios dotados de cualidades morales es la clave. El progreso ha de ser integral, no solo pertenece al ámbito tecnocientífico, sino también a la moral”, apunta José Luis Mora García, profesor emérito de Historia del Pensamiento en la Universidad Autónoma de Madrid, quien considera útiles los robots en locales abiertos 24 horas siempre que su uso no imponga una lógica infernal de consumismo para hacer rentable económicamente el aparato. “Si Luis Vives apeló a los jueces como intérpretes de las leyes, apelemos a la ecuanimidad de quienes disponen de la tecnología para que los robots ocupen espacios muy limitados en nuestros bares, cuando no haya más remedio”, añade Mora García.

En España, los bares y cafeterías han sido sitios que se caracterizan como lugares de encuentro. Para ver partidos, a los amigos, para citas, tertulias, debates políticos, presentaciones culturales. Pero también para ir solo, sentarse en la barra y conversar tanto con el camarero como con otros clientes. Son espacios de socialización, los lugares públicos más populares para el ocio. Y según la psicóloga Susan Pinker, el secreto de la longevidad radica precisamente en la vida social. Numerosas canciones de la cultura popular homenajean a estos lugares que han sido el epicentro de muchas vidas. Y los camareros desempeñan un papel fundamental para crear esa comodidad: según un estudio realizado por Sondea para Coca-Cola, el 30% de los españoles le dejarían las llaves de su casa al camarero de su bar de confianza.

Según el INE, España es el país con más bares por habitante del mundo. En 2020 se llevó a cabo una campaña (liderada por la plataforma Juntos con la Hostelería) que postulaba al sector español como candidato a ser declarado patrimonio de la humanidad. “Tirar una buena caña es un arte” o “La tradición de preparar un café tiene más de 350 años” son frases que podían leerse en la candidatura. ¿Qué pasa si esa tradición y arte se vuelven un proceso mecanizado y controlado?

Para José Antonio González Alcantud, catedrático de Antropología Social de la Universidad de Granada, la atmósfera que rodea el bar es proclive a la sociabilidad. “Gracias a la ebriedad y la comida se producen estados modificados de conciencia que facilitan las iluminaciones y liberan la palabra de sus sujeciones. La Revolución Francesa comenzó en las tabernas. Todos sus poetas, desde Baudelaire hasta Verlaine, o escritores, desde Balzac hasta Sartre, tenían sus sitios preferidos, tabernarios. En España o Italia, ni qué decir. ¿Pensar en robots sirviendo? No es inverosímil, pero no va a tener éxito”, prosigue González Alcantud. Y remata: “Si triunfa la fórmula, estaremos en el camino ya absoluto de la distopía, en un ambiente sórdido. Aun así, tendríamos que humanizar los robots y darles funciones litúrgicas. Los antropomorfizaríamos, poniéndoles apodos y bromeando con ellos. El bar seguirá siendo la última trinchera de la humanidad”.

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).

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