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El viajero astuto
Por Isidoro Merino
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El viajero astuto

El incurable ‘virus’ de las cumbres

Un libro reúne 12 textos inéditos en español de Jon Krakauer, autor de ‘Mal de altura’

Un montañero contempla la cordillera del Himalaya desde el campo base del Everest, en Nepal.
Un montañero contempla la cordillera del Himalaya desde el campo base del Everest, en Nepal.Kriangkrai Thitimakorn (Getty)
Isidoro Merino

La maldita obsesión de subir montañas es una recopilación de 12 artículos y ensayos del escalador, escritor y periodista Jon Krakauer (Massachusetts, 67 años), uno de los grandes narradores contemporáneos de viajes, montañismo y aventura, publicados en las revistas Outside y Smithsonian. Todos ellos tienen algo en común: la obsesión por escalar las cumbres más altas y difíciles, y la naturaleza de la condición humana que empuja a muchos a llevar su vida al límite, incluso hasta la muerte. “Quien no escala montañas solo puede hacerse una vaga idea de lo que significa, si es que llega a hacerse alguna. Rodean al montañismo tantas historias de valentía y adversidades que a su lado los demás deportes parecen juegos de niños”, escribe en el prólogo. Relatos verídicos y espeluznantes, algunos vividos en primera persona, como Un mal verano en el K2, El hielo de Valdez o El Pulgar de los Diablos.

Hace ya casi 10 años que leí de un tirón Into Thin Air, publicado en español como Mal de altura (Ediciones B y Desnivel) y llevada al cine en 2015 (Everest). Como ya conté entonces en este blog, el libro es la extraordinaria crónica, vivida en primera persona, de la tragedia que ocurrió el 10 de mayo de 1996 en la montaña más alta del planeta (8.848,86 metros), en la que murieron ocho escaladores de dos expediciones distintas, cuatro de ellos del grupo de Krakauer, cuando una formidable tormenta les sorprendió cerca del techo del mundo. La revista Outside, en la que Krakauer trabajaba como colaborador, le había encargado un artículo sobre las expediciones comerciales al Everest, para lo que se alistó en una de ellas organizada por la empresa Adventure Consultants y liderada por el famoso guía neozelandés Rob Hall, uno de los fallecidos. Lo que en principio iba a ser un reportaje de color sobre la alta montaña se convirtió en una pesadilla.

Cuando Krakauer empieza el largo y peligroso descenso tras coronar la cima, agotado y con la reserva de oxígeno al límite, otros 20 escaladores seguían empeñados en alcanzarla sin advertir las nubes que comienzan a cubrir el cielo. “Cuando me disponía a hacer rápel sobre el borde del escalón [el escalón Hillary, una escarpa muy pronunciada de la vía del Collado Sur, cerca de la cima] me percaté de un alarmante espectáculo”, escribe. “Nueve metros más abajo, en la base, había una cola de más de una decena de personas. Tres escaladores habían empezado ya a subir por la cuerda que yo me disponía a utilizar para el descenso. Mientras intercambiaba triviales felicitaciones con los que iban pasando, por dentro pensaba, exasperado: ¡Daos prisa, joder, daos prisa! ¡Mi cerebro está perdiendo millones de células!”. Seis horas y 788 metros más abajo, con la ventisca azotando ya las laderas de la montaña, consigue llegar a su tienda helado y sufriendo alucinaciones por la hipoxia. Seis de sus compañeros aún no han regresado.

El montañero, escritor y periodista estadounidense Jon Krakauer.
El montañero, escritor y periodista estadounidense Jon Krakauer.GeoPlaneta

“Más adelante —después de haber localizado los cuerpos, después de que los cirujanos amputaran la mano derecha gangrenada de mi compañero Beck Weathers—, la gente se preguntaba por qué, si el tiempo había empezado a empeorar, los alpinistas no habían hecho el menor caso. ¿Por qué unos guías avezados siguieron ascendiendo, empujando a una manada de deportistas relativamente inexpertos (cada uno de los cuales había pagado hasta 65.000 dólares (54.000 euros) para que lo llevaran sano y salvo hasta el Everest) hacia una trampa mortal?”.

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Mal de altura, que se publicó primero como reportaje y luego como libro, es de lejos uno de los mejores textos sobre montañismo que yo he leído. Krakauer recrea de forma tan magistral el ámbito de la escalada en altura —los efectos de la fatiga y la falta de oxígeno, la vida en el campamento base, las heladoras noches de insomnio en las tiendas de nailon, el frío, “doloroso, escalofriante y enloquecedor”, en la cota de los ocho mil metros, la conocida como “zona de la muerte”—, que la historia te atrapa desde el primer párrafo y ya no te suelta hasta 272 páginas después, en un crescendo que te deja sin aliento.

Christopher McCandless, en el autobús donde murió en 1992 en Alaska.
Christopher McCandless, en el autobús donde murió en 1992 en Alaska.

Como en Into the Wild (en español, Hacia rutas salvajes; Ediciones B) —publicado 15 meses antes, donde cuenta el viaje sin retorno de Christopher McCandless, un joven de 24 años que murió en 1992 en un autobús abandonado, en medio de los bosques de Alaska, después de haber pasado días sin comer—, Krakauer hace un magistral ejercicio de periodismo de investigación, entrevistando a todos los que estaban allí ese día, tratando de desenmarañar las causas de la tragedia, hurgando en su propia responsabilidad en lo ocurrido. El desastre fue muy conocido y levantó gran controversia sobre la masificación del Everest (y de otras montañas aún más peligrosas como el K2 o el Annapurna), el diletantismo de los escaladores y la competencia y falta de escrúpulos de algunos guías profesionales.

Para contrastar la historia hay que leer también Everest 1996. Crónica de un rescate imposible (Desnivel), escrito por el guía soviético-kazajo Anatoli Bukreev (1958-1997), otro avezado montañero que solía ascender en solitario y sin ayuda de oxígeno, en colaboración del cineasta y escritor Weston DeWalt. Criticado por Jon Krakauer por su actuación en la tragedia, Bukreev ofrece con voz propia, poco antes de su muerte bajo una avalancha en el Annapurna en 1997, su propia versión de aquellas fatídicas horas: “A primera hora de la tarde del 10 de mayo de 1996 sopló sobre el Everest una tormenta especialmente violenta, que se prolongó durante más de 10 horas en las zonas superiores de la montaña. 23 montañeros, hombres y mujeres, que aquel día habían estado escalando en la vertiente sur, en el lado nepalí, no lograron alcanzar la seguridad de su campamento en altitud. En plena ventisca y sin visibilidad alguna, azotados por vientos huracanados con la fuerza suficiente para volar un camión, los escaladores se vieron obligados a luchar para sobrevivir”. Tras haber coronado la cima y regresado al campamento, Bukreev volvió varias veces solo tras sus pasos, escalando a ciegas en mitad de la tormenta, y consiguió rescatar a tres de los compañeros perdidos.

Señal indicadora de la ruta al Everest.
Señal indicadora de la ruta al Everest.Bartosz Hadyniak (Getty)

Como Krakauer, muchos de los que han regresado del Everest llegan tocados por lo que han visto, por lo que han hecho o por lo que han dejado de hacer. La negación de ayuda —en su caso, Krakauer lo atribuye a la hipoxia y la fatiga— en esos últimos 846 metros (la llamada zona de la muerte, donde solo se puede permanecer unas pocas horas) a otros escaladores en apuros es algo habitual y al mismo tiempo escandaloso. En la expedición de 1996, dos miembros del grupo de Krakauer, Beck Weathers y la japonesa Yasuko Namba, fueron abandonados, dados por muertos, aunque aún respiraban, en el collado Sur, a solo 300 metros de donde se encontraban las tiendas. Weathers consiguió regresar de su tumba de nieve, aunque con gravísimas congelaciones. Yasuko sigue allí, junto a muchos otros (más de 200), como lóbregos mojones en la ruta hacia la cumbre en esa región maldita de la montaña más alta del mundo.

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Sobre la firma

Isidoro Merino
Redactor del diario EL PAÍS especializado en viajes y turismo. Ha desarrollado casi toda su carrera en el suplemento El Viajero. Antes colaboró como fotógrafo y redactor en Tentaciones, Diario 16, Cambio 16 y diversas revistas de viaje. Autor del libro Mil maneras estúpidas de morir por culpa de un animal (Planeta) y del blog El viajero astuto.

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