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Los jardines más increíbles para visitar en Asia que no te puedes perder

Un vergel para poner en valor los desperdicios en la India, un bosque de bambú en China o un remanso de naturaleza en Hong Kong. Doce espacios verdes donde reinan la calma, el estilo zen y los aromas

Los jardines más increíbles para visitar en Asia
Vista aérea del Jardín del Administrador Humilde, en la provincia china de Suzhou.VCG (VCG via Getty Images)

Sobre gustos es difícil dar opiniones, pero estos son, sin duda, algunos de los jardines más llamativos de Asia, esos por los que merece la pena recorrer muchos kilómetros. Desde proyectos tan personales como un vergel sobre basura reciclada en el norte de la India o un erótico laberinto en Sri Lanka hasta los sofisticados y relajantes jardines japoneses con vistas al monte Fuji.

En esta selección, hay bosques de bambú, de musgo, de plantas aromáticas y especias, de bonsáis, escultóricos… y hasta un jardín gigante dentro de un aeropuerto.

Nek Chand’s Rock Garden (Chandigarh, India)

Jardines hay muchísimos, pero pocos tan originales como el de Chandigarh, en el norte de la India. Se podría decir que es basura hecha arte gracias a la imaginación laberíntica de un hombre. Entrar en el Nek Chand’s Rock Garden es acceder al mundo interior de un artista: una colección de esculturas, pabellones y laberintos en la que no se ve un solo parterre: aquí la basura reciclada se ha transformado en facsímil de la vida real. Fue la obra de una sola persona, un funcionario municipal, Nek Chand Saini, que fue construyendo en secreto año tras año su insólito jardín con basura y restos de materiales de construcción de Chandigarh, la ciudad conceptual de Le Corbusier, la primera con planificación urbanística de la India moderna. Y así permaneció, secreto, durante muchísimos años, mientras Nek Chand iba construyendo su fantasía en privado utilizando hormigón, cables, pedazos de cerámica, materiales de cuartos de baño y todo de cuanto pudo echar mano. Se ha querido demoler en muchas ocasiones, pero los vecinos han conseguido salvarlo por voluntad popular.

Esculturas en el Nek Chand’s Rock Garden, en la ciudad india de Chandigarh.
Esculturas en el Nek Chand’s Rock Garden, en la ciudad india de Chandigarh.Dushyant Thakur Photography (Getty Images)

Explorar hoy el jardín es emprender un viaje como el de Alicia en el país de las maravillas por caminos serpenteantes que pasan entre personas hechas de guijarros, columpios de sogas, cascadas tintineantes, orillas cubiertas por aldeanos de mosaico y un inmenso zoo de animales esculpidos: desde elefantes de cemento hasta pájaros de cristal. La mayoría de veces, la experiencia es fascinante; en otros momentos, produce cierta inquietud sentir la mirada de tantos ojos de cerámica sin un pestañeo. La gracia también es averiguar de qué está hecha cada escultura, ¿un transformador, la cisterna de un retrete, una taza de té?

Más información en la guía Explorar jardines del mundo de Lonely Planet y en lonelyplanet.es.

Mar de bambú de Anji (Zhejiang, China)

Altas y delgadas, las cañas de bambú se yerguen en todas direcciones, como farolas verdes. Las hojas se balancean con la brisa, imitando el sonido de un arroyo. Si se levanta la vista, las flores parecen fundirse con el cielo, moteando el suelo del bosque con pequeños círculos de sol, como monedas. Un camino escalonado de piedra penetra en lo profundo del bosque esmeralda… Es el mar de bambú de Anji, en las montañas orientales de la provincia de Zhejiang, uno de los mayores bosques de bambú de China.

El mar de bambú de Anji (China).
El mar de bambú de Anji (China).ViewStock (Getty Images/View Stock RF)

El bambú es uno de los productos más emblemáticos del país asiático, una de las “cuatro plantas nobles” (junto con el crisantemo, la orquídea y el ciruelo), y simboliza la vitalidad y la integridad. Esta herbácea leñosa se cultiva en China desde hace 7.000 años y tiene más de 1.400 especies, entre ellas el bambú moso gigante, nativo de Anji. El bambú es la planta con crecimiento más rápido de la Tierra, absorbe un 30% más de dióxido de carbono y libera un 30% más de oxígeno que los árboles, y puede cosecharse de tres a cinco años. Sus raíces impiden la erosión del suelo y su madera es casi tan dura como el acero. Los brotes de bambú son sabrosos y nutritivos, y sirven también para la confección de ropa. Cada año se extraen de los bosques de Anji 12 millones de cañas de esta planta, que constituye el sostén económico de la zona.

El bambú cubre las montañas del condado de Anji desde hace milenios; hay restos arqueológicos que muestran los bambusales de Anji representados en ideogramas que tienen más de 5.000 años. En la década de los noventa, una extensión de 600 kilómetros cuadrados se convirtió en el mar de bambú de Anji, con pasarelas que facilitaban el acceso. No es un jardín tradicional, sino una reserva ecológica salvaje. Las infraestructuras turísticas incluyen una tirolina y un puente, pero lo mejor es desviarse por caminos que conducen a parajes ocultos en las laderas, donde el canto de las aves y el susurro de las hojas reemplazan a las voces humanas y uno se siente tonificado con el oxígeno liberado por el bambú.

El jardín de Saiho-ji (Kioto, Japón)

El templo zen Saiho-ji, al oeste de Kioto, es conocido como Koke-dera, que significa “templo del musgo”, por sus legendarias extensiones de esta planta verde y mullida. Este es un lugar para quienes adoran el verde en todas sus tonalidades. Pero siguiendo el más puro estilo zen, antes de disfrutarlo habrá que pasar antes algunas penalidades.

Según la leyenda, la primera construcción del Saiho-ji se remonta al 731, durante el período Nara, pero con el paso de los años el jardín cayó en el abandono. En 1339, restaurado como templo zen, fue ajardinado por el famoso poeta y paisajista Musō Soseki, pero prescindiendo del musgo. Se cree que lucía un hermoso pabellón con vistas al estanque y un puente con arcos, y que estaba plantado con cerezos, sauces llorones y pinos. Deteriorado de nuevo, y con el monasterio sin fondos para costear su mantenimiento, cuentan que el musgo que hoy se ve creció de manera espontánea.

Estampa otoñal en el jardín de Saiho-ji, en Kioto (Japón).
Estampa otoñal en el jardín de Saiho-ji, en Kioto (Japón). Alamy Stock Photo

El jardín de musgo se abrió al público por primera vez en 1928, y hasta 1977 el acceso era libre, como en otros templos de Kioto. Sin embargo, la popularidad del Saiho-ji llegó a tal extremo que se decidió limitar el número de visitantes para proteger el vergel y la integridad del templo como lugar de culto zen, que exige un ambiente propicio para la oración y la meditación. Desde entonces, es obligado reservar con antelación, pagar por la visita (un precio alto en comparación con otros templos) y a escribir el Sutra del corazón con tinta y pincel antes de entrar (los visitantes pueden consultar los caracteres japoneses en la hoja que se les facilita). Una vez que los visitantes llegan a esta tierra prometida, comprueban que el esfuerzo mereció la pena. En el sector oriental del templo, el jardín está dispuesto como un maravilloso paseo circular alrededor del estanque Dorado, cuya forma copia el ideograma chino de “corazón” o “mente” (kokoro).

En esta época los niveles de humedad se ven afectados también por el cercano río Katsura, y el aire se hace pesado y espeso. Sin embargo, en otoño (octubre y noviembre) se aprecia un acentuado choque de colores, con los rojos y naranjas de las hojas de los árboles en contraste con la alfombra aterciopelada de los verdes del suelo.

Nishat Bagh (Srinagar, Cachemira, India)

En el norte de la India, los mongoles construyeron exquisitos palacios y jardines que evocaban su particular paraíso. Se puede disfrutar de su gusto por la simetría, el agua y la belleza en Nishat Bagh, cuyo nombre significa “jardín de alegría”, un maravilloso espacio botánico creado en 1633 por Asif Khan. Flotar entre sus parterres de colores, fuentes y terrazas con estanques es como entrar en una pintura mongola en miniatura. Todo transmite paz, especialmente en otoño, cuando los altos plátanos se tiñen de rojo.

Visitantes en Nishat Bagh, en Srinagar (India).
Visitantes en Nishat Bagh, en Srinagar (India).Alamy Stock Photo

El Nishat Bagh se concibió como una representación de los char bagh, los cuatro jardines del paraíso mencionados en el Corán. Sin embargo, aquí se modificó el modelo persa tradicional para adecuarlo al paisaje montañoso, y en vez de adoptar la forma cuadrangular el Nishat Bagh corta el paisaje himalayo con una forma alargada, atrayendo las miradas a las aguas del lago Dal. Es fácil imaginarse a la corte mongola, con sus atuendos de seda, en estas terrazas admirando las vistas del puente Oont Kadal y la distante fortaleza que monta guardia sobre Srinagar.

A pesar de su diseño modificado, el Nishat Bagh resume el mundo islámico. Los niños chapotean en su arroyo central alimentado por un manantial, que cae sobre una sucesión de chadars ―ondulaciones como las de una piedra de lavar que crean la ilusión de un chal confeccionado con la espuma de las aguas de un río embravecido―. En la terraza más alta, los arcos islámicos señalan la zenana, el recinto reservado para la familia de Asif Khan.

Para ver el jardín, lo mejor es dar un paseo en shikara por las aguas cantarinas del lago Dal y contemplarlo desde la lejanía mientras el otoño enrojece las hojas. Además, las 12 terrazas del jardín representan los 12 meses del calendario lunar musulmán. Vistas desde lo alto, una alfombra floral desciende hasta el espejo de las aguas del Dal; mirando desde el lago, los jardines trepan por avenidas de altos plátanos orientales hasta un paredón escarpado que el invierno tapiza de nieve.

Jardín de Especias Tropicales (Penang, Malasia)

En la costa de Malasia, el llamado Jardín de las Especias Tropicales es una invitación para sumergirse en el bosque lluvioso malayo y descubrir especies raras envueltos por los sonidos de la jungla y exóticas fragancias. El jardín ocupa las empinadas terrazas de una antigua plantación de caucho en un valle al noroeste de la isla de Penang. A la entrada es prudente aceptar el repelente de insectos que ofrecen con el tique antes de tomar el sendero de estilo zen que bordea un estanque con helechos, palmeras y lotos en flor. Tras cruzar el rápido curso de un arroyo saltando sobre piedras pasaderas, se empieza a subir hasta el húmedo corazón del jardín, con los sonidos de la jungla incrementando su volumen a medida que se avanza.

Este espacio nació en 2001, cuando un grupo de naturalistas se propuso rescatar de la voracidad de la jungla dos hectáreas de terreno de una plantación cauchera abandonada. La zona que eligieron rodea una cuenca natural con un embalse y un arroyo, donde plantaron más de 500 plantas tropicales, que incluían flores fragantes, especias y hierbas raras. Toda esta vegetación creó un hogar para los habitantes del bosque lluvioso: langures de anteojos y macacos, tortugas, lagartos, aves como el pito culirrojo y el picaflores dorsirrojo, mariposas raras y toda suerte de insectos insólitos y fascinantes. Cerrado por los muros de la jungla, aquel paraje no tardó en convertirse en un secreto paraíso de aromas.

Preparación de hierbas y especias  en el Tropical Spice Garden, en la isla de Penang.
Preparación de hierbas y especias en el Tropical Spice Garden, en la isla de Penang.John S Lander (LightRocket via Getty Images)

Recorriendo las cuatro terrazas se contemplan los productos que hicieron de esta isla de Malasia la “perla de Oriente”. Desde finales del siglo XVIII, el comercio de las especias reportó inmensas riquezas a Penang y surgieron explotaciones de especias por todas partes. Estas plantas brotan del suelo como joyas preciosas: los tallos escarlata del jengibre; los frutos rosa de la cúrcuma; los árboles de la nuez moscada cargados con el peso de sus frutos. Hierba limón, pimienta de Jamaica, pandano, galanga, clavo, canela y tamarindo también protagonizan la función, junto con la picante pimienta negra. Por las mañanas, o después de las lluvias, sus aromas penetrantes invaden el aire. Estos son los ingredientes que hacen única y deliciosa la cocina malaya, y en la escuela de cocina del jardín se puede aprender cómo intervienen en los platos estelares del país. Mientras se machaca, tritura y ralla cada corteza, semilla, hoja o raíz, sus fragancias intensas y familiares espesan el aire. Es una experiencia sensorial que termina de la mejor manera posible: con un delicioso rendang de ternera.

Aeropuerto Jewel Changi (Singapur)

Es un ejemplo sobresaliente de la jardinería del siglo XXI y un lugar que por su originalidad triunfa en las redes sociales de los viajeros: es difícil superar la impresión que produce el Vórtice de Lluvia en el aeropuerto Jewel Changi, la cascada cubierta más alta del mundo, una atronadora lluvia monzónica que se desploma 40 metros desde una claraboya gigante en el techo de cristal con forma de embudo. En torno a la cascada se extiende el Valle del Bosque, donde crecen más de 900 árboles y palmeras, y 60.000 arbustos que descienden en terrazas por las cuatro plantas de este centro comercial futurista anexo al aeropuerto de Singapur. Es probablemente uno de los jardines más originales e inesperados del mundo.

The Rain Vortex, la cascada interior en el aeropuerto Jewel Changi de Singapore.
The Rain Vortex, la cascada interior en el aeropuerto Jewel Changi de Singapore. Alamy Stock Photo

Los síntomas del jet lag desaparecen al caminar por cualquiera de los dos senderos empedrados que atraviesan el Valle del Bosque. La luz diurna del techo acristalado se filtra a través de las ramas de los árboles creando sombras veteadas, y el estruendo del Vórtice de la Lluvia se complementa con los efectos sonoros más tenues de las gotas de lluvia y el fluir de un río. Cuando cae la noche, una instalación luminosa de avanzada tecnología alegra el ambiente. Las luces con todo el espectro del arcoíris iluminan el follaje, incrementando y disminuyendo su intensidad como si el jardín respirara. Los sensores de movimiento ajustan las tonalidades de los colores al paso de la gente, reforzando la sensación de serenidad. Un relajante fondo sonoro evoca el rítmico rumor de las olas del océano, y en el aire flota un aroma suave que combina notas de rosa y loto: es un perfume diseñado también para calmar el estrés.

Pero los jardines de este centro comercial con clima controlado no pretenden únicamente infundir calma. Otras secciones aspiran a insuflar energía y emocionar. Si se quiere contemplar el jardín a vista de pájaro, hay que cruzar el puente del Dosel. Suspendido a 23 metros, la sección central del puente, con piso de cristal, queda reservada a los inmunes al vértigo, y la niebla que sale desde ambos extremos del puente hace creer que se camina entre nubes.

En el parque del Dosel, en la última planta del centro comercial, se ofrecen atracciones —algunas se cobran aparte— como el Laberinto de Setos, donde unos sensores de movimiento hacen brotar flores de las paredes vegetales; un jardín de pétalos con un caleidoscópico despliegue de flores estacionales de todo el mundo; y un paseo entre topiarios de animales: orangutanes de fibra de coco, un pavo real con un abanico de orquídeas a manera de cola y un elefante de flores rosas que vierte agua por la trompa.

Jardín del Administrador Humilde (Suzhou, China)

Las ramas de los sauces ondean sobre la rocalla. El agua cae sobre las piedras pulidas. Un camino de guijarros conduce a una hilera de bonsáis y una celosía sirve de marco a una pagoda distante. Es el Jardín del Administrador Humilde, el más señorial de los jardines chinos clásicos, concebido como un espacio donde los sabios y los poetas pudieran pensar, escribir y beber té.

Visitantes en el Humble Administrator's Garden, en la provincia china de Suzhou.
Visitantes en el Humble Administrator's Garden, en la provincia china de Suzhou.Alamy Stock Photo

A diferencia de la arquitectura de la China imperial, nada aquí es simétrico; al contrario. También la escala es incierta, lo que crea una tensión lúdica que mantiene el interés. En muchos casos, un objeto está pensado para ser contemplado a través de otro: el cielo azul a través de agujeros en las rocas; las hojas reflejadas en el agua; un puente visto a través de una ventana. En la jardinería china clásica esto se denomina “vista prestada desde la lejanía”.

Aunque aquí habían existido jardines de una u otra clase desde el período Shaoxing (1131-1162), en su apariencia actual el jardín data de principios del siglo XVI, cuando el propio “administrador humilde”, el alto funcionario imperial Wang Xiancheng, convirtió el lugar preexistente en un palacete para su jubilación. Está repleto de puentes zigzagueantes, bosquecillos de bambú, estanques de lotos, caminos de mosaicos y al menos 10 pabellones cuyos poéticos nombres (Escuchar el sonido de la lluvia; Primavera celestial) evocan los sentimientos y sensaciones que, por su diseño, se debería experimentar en el interior. Entrar en este espacio es como adentrarse en un manuscrito tridimensional y, de hecho, el pintor, calígrafo y escritor Wen Zhengming lo inmortalizó con palabras y pinturas en el siglo XVI.

Bosque del Milenio de Tokachi (Hokkaido, Japón)

Este amplísimo parque situado en la más septentrional de las islas mayores de Japón fue idea del magnate de la comunicación Mitsushige Hayashi, que quiso crear un paisaje que fuera sostenible durante mil años. En las estribaciones de la cordillera de Hidaka, en el centro de Hokkaido, empezó por plantar un nuevo bosque de abedules, robles y magnolios.

En el año 2000 se encargó al jardinero británico Dan Pearson que trabajara con el paisajista japonés Fumiaki Takano en el diseño general. El resultado, un triunfo de la jardinería naturalista, recibió los elogios de la Sociedad de Jardineros británica, que lo consideró “el mejor ejemplo de jardinería del siglo XXI”.

Uno de los aciertos de Pearson fue convertir un campo llano delante del restaurante del Tokachi Millennium Forest en una ondulante sucesión de montículos cubiertos de césped y hierbas altas que imitan las montañas cercanas y dirigen hacia ellas la mirada del espectador: es un ejemplo perfecto de shakkei, una técnica antiquísima del paisajismo japonés en la que se toma prestado un paisaje lejano y se armoniza con el entorno.

Cierra seis meses al año, en los cuales permanece dormido bajo un espeso manto de nieve. Pero cuando llega la primavera se abre al público y es el momento de explorarlo y ver cómo los brotes nuevos pugnan por salir de la tierra. Amarillas caléndulas acuáticas, anémonas rosas y blancas, y prímulas japonesas son algunas de las flores que se admiran cuando cesan las heladas.

El ecosistema natural y el estratificado estacional de plantas del bosque sirven de inspiración a las praderas, de carácter más ornamental. Aquí se percibe una sensación de grandeza al caminar entre extensiones de especies perennes nativas entremezcladas con plantas occidentales. Agrupadas por colores —rosas y rojos vivos, distintas tonalidades de amarillo—, las flores están separadas por franjas de hierba de caña dorada. En Tokachi también se disfruta de flores fragantes en la rosaleda y de frutas, verduras y flores cortadas en el huerto. Sobre una mesa se exponen los productos en sazón según la estación, desde girasoles y dalias hasta calabazas y hierbas secas. Y una curiosidad: paseando por el parque se pueden descubrir obras de arte como los trabajos de Yoko Ono.

Jardín de los Espíritus (Jeju, Corea del Sur)

Entrar en este jardín es traspasar un portal que se abre a un mundo de fantasía. El visitante puede contemplar desde un puente un estanque con carpas doradas o seguir los caminos de piedra que atraviesan un paisaje de pinos, palmeras, praderas de césped, zonas de meditación y cascadas. Y alrededor, plantados en macetas, se ven árboles y arbustos en miniatura en artística contorsión: es el bunjae, la versión coreana del bonsái.

Una de las esculturas en el Spirited Garden de la isla de Jeju, en Corea del Sur.
Una de las esculturas en el Spirited Garden de la isla de Jeju, en Corea del Sur.Alamy Stock Photo

El Jardín de los Espíritus en Jeju, la mayor isla de Corea del Sur, es famoso por su colección de más de 2.000 bunjae. La contemplación de estas exquisitas esculturas vegetales, algunas centenarias, produce una profunda sensación de paz. Primero hay que admirar la forma general del bunjae; después, apreciar los detalles. La robustez de las raíces y troncos, la asimetría de las ramas, la forma singular de las hojas, flores y frutos… cada bunjae es una obra de arte.

El jardín es ejemplo del espíritu innovador de los coreanos. En 1968, Sung Bum-young, un sastre de Seúl de 29 años, compró en Jeju un terreno de escaso valor salpicado de cardos y piedras. En este paisaje hostil plantó primero un huerto de cítricos mientras acariciaba su sueño de crear un jardín de bunjae. Hace falta paciencia para modelar estas esculturas vivas, que pueden tardar décadas en alcanzar su esplendor. Además de cultivar sus bunjae, Sung exploró toda Corea en busca de otros para añadir a su colección. Desde su inauguración en 1992, la fama del jardín no ha parado de crecer, igual que el propio terreno, al que recientemente se ha añadido una sección centrada en un enebro de 500 años.

La atmósfera de cuento se refuerza con su arte en piedra. En un guiño a la cultura insular, pueden verse varios dolharubang (“rocas de abuelos”). Estos guardianes del paisaje tienen las típicas narices anchas y ojos saltones de estas esculturas, junto con cascos fálicos que revelan por qué se las considera símbolos de fertilidad. Pero también vemos tallados en el basalto negro característico de Jeju una entrada con una formidable puerta de bronce y los muros perimetrales de piedra, propios de una fortaleza, cuya finalidad es proteger los frágiles bunjae y otras plantas de los tifones y vientos del mar de China Oriental.

Kenroku-en (Kanazawa, Japón)

Kenroku-en está considerado como la obra maestra de la jardinería japonesa: un jardín tradicional donde todo está pensado para crear placer, provocando una sensación de asombro y de calma que invita a meditar. El sonido relajante del agua acompaña al atravesar Renchi-mon, la primera de las cinco puertas que dan acceso a Kenroku-en. De pie junto a Yugao-tei, la casa de té con techo de paja, la vista se dirige a través de Hisago-ike —un estanque en forma de calabaza— hasta Midori-taki, la cascada verde, donde el agua cae 6,6 metros como ondas de seda blanca entre vegetación y rocas ingeniosamente dispuestas.

Dos mujeres ataviadas con trajes típicos de Japón en el jardín de Kenroku-en.
Dos mujeres ataviadas con trajes típicos de Japón en el jardín de Kenroku-en.Avalon (Avalon/Universal Images Group vi)

Iniciada a principios del siglo XVII por los señores feudales de Kaga, la construcción de Kenroku-en duró 200 años hasta su apertura al público en 1871. El nombre, que significa “seis jardines combinados”, alude al sexteto de cualidades que encarna: aislamiento; amplitud; artificialidad; antigüedad; cursos de agua; panoramas. Concebido como un clásico jardín de paseo, presenta accidentes geográficos como arroyos que unen estanques y colinas artificiales con una amplia variedad de árboles.

Un bosquete de más de 200 ciruelos, cuyas flores blancas y rosas alegran los primeros días de marzo, varias casas de té, puentes de piedra y una pagoda son algunos de los elementos que se ven mientras se camina por los senderos de grava.

En todas las épocas del año hay algo que eleva el espíritu en Kenroku-en. En el monte Yamazaki, cuando llega julio, el sol se filtra a través de las anchas hojas de los castaños de Indias y los arces, moteando el suelo musgoso. Este fresco refugio de exuberancia alivia de la sofocante humedad de la estación. Si se regresa en octubre, las mismas hojas se han convertido en una paleta de rojos y dorados, y una imagen espectacular de colores otoñales alfombra el suelo. Y todo el año suena el borboteo del agua cayendo en Kasumiga-ike, el estanque mayor. Es en este estanque donde se encuentran dos de los elementos más representativos del jardín. Equilibrada con una pata larga en el agua y otra más corta en la tierra, la linterna de piedra Kotoji llama la atención con su reflejo en el estanque cuando se mira hacia Uchihashi-tei, una casa de té apoyada parcialmente sobre pilares de piedra, como si flotara.

Jardín de Nan Lian (Kowloon, Hong Kong)

El jardín de Nan Lian está es Kowloon, en Hong Kong, uno de los lugares con más movimiento y más densamente poblados de la Tierra: un torbellino de neones, torres de oficinas y mercados callejeros. Pero cuando se traspasan los muros del jardín es como si se hubiera regresado a tiempos de la dinastía Tang: los setos exquisitamente podados, los tranquilos estanques con carpas y los senderos a la sombra de los pinos transmiten la sensación de haber penetrado en otro mundo.

Vista del Nan Lian Garden, en Hong Kong.
Vista del Nan Lian Garden, en Hong Kong.FilippoBacci (Getty Images)

Nan Lian, inaugurado en 2006 en terrenos del convento budista Chi Lin, es un jardín chino clásico, trazado conforme al estilo de la dinastía Tang (618-907). Cada uno de los elementos que lo componen se ajusta a un plan que obedece a principios antiquísimos y el resultado es armonioso y relajante.

Como todos los jardines chinos clásicos, incorpora cuatro elementos fundamentales: plantas, rocas, agua y arquitectura. Una vez franqueada la puerta principal, los visitantes toman el camino enladrillado que pasa por estanques y piedras, bajo higueras de Bengala y pinos negros japoneses, y junto a una cascada y montículos plantados con arbustos meticulosamente podados. El elemento arquitectónico principal es el pabellón de la Perfección Absoluta del estanque de lotos: una pagoda octogonal rodeada por ocho pinos con ocho puentes naranjas. También puede verse un falso molino con una noria de madera. Cada vuelta del camino descubre una perspectiva nueva: la pagoda enmarcada por los pinos, un par de arbustos simétricos que proyectan sombras gemelas. Tanta precisión y arte producen un profundo bienestar.

En Song Cha Xie, la casa de té, los clientes se descalzan y se sientan en mesas de madera para beber tés wuyi y pu-erh preparados por los maestros del jardín. El wuyi, que crece en la alta montaña de la provincia de Fujian, tiene un profundo sabor mineral, con notas de incienso y fruta. El pu-erh, procedente de Yunnan, es un té fermentado de matices terrosos. A los clientes neófitos se les enseña a hervirlo y servirlo. Después, salir nuevamente a la luz del sol y ver los rascacielos asomando sobre las tapias del jardín produce una cierta conmoción.

Brief Garden (Aluthgama, cerca de Bentota, Sri Lanka)

En el suroeste de la exótica isla de Sri Lanka aguarda un lugar aún más exótico: el Brief Garden, el jardín particular de Bevis Bawa, que trabajó como plantador de caucho y se alistó en el Ejército antes de pasar de los convencionalismos para dedicarse a llevar una curiosa y excéntrica vida en la finca familiar de Beruwala. Bawa reformó la plantación cauchera de la familia y la convirtió en un extraordinario vergel repleto de elementos de agua, valles umbríos, rincones secretos y hombres desnudos: era homosexual declarado y el jardín le servía como espacio privado para sus fiestas. El espacio es el reflejo de su creador: caminos sinuosos dan vueltas entre la espesa vegetación. Bancos de filodendros se abren para revelar estatuas de ovejas forajidas y jueces gatunos. Un espejo oscurecido por el tiempo flota sobre una pared de verdor en un cuarto de baño al aire libre.

Detalle de una de las esculturas que se encuentran en el Brief Garden, en Sri Lanka.
Detalle de una de las esculturas que se encuentran en el Brief Garden, en Sri Lanka.Alamy Stock Photo

El lugar es casi un secreto: para llegar a este jardín de ocho hectáreas primero es preciso encontrar, al final de una carretera de tierra, una única puerta recubierta de follaje que revela un vallecillo secreto con infinitos tonos de verde y esculturas que surgen de improviso. Todo sugiere un lugar al que solo se accede por invitación. Regados con abundancia por los monzones, los muros de heliconias, aspidistras y filodendros dividen las distintas secciones, descubriendo sorpresas a cada paso. Las hojas se separan para revelar estampas escondidas, máscaras grotescas lanzan miradas lascivas entre la maleza, y en el cuarto de baño al aire libre una mujer desnuda monta guardia con una fronda de helechos a modo de vello púbico.

Bevis Bawa era un gran anfitrión que invitaba a muchos famosos a su paraíso. A lo largo de los años, por el Brief Garden pasaron desde Laurence Olivier, Vivien Leigh, Gregory Peck y Peter Finch hasta Agatha Christie, Aldous Huxley y la reina Ingrid de Dinamarca, junto con lo más granado de la sociedad de Sri Lanka.

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