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Davos evidencia la descarnada carrera de potencias en tecnologías verdes

Von der Leyen presenta el plan europeo en el Foro Económico Mundial, en una competición positiva para la lucha contra el cambio climático pero con problemáticos rasgos proteccionistas

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante su intervención en el Foro Económico Mundial, en Davos
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante su intervención en el Foro Económico Mundial, en DavosFABRICE COFFRINI (AFP)
Andrea Rizzi (Enviado especial)

La carrera entre potencias para asegurarse la primacía en las tecnologías clave para la transición energética está desatada. La primera jornada oficial del Foro Económico Mundial, en Davos, ha ofrecido claros destellos de una de las principales dinámicas de nuestro tiempo, esperanzadora por el potente impulso que las inversiones en este sector pueden dar a la lucha contra el cambio climático, pero con rasgos problemáticos por constituir una nueva área de competición descarnada y profundamente proteccionista entre los titanes del mundo.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, aprovechó la plataforma de Davos para presentar con articulación los planes europeos en la materia ante los influyentes participantes en el Foro. La líder del Ejecutivo comunitario conceptualizó el plan —definido como el Green Deal Industrial— sobre la base de cuatro pilares: agilización de procedimientos burocráticos y de acceso a los recursos necesarios para avanzar en este sector; financiación; formación de trabajadores; garantía de comercio y competición internacional justa.

Se trata de la gran respuesta de Bruselas a la iniciativa tomada el verano pasado por EE UU con la ley de reducción de la inflación, que bajo ese nombre contiene un potente plan de subsidios al desarrollo nacional de tecnología verde por valor de casi 400.000 millones de euros y que desata grandes recelos por su planteamiento muy proteccionista. En paralelo, potencias como China, Japón o la India —todas ellas citadas por Von der Leyen, con tono muy crítico en el caso de China— también avanzan en proyectos similares.

El primer pilar de la estrategia europea prevé la adopción de una ley industrial de emisiones cero, que tenga el objetivo de agilizar toda la burocracia vinculada al establecimiento de proyectos industriales en esta área y, en conexión con la ley de materias primas estratégicas, facilitar el acceso a los materiales clave para la transición. En este apartado, la UE plantea conformar alianzas con países socios, incluido EE UU.

El segundo es la peliaguda cuestión de la financiación. A este respecto, Von der Leyen mencionó una “adaptación temporal de las normas sobre ayudas de Estado”, necesaria para vehicular fondos que permitan competir con las acciones de otras potencias. Consciente del gran potencial distorsionador que una flexibilización de esas normas puede provocar en beneficio de los países con mayor músculo financiero de la UE, Bruselas plantea la institución de un fondo de soberanía que permita compensar ese desequilibrio. A la vista de la dificultad de implementarlo, la presidenta de la Comisión mostró la determinación de Bruselas a adoptar “soluciones puente para facilitar apoyo rápido y focalizado donde más se necesita”.

La presidenta aclaró, posteriormente al discurso, que en su visión la financiación tomará forma tanto de préstamos como de ayudas a fondo perdido. Los problemas para implementar estas acciones quedaron retratados con unas declaraciones de la ministra holandesa de Finanzas, que reclamó que el nuevo fondo se constituya con recursos ya disponibles, no con adicionales.

El tercer pilar es el del impulso a la cualificación de mano de obra para sostener este esfuerzo. El cuarto, el mucho más complejo objetivo de garantizar un comercio abierto y justo en esta materia. En este apartado, Von der Leyen se refirió explícitamente a las praxis de China, con fuertes subsidios a su industria, restricciones en el acceso a su mercado y a la vez intentos de lograr la reubicación de empresas europeas en su territorio con promesas de energía y mano de obra barata, así como de un marco regulatorio ambiental más laxo. Von der Leyen descartó el escenario de un desacople, pero sí exhortó a concentrarse en una reducción del riesgo derivado de la conexión —en ciertos casos dependencia— de China. Anteriormente, la presidenta mencionó también “la inquietud” vinculada a “ciertos aspectos” de la legislación estadounidense.

Ngozi Okonjo-Iweala, directora general de la Organización Mundial del Comercio, reclamó a las potencias mundiales que no se lancen a una “carrera de subsidios” en esta materia. Pero la carrera parece ya desatada.

El primer ministro belga, Alexander de Croo, reconoció que hay problemas derivados del impacto de la legislación estadounidense en Europa, pero exhortó a no perder de vista el extraordinario valor global que esa iniciativa tiene en pro de la lucha contra el cambio climático. La cuestión fue también el objeto central del encuentro que el presidente español, Pedro Sánchez, mantuvo en el foro con los principales ejecutivos de varias de las mayores empresas españolas.

Sin duda, los cientos de miles de millones que las grandes potencias invertirán en los próximos años son un activo fundamental en el desarrollo e implementación de tecnologías que reduzcan las emisiones contaminantes. Pero la conexión entre este objetivo —que toca múltiples aspectos sensibles, desde materias primas a tecnologías pioneras— y el estado turbulento de las relaciones mundiales también abre paso a fricciones con potencial grave.

EE UU se halla embarcado en una vigorosa campaña para impedir el acceso de China a tecnologías punteras, al considerar que durante tiempo Pekín ha llevado a cabo una competencia desleal, y presiona para que sus aliados occidentales acompañen ese movimiento para completar el aislamiento chino en esta cuestión. No es difícil entrever, en el sector de la transición energética, un potencial campo de batalla entre las dos superpotencias, con Europa ante la problemática cuestión de definir su posición en medio de claros disensos internos, sobre todo entre un flanco este de la Unión profundamente atlantista y un sector occidental más partidario de fijar una posición no equidistante, pero sí propia, en el pulso entre Washington y Pekín.

Consciente de los riesgos de esta dinámica, China parece muy determinada a atenuar sus consecuencias. Si la reunión del presidente Xi Jinping con Joe Biden en el G-20 de Bali en noviembre marcó al menos un freno a la brutal dinámica de deterioro bilateral, Pekín ahora parece muy motivada en intentar mantener vivo el vínculo con los europeos, sin duda reconfortada por la reciente visita del canciller Scholz a China con un nutrido plantel de emprendedores. Macron también tiene previsto viajar pronto a Pekín.

En Davos, el viceprimer ministro chino, Liu He, trató de aprovechar el influyente foro en la estación alpina para transmitir un mensaje de apertura al mundo, invitando a invertir en el país, y manifestándose en contra del proteccionismo y a favor de una reglobalización. Occidente denuncia desde hace años, sin embargo, que las inversiones en el mercado chino se ven sometidas a condiciones injustas y observa que las ayudas de Estado son de gran envergadura. Liu tiene previsto reunirse este miércoles con la secretaria del Tesoro de EE UU, Janet Yellen, en su primer encuentro físico desde la pandemia.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi (Enviado especial)
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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