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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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"La historia asumida"

Sin pretensiones de sensacionalismo -ateniéndonos a la realidad de los hechos-, estimo, creo o pienso que se puede anunciar ya públicamente el nacimiento de un nuevo dogma político: la «Asunción de la Historia», cuya fiesta conmemorativa podremos celebrar los españoles el 11 de septiembre, fecha de la «promulgación» del proyecto de ley para la reforma política, aprobado en Consejo de Ministros.Expliquémosnos:

En el párrafo primero del preámbulo del citado proyecto de ley se dice: La democracia... sólo se puede alcanzar como forma estable de convivencia civilizada, en paz y conforme a las leyes, partiendo de la realidad social existente y de la historia asumida.

Y el «curioso lector» del proyecto legal, obedeciendo a un loable -y por demás comprensible- deseo de saber y entender, exclamativamente, se pregunta: ¡¿Qué se ha querido decir con esta historia asumida?!... ¡¿Qué se pretende que «asumamos»?!... ¿Se refiere el proyecto de ley a la más reciente historia de nuestro pueblo?... Si ello es así, ¿significa entonces que hemos de dar por bueno y aceptable todo lo sucedido y acaecido en el país durante estos cuarenta años..., digamos «futbolísticos», por llamarlos de alguna manera? ¿O acaso la mirada del legislador -con gran amplitud de miras- se retrotrae hasta los Reyes Católicos (don Fernando V de Aragón y doña Isabel I de Castilla)... o... hasta Wifredo el Velloso?

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Porque «asumir» -lo que se dice asumir-, y según los diccionarios al uso, significa «tomar para sí», «hacerse cargo de», «admitir». Y en este sentido se emplea correctamente tal verbo cuando decimos, por ejemplo, que don Fulano de Tal, al aceptar el cargo para que el ha sido nombrado, «asume las responsabilidades inherentes al mismo». Y así se utiliza «asumir» en el proyecto de ley de referencia, cuando, en la disposición transitoria segunda, se dispone que «una comisión compuesta por... asumirá las funciones que el artículo 13...», o cuando se dictamina que «cada Cámara constituirá una comisión que asuma las demás funciones...» Correcto y aceptable,

No tan aceptable -y posiblemente no tan correcta- la expresión que comentamos. La historia asumida nos plantea un problema interpretativo que se sale de lo puramente lingüístico para adentrarse por los intrincados caminos de la suposición, de la adivinación..., por no decir de la nigromancia. Y pues que no somos ni ejercemos de arúspices, sumidos en la incertidumbre, desorientados y confusos, nos atrevemos a preguntar: ¿Asume: el hombre a la historia o es la historia la que asume al hombre?... Desconcertante, turbadora disyuntiva a la que, por el momento, no podemos dar respuesta y ante la cual nos quedamos paralizados y perplejos, como el famoso asno de Buridán -dicho sea con perdón y sin ánimos de señalar. Pero, si aceptamos la primera proposición de la cuestión enunciada, se impone seguir preguntando: ¿Hasta qué punto el ciudadano español de 1976 está obligado a asumir la historia de su país? Tomada en sentido amplio, esta pretendida asunción ¿significa que «hemos de tomar para nosotros», de «hacernos cargo», como de algo consustancialmente nuestro, de «admitir» en suma, todo el entramado histórico de las Españas? ¿He de considerar, por ejemplo, como cosa mía al señor de Torquemada -de no muy feliz recordación-, a la persecución de los judíos, a don Carlos II el Hechizado, a la familia de Carlos IV (la del retrato de Goya), a las guerras carlistas, a don Fernando VII -q.e.p.d.-... y a todo lo que en este orden o estilo histórico nos ha venido después?

Es de suponer, en buena lógica histórica, que nada ni nadie nos puede obligar a tamaña aceptación. Más, si nos concretamos o ceñimos al acontecer político más próximo o inmediato -hacia el cual parece apuntar el legislador-, esta historia asumida de la que se «parte» conjuntamente con la «realidad social existente», ¿no se presta a que algunos fervientes asumidores pretendan que asumamos todo lo asumible en un régimen de general y sumisa asunción?

Otrosí -que dicen los forenses-, y engarzando con la pregunta más arriba iniciada, ¿no será verdad que la más reciente historia nos asumió a todos, «velis nolis», en su tinglado sociopolítico, que el pretendido supuesto de que los españoles hayan de asumir ahora lo que ya asumieron en su día..., por asunción forzada?

... Perdido en un bosque de confusiones, cedo la palabra a los asumidos. Hablen ellos, puesto que el presidente del Consejo de Ministros, señor Suárez, les ha concedido tal derecho cuando, al final de su discurso a la nación -el viernes 10 de septiembre de 1976-, nos decía que «... el futuro no está escrito porque sólo el pueblo puede escribirlo. Para ello tiene la palabra».

Concedida, pues -oficialmente-, la palabra, seguimos con nuestra incontenible comezón de preguntar: ¿Qué amplitud o extensión pueden darse o concederse, en definitiva, a la cabalística locución de la historia asumida?... Y he aquí -feliz tropiezo- que el propio preámbulo del proyecto de ley nos alumbra el camino de la exégesis (valga la expresión) cuando, en su párrafo cuarto, afirma que: ... es obvio, dentro de una concepción democrática, que en las actuales circunstancias no se pueden reconocer o suponer como propias del pueblo aquellas actitudes que no hayan sido verificadas y contrastadas por las urnas». «¡Eureka!», exclamamos con Arquímedes ante este redescubrimiento legal del principio de la democracia. Pero..., entonces, señor proyecto de ley, ¿cómo hemos de partir de una «historia asumida» en la que las urnas brillaron por su ausencia o, en el mejor de los casos, sólo fueron unas urnas simbólicas, por no decir amañadas?

No, lector; no nos gustaría que se nos tachara de ingenuos. Permítaseme añadir -como remate de estos mal hilvanados apuntes- que uno, modestamente, cree saber o intuir «por dónde van los tiros». Con la historia asumida, muy probablemente (con toda seguridad) se señala o alude a quienes desean, ambicionan o acarician la idea de una reinstauración de la democracia haciendo tabla rasa con todo lo anterior, partiendo de cero, como quien dice de la nada. Arriesgada, por no decir utópica actitud, pues que de la nada, nada se sigue. Que uno sepa -y así se cuenta en el Génesis- sólo Dios pudo crear el Universo mundo «ex nihilo». Lo cual no significa -entiéndase bien- una rendición sin condiciones ante la «historia» que se pretende «asumida». Recordemos, por si vale de contrapeso o contrapunto dialéctico, lo que un día -lejano en el tiempo, pero próximo por su vigencia discursiva- escribió Mariano José de Larra: «... se ha creído que se podía edificar sin destruir antes; desgraciadamente, esto es imposible; para que empiece el día es indispensable que se acabe la noche...»

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