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Bob Dylan nunca fue a ver a Elvis

Su nuevo ‘bootleg’, ‘Fragments — Time Out of Mind Sessions 1996-1997′, recupera tomas alternativas de un periodo prolífico y excelso y constata su capacidad de recrear sonidos añejos

Bob Dylan, retratado en 1997. Foto: ANTONIN KRATCHOVIL | Vídeo: EPV
Fernando Navarro

Si Bob Dylan ha levantado uno de los mejores cancioneros de la historia de la música popular, también ha dado sobradas muestras de saber darle la vuelta para contemplarlo con otros ojos, incluso admirarlo más. No se trata tanto de todas esas reinterpretaciones imposibles de sus clásicos, que desde hace lustros viene haciendo en sus conciertos para desesperación de los puristas, los aficionados casuales y los que simplemente pasaban por ahí para posturear, casi en un método a conciencia de sacudirse la posibilidad de ser visto como una estrella de salón y no como un músico disfrutando con las posibilidades que le da su oficio. Más bien se trata de la capacidad de Dylan para ofrecer una visión más ancha y profunda sobre sí mismo y su música en su ambiciosa y fascinante serie de bootlegs, gracias al reguero de tomas alternativas, revisiones y nuevas composiciones de las muchas épocas de una carrera de más de medio siglo. El último ejemplo es Fragments — Time Out of Mind Sessions 1996-1997 (Sony), recién publicado y que se convierte en el volumen 17 de la serie. Y también en uno de los mejores por todo lo que muestra de un periodo prolífico y excelso.

El nuevo volumen lanza una versión con nuevas mezclas de Time Out of Mind, disco que ganó el Grammy como Álbum del año en 1997 y que supuso el regreso del mejor Dylan, aunque ya en una obra como Oh Mercy!, publicada en 1989, había motivos suficientes para saber que el autor de Like a Rolling Stone tenía aún mucho que decir. Para ambos discos, contó con el productor Daniel Lanois, un talentoso jefe a los mandos del sonido que venía de trabajar con Brian Eno y U2 y consiguió hallar un sonido atmosférico como de viejo y desgastado sur, un toque “pantanoso y vudú”, tal y como lo calificó el propio Dylan, que no acabó entusiasmado del resultado. O, al menos, siempre quiso dejarse llevar hacia un lugar con más ritmo, menos sombrío.

Lo de dejarse llevar es importante. Dylan desquició a Lanois y a la más de docena de músicos que participaron en Time Out of Mind. A veces, los músicos estaban tocando todos a la vez y Dylan podía incluso querer cambiar el paso de la idea original que tenía Lanois en la cabeza. Un tempo nuevo, un ropaje distinto, una versión de la misma canción que parecía otra... Y, aún así, o precisamente por eso, consiguió una obra maestra, un álbum de una hondura lírica e instrumental abrumadora, a la altura de las de los sesenta y setenta y que muestra a un compositor que a sus 56 años cantaba de “caminar en la niebla como si no existiera” y que, con poesía renovada, hacía un certero diagnóstico del mundo, ese lugar en el que “no había oscurecido aún, pero se estaba acercando”. De las composiciones se desprendía el lento tránsito de un hombre roto en un mundo roto, pero que todavía caminaba digno y confiaba en el horizonte.

Ante esta atmósfera, algunos críticos hablaron de la propia mortalidad de Dylan porque por aquella época sufrió una histoplasmosis, una dolencia cardiaca fatal. Fue cuando, tras su recuperación, dijo la célebre frase: “De verdad, pensé que iba a ver pronto a Elvis”. Sin embargo, las sesiones de grabación sucedieron antes de este incidente médico. Como haría a partir de entonces en distintos álbumes, incluso en su último y reciente libro Filosofía de la canción moderna (Anagrama), Dylan hablaba de la mortalidad de un mundo que, homenajeado a través de los pioneros del blues, el country y el rock’n’roll, bien podría ser el suyo y la América que conoció.

Un mundo que se extingue, sin posibilidad de marcha atrás, pero que guarda valiosas lecturas. Con este bootleg, Dylan enseña qué era eso de dejarse llevar hacia otro lugar. En un encuentro con periodistas europeos en Londres, Jeff Rosen, manager discográfico del músico, comentaba que el gran logro de este bootleg residía en el trabajado “a conciencia” de las nuevas mezclas y destacó la labor de Michael Brauner, reputado ingeniero detrás de trabajos con The Rolling Stones, James Brown, David Byrne o Jeff Buckley. Calificado por Rosen como “un trabajo de entrar y salir cada instrumento”, el disco remezclado es una versión más simple, en tanto en cuanto el original estaba más pensado en su ambientación lúgubre. Dylan sonaba demasiado serio como para alardear de nada. Ahora, se ha buscado la sencillez máxima que reside en largo proceso de la nueva mezcla y, especialmente, en esa transformación fantástica de las canciones.

En las tomas alternativas, Dylan suena más jovial, con ese buen cinismo tan suyo en algún tono. Más osado que solemne, más luminoso que oscuro

En las nuevas tomas suena más jovial, con ese buen cinismo tan suyo en algún tono, y una voz más natural y menos amplificada. Si Time Out of Mind es un disco donde la esperanza va y viene, como un péndulo que puede detenerse en cualquier momento y en el lado no deseado, en estos nuevos registros se afronta la incertidumbre y el desamparo con un excitante sonido pre-rock’n’roll, esa hebra de raíces country, blues, folk arenoso, spirituals y rhythm and blues tabernero. Dylan suena más osado que solemne, más luminoso que oscuro.

La edición lujosa de este bootleg contiene hasta cinco discos donde, además de uno con actuaciones en directo entre 1.997 y 2.001, hay tomas alternativas a las composiciones originales. Es impresionante comprobar cómo tenía en su cabeza un registro tan amplio y variado de su propia música. Love Sick pierde su aire peligroso para convertirse en una especie de letanía. Sucede algo similar con Can’t Wait. Standing in the Doorway (Version 1) despeja el tono confesional para acelerarse como si quisiese animar el ambiente en un garito a medianoche. La monumental Not Dark Yet tiene en Not Dark Yet (Version 1) casi otra canción, como si naciese más de un amanecer que de un anochecer. La preciosa Tryin’ to Get to Heaven se abraza a los instrumentos con más ganas en Tryin’ to Get to Heaven (Version 2) para mecerse distinta. Hay varias versiones de una misma canción y todas sueltan brillos distintos. De Mississippi, una maravillosa canción que formó parte de las sesiones pero se incluyó en Love & Theft, hay cinco versiones. Con esos solos de guitarra, Mississippi (Version 1) se despoja de la asombrosa densidad original y se hace más metálica, fina y radiante.

En el bootleg, hay composiciones nunca antes desveladas como Dreamin’ of You, Marchin’ to the City o la interpretación del tradicional escocés The Water Is Wide, que luego daría pie a la ambiciosa Highlands. Todas apuntan hacia los territorios que ya estaba transitando Dylan y que han marcado su último cuarto de siglo de carrera. Entonces, entre 1996 y 1997, el músico fue aupado por un pico lírico tremendo, similar a sus mejores épocas con Blonde on Blonde o The Basement Tapes.

Una vez más, Dylan vuelve a dejar con la boca abierta a cualquier amante de la música. La gramola de su cabeza siempre ha sido más rica de lo que dejaba ver con los discos oficiales. Y eso ya es mucho para el músico que en el siglo XXI más se esfuerza por crear un valioso diálogo con el vasto pasado musical estadounidense. Además, Dylan, quizá el artista más pirateado del mundo, vuelve a demostrar que como gestor de su historia -y leyenda- es mejor que nadie, sin olvidar que permite al fan disfrutar con la anatomía de su gran cancionero. Creó escuela: siguieron su ejemplo de vaciar los archivos gente como Neil Young, Bruce Springsteen y otros pesos pesados. Solo que la obra de Dylan es la más abrumadora. Fragments — Time Out of Mind Sessions 1996-1997 es otro ejemplo más que lo constata. Una formidable prueba de que la América recordada por el gran creador de la canción moderna se contiene, con todas sus multitudes, en este músico que todavía, afortunadamente, no ha visto a Elvis y volverá a visitar España el próximo mes de junio.

‘Fragments — Time Out of Mind Sessions 1996-1997’. Bob Dylan. Sony.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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