_
_
_
_
_

“Mirar tu verdadera cara en un espejo de repente te espanta”: por qué los filtros dañan la salud física y mental

Un nuevo filtro ‘embellecedor’ en TikTok ha sido utilizado más de 16 millones de veces desde su lanzamiento en febrero, pero los expertos alertan del impacto de usar herramientas digitales para crear rostros y cuerpos irreales

Varias mujeres usan el filtro Bold Glamour de TikTok.Vídeo: EPV
Karelia Vázquez

Los cirujanos estéticos recuerdan con nostalgia y cierta ternura los tiempos naive en que sus pacientes llegaban a la consulta con una foto, digamos de Angelina Jolie, y decían: “Quiero esto”. Era tan sencillo como poner la foto bocabajo y decirles: “Muy bien, pero usted no es Angelina Jolie”.

Dos décadas después, ese primer encuentro se ha complicado. Los pacientes sacan el teléfono y muestran su propia cara pasada por un filtro: “Quiero esto”, siguen diciendo, pero ahora es difícil convencerlos de que es imposible. El argumento de “usted no es Angelina Jolie” hace agua porque esta vez sí son ellos pasados por el tamiz simétrico de la realidad aumentada. Llegan a la consulta después de un tiempo conviviendo con la mejor versión de sus facciones. Ellos si fueran más guapos, más jóvenes, más tersos, y claro, quieren pagar por tener todo eso.

“Vienen con su cara muy estudiada, han probado varios filtros, saben cómo se ven mejor y llegan con el diagnóstico hecho: dicen si se quieren aumentar los labios o subir los pómulos… A veces piden cosas verdaderamente extrañas que no se pueden conseguir, por ejemplo, cambiar la posición de los ojos”. Habla la doctora Gema Pérez Sevilla, cirujana estética, y especialista en Cirugía Oral y Maxilofacial. En Instagram acaba de publicar un vídeo con su cara pasada por el Bold Glamour de TikTok. “No es sano mostrarse al mundo con unas facciones que no son nuestras y que, además, son reproducibles en serie para todo el mundo”, deja dicho a sus más de 45.000 seguidores.

Aunque TikTok no lo ha confirmado, los expertos creen que el Bold Glamour aplica un tipo de inteligencia artificial que rejuvenece los rostros con precisión y, lo que es más perverso, con realismo y verosimilitud. Al instante te pone ante tu mejor versión. Borra todo lo que no quieres ver: arrugas, pómulos hundidos, ojeras, poros abiertos, mentón flácido, ojos sin brillo, pestañas ralas. Y lo hace en tiempo real y sin fallos. Es una trampa mental que engancha. El filtro ha sido utilizado más de 16 millones de veces desde su lanzamiento en febrero. La inteligencia artificial Generative Adversarial Network, conocida como GANs, compara cada rostro con una base de datos de infinitas caras. Luego, con tecnología de machine learning construye la mejor versión posible del rostro filtrado. Si la estética es impresionante, más lo es su realismo, esta versión elevada de ti mismo no falla cuando mueves la cara, tampoco cuando una mano entra en el campo visual (a las caras filtradas tradicionales siempre las delatan los movimientos de manos de sus dueños).

El fenómeno de la gente pidiendo procedimientos quirúrgicos para parecerse a su imagen filtrada digitalmente fue acuñado como dismorfia de Snapchat (los primeros filtros llegaron a través de esa plataforma) por el doctor Tijion Esho, un cirujano plástico con clínicas en Londres y Newcastle. En 2018, un estudio publicado en la revista JAMA Facial Plastic Surgery sugería que las imágenes filtradas de uno mismo difuminaban la línea entre la realidad y la fantasía y podían desencadenar el trastorno dismórfico corporal, un desorden mental caracterizado por la obsesión con imperfecciones físicas imaginadas.

“Hasta que llegaron los filtros nunca nos habíamos enfrentado a nuestra mejor versión, y esto es lesivo porque induce a una comparación en la que la realidad siempre sale perdiendo. La percepción de nuestro cerebro se altera, y cuando te ves sin maquillaje sientes cierto rechazo hacia tu imagen porque el cerebro también prefiere la mejor opción”, opina la doctora Pérez Sevilla.

Cada día Paz Torralba, directora de las clínicas The Beauty Concept, tiene que hacer “una labor didáctica” para ganarse la confianza de esos pacientes que llegan con “expectativas muy altas y una imagen irreal, distorsionada por los filtros, y que esconden serios problemas de autoestima y autopercepción”. Ambas conceden que los filtros han cambiado en alguna medida el ejercicio de su profesión.

Según Snapchat, más del 90% de las personas jóvenes en Estados Unidos, Francia y Reino Unido usa sus filtros de realidad aumentada. Meta, por su parte, indica que más de 600 millones de personas han utilizado sus efectos de AR en Facebook e Instagram. Además, este hábito empieza cada vez más temprano. Una investigación de 2020 del Proyecto Dove Self-Esteem asegura que a los 13 años el 80% de las chicas ya había empleado un filtro para alterar su apariencia. El filtro Bold Glamour es demasiado nuevo para que exista ya una evidencia científica de su impacto en la autoestima, pero esos filtros anteriores, que ahora nos parecen rudimentarios y casi de juguete, sí han sido objeto de examen.

La evidencia científica disponible muestra que cuanto más se aleja la imagen filtrada de nuestra autopercepción peor nos sentimos. También sugiere que el uso intensivo de filtros acelera la primera visita al cirujano plástico.

La terapeuta Adriana Royo tiene pacientes muy jóvenes, de menos de 20 años, que cuando están mal, se ponen un filtro para aparecer ante su audiencia de TikTok. “No muestran su peor cara, aunque sí puedan contar a sus seguidores que han tenido un mal día e incluso llorar ante su público. Eso acaba impactando en el cerebro. Lo que he visto en mis 10 últimos años de práctica clínica es que la ansiedad y la depresión están muy ligadas a la búsqueda constante de la perfección”.

En 2021, un estudio de la City University de Londres exploró los efectos negativos de la salud mental en 175 mujeres jóvenes y personas no binarias de entre 18 y 30 años. Más del 90% de las mujeres jóvenes usaban filtros o editaban intensivamente sus fotos. Los filtros más populares eran los que procuraban un tono de piel uniforme, bronceado y brillante, unos dientes blancos, y quitaban varios kilos. Empleaban filtros para definir la mandíbula, corregir la nariz, agrandar los ojos y rellenar los labios. Según los autores, las chicas más jóvenes reconocieron estar bajo “una considerable presión” por parecer “felices, divertidas y con una vida social muy activa”, todo esto siendo “guapas sin producir” (effortlessly beauty, el término anglosajón popular en TikTok y otras redes detrás del que se esconden filtros e ingentes horas de edición). Los investigadores constataron que las personas con baja autoestima y mala autoimagen eran más proclives a usar filtros, una conducta que reforzaba las creencias negativas sobre su apariencia.

Otras investigaciones también han demostrado que el abuso de filtros aumenta los sentimientos de insatisfacción corporal. “Ya no solo comparan su aspecto con las imágenes de famosas producidas profesionalmente, sino que se juzgan con severidad respecto a sus propios selfis filtrados”, escriben los autores que indican que este implacable escrutinio causa estragos en la autoestima.

La obsesión por compararse y juzgarse en las redes sociales incrementa la dismorfia del filtro (una desconexión entre la apariencia real y las imágenes editadas que se consideran aptas para compartir con el mundo). Esa enajenación de la realidad la observó la investigadora Ashna Habbid en su trabajo sobre cómo afectaban los filtros de Snapchat a las mujeres jóvenes, publicado en 2022. Habbid describía un ritual: “Se empiezan a encontrar defectos que nadie más nota, por ejemplo, la forma del rostro o el ancho de la frente. Para corregir esas supuestas imperfecciones miran con frecuencia sus fotos antiguas. Luego dedican mucho tiempo a repetir una y otra vez sus selfis, y a editarlos hasta conseguir el look ideal. En última instancia están intentando cambiar su apariencia para acercarse cada vez más a su versión filtrada”. Es muy probable que haya personas que nunca publiquen una foto que no haya superado ese lavado de imagen.

Otros estudios sugieren que la comparación detallada y excesiva de rostros y cuerpos manipulados genera un tipo de autocosificación que podría explicar que los usuarios intensivos de filtros opten muy rápido por el bisturí para corregirse definitivamente. Los cirujanos plásticos estadounidenses advierten de que, a diferencia de otros filtros estáticos, el Bold Glamour de TikTok, suaviza poros y agrega pestañas y “sigue siendo indetectable para un ojo poco entrenado”. En este hiperrealismo radica su perversión.

TikTok no suelta prenda acerca del diseño del Bold Glamour, pero sí ha pedido a sus creadores en un comunicado oficial que sean “honestos” y marquen sus contenidos cada vez que usen este filtro. En Francia desde el viernes es una obligación. Todos los influencers tendrán que comunicar a su audiencia el uso de “filtros de embellecimiento”, explicó el número dos del Ejecutivo y ministro de Economía, Bruno Le Maire, para “limitar sus efectos psicológicos destructivos”. La prohibición es parte de una guía de comportamiento dirigida a los influencers y creadores de contenido.

La confusión entre la realidad y la ficción perturba la identidad, escribe en un artículo Renee Engeln, directora del Body and Media Lab de la Northwestern University (Illinois). “Mirar tu verdadera cara en un espejo de repente te espanta. Ya nunca volverás a gustarte. Siempre encontrarás algo que necesitará ser corregido. Pronto aumentará tu interés por la cirugía plástica y otros procedimientos”, indica la investigadora.

Si algo ya notan Paz Torralba y la Pérez Sevilla es que sus pacientes se han vuelto más exigentes y tienen unas expectativas muy elevadas. Ya no quieren ser Angelina Jolie, es cierto. Ahora quieren ser el clon de su clon en Tiktok. Como reza la primera ley de Murphy, todo es siempre susceptible de empeorar.

Puedes seguir a EL PAÍS Salud y Bienestar en Facebook, Twitter e Instagram.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_