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Pampllinas
Columna
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La palabra autopercepción

“Conócete a ti mismo” fue la piedra de base de la filosofía; ahora empezaríamos a cambiarla por “invéntate a ti mismo”

Isla Bryson, antes conocida como Adam Graham, realizó su cambio registral de género en medio de su juicio por violación en Escocia.
Isla Bryson, antes conocida como Adam Graham, realizó su cambio registral de género en medio de su juicio por violación en Escocia.Les Gallagher (News Licensing / Contacto)
Martín Caparrós

Antes que nada, mis disculpas: sé que no tengo excusas para someterles esta mañana otra palabra nueva e inventada, un engendro sin gracia ni perdón. Pero es que en algunos lugares se usa mucho, y me impresiona.

Es cierto: ni siquiera la Academia la reconoce todavía. Pero, mientras: la palabra autopercepción significa, como bien se ve, lo que uno percibe de sí mismo. Y exhibe un origen y prefijo con prosapia: la palabra auto.

La palabra auto tiene épica: durante milenios significó, gracias al griego, lo que tenía que ver con uno mismo, lo que se hacía uno a uno mismo, y no consiguió mucha difusión porque eso no importaba tanto. A fines del siglo XIX le tocó el gordo: un francés decidió llamar automobile a esos engendros que eran como carrozas sin caballos —y se movían a sí mismos. Desde entonces la palabra auto cargó, durante todo el siglo XX, el prestigio del objeto más deseado. Hasta que, últimamente, la explosión del yo le ofreció un espacio estrepitoso. Florecieron la auto ayuda, la auto biografía, la auto censura, la auto medicación, la auto crítica, la auto nomía, la auto defensa, el auto bombo, el auto gol, el auto erotismo, la auto ría y, por fin, la auto percepción —que se nos ha vuelto un sonsonete pertinaz.

La autopercepción empezó a difundirse, como tantas cosas, desde los vientres bajos. Sus primeros usos sirvieron para sostener que cada cual podía reclamar el género que quisiera: si alguien tiene una barba de seis días y tremendo asunto entre las piernas pero se autopercibe mujer, nadie puede decirle que no lo es, porque quién es el otro para decirle a uno nada sobre uno. Así fue cómo, por ejemplo, el violador escocesa Adam Graham consiguió que lo mandaran a una cárcel de mujeres porque, durante el juicio, se había convertido en la señora Isla Bryson. Así fue cómo, por ejemplo, un autopercibido hombre en Estados Unidos se presentó en un hospital para que lo trataran de un terrible dolor de panza y terminó perdiendo a su bebé en el parto. O cómo un holandés de 68 años se plantó en su registro civil para que le cambiaran su fecha de nacimiento a 20 años más tarde, porque él se autopercibía de cuarenta y tantos, dinámico y pleno y no quería ser discriminado ni jubilado ni pensionado como un viejo que no era. Y siguen las historias: en general son menos dramáticas —o ridículas, que se parece tanto— pero tienen ese elemento común: alguien que se cree que es lo que en principio no es y cree que debe y puede actuar como si fuera lo que se cree aunque la realidad, ese animal molesto, intente desmentirlo.

Conseguir que otros crean de uno lo mismo que uno es la gran misión de las personas desde siempre. Para eso estudian, trabajan, migran, roban, se jactan, se desviven, se desvisten. Ahora hemos decidido que esa búsqueda no debe aceptar límites físicos. Son tiempos en que no tenemos grandes esperanzas de actuar sobre el cuerpo social, así que muchos se dedican a actuar sobre el propio. La pregunta ya no es quiénes somos, quiénes queremos ser, sino quién soy, quién quiero ser.

Es un propósito posible y, para algunos, una necesidad. El problema es que para funcionar como sociedad necesitamos consensos, ideas que no dependan de la percepción individual sino de un acuerdo compartido. Mientras, seguirán apareciendo técnicas cada vez más eficaces para conseguir que nuestros cuerpos se adapten a nuestras ilusiones: la autoconstrucción es la consecuencia perfecta de la autopercepción. Hasta ahora la única frase donde la palabra auto siempre aparecía fue la famosa de Sócrates según Platón: , gnosi se autón. “Conócete a ti mismo” fue, por milenios, la piedra de base de la filosofía; ahora empezaríamos a cambiarla por “invéntate a ti mismo”.

Para decir que no hay algo cierto que importa conocer sino un deseo que importa satisfacer. Ese deseo puede ser firme o frágil, ya se verá, pero sería la base de toda decisión —y eso no es bueno ni malo sino todo lo contrario. Al fin y al cabo, las personas siempre quisieron ser avatares de sí mismas. Cada vez tendrán el poder de hacerlo más, cambiarse más, mientras no jodan a los que de verdad usan su poder para que nada cambie.

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