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Awa Baguia, la voz de la clarividencia

A sus 37 años, se ha convertido en la primera mujer invidente de Burkina Faso en concluir los estudios de sociología

Awa Baguia en la habitación de su casa en Ouaga, Burkina Faso, en marzo de 2021.
Awa Baguia en la habitación de su casa en Ouaga, Burkina Faso, en marzo de 2021.Juan Luis Rod

Awa recibe en la pequeña habitación que alquila en un patio compartido con otros vecinos, en un barrio de la capital de Burkina Faso, Uagadugú. Tiene 37 años y es la primera mujer invidente del país que ha logrado terminar los estudios de Sociología. Gracias a que la ley de su país determina que debe existir una cuota reservada de puestos de trabajo del 10% para personas discapacitadas en la función pública, hoy es funcionaria, tras aprobar con éxito las oposiciones.

Creció en Costa de Marfil, de padres burkineses. En 2002, mientras estallaba la guerra civil, Baguia empieza a sufrir terribles dolores de cabeza: “Hasta mis 18 años era vidente y entonces tuve un glaucoma. Primero veía borroso, luego perdí toda la visión en un ojo. Cuando empecé a estar peor me llevaron a Ghana, pero entonces dijeron que no había solución, que era irreparable”.

“Algunos alumnos se cambiaban de sitio para no estar a mi lado, ya que necesitaba que me dijeran lo que el profesor escribía en la pizarra. Yo tenía mejores notas que los estudiantes que me estaban ayudando”

A pesar de los dolores causados por el avance del glaucoma, su férrea voluntad le empujó a esforzarse hasta el final para no perder el curso: “Me presenté a los exámenes, aunque solo veía con un ojo, y logré aprobar todas las asignaturas. Me dijeron que me estaba quedando ciega y me afectó mucho, pero mi verdadera preocupación era qué hacer para seguir los estudios”.

Cuando perdió por completo la vista, su madre la llevó a un centro para personas invidentes en el que pudo aprender a leer en braille: “Pasé tres años en este centro y acabé la secundaria. Mi madre fue la persona que más fuerza me dio en esos tiempos difíciles… Me ayudó a aceptarme y a que los demás me aceptaran”.

Awa Baguia en uno de los patios compartidos de la habitación que alquila en Uagadugú, Burkina Faso, en marzo de 2021.
Awa Baguia en uno de los patios compartidos de la habitación que alquila en Uagadugú, Burkina Faso, en marzo de 2021.Juan Luis Rod

Como muchos otros niños y niñas con discapacidad, sufrió discriminación en el aula, pero también recibió ayuda: “El rechazo del principio se transformó en apoyo, aunque algunos alumnos se cambiaban de sitio para no estar a mi lado, ya que necesitaba que me dijeran lo que el profesor escribía en la pizarra. El problema venía cuando yo tenía mejores notas que los estudiantes que me estaban ayudando. Siempre fui de las primeras de la clase”.

Con el constante sostén de su madre, Baguia se matriculó en la universidad: “Elegí los estudios de Sociología, aunque todo el mundo me lo desaconsejaba. Pero, una vez más, mi madre fue la que más me animó y me dijo que si no cogía el camino que yo deseaba, no llegaría hasta el final. Quería demostrar que el hecho de ser ciega no te impide realizar tu sueño y que la universidad también puede abrirse a las personas invidentes”.

Awa Baguia y uno de sus amigos caminan a casa después de su jornada laboral, en marzo de 2021.
Awa Baguia y uno de sus amigos caminan a casa después de su jornada laboral, en marzo de 2021.Juan Luis Rod

Awa Baguia se muestra en todo momento muy positiva y agradecida, aunque también cuenta experiencias dolorosas: “Las relaciones de amistad no siempre han sido fáciles… un chico de mi clase me apoyaba mucho, pero me trataba como si yo fuera su propiedad privada. Cuando otra persona quería ayudarme, se ponía celoso. Hasta que un día me amenazó. Es verdad que soy ciega, pero eso no quiere decir que me tenga que someter a los que me ayudan”.

La parte más difícil del camino fue la universidad: “Tuve problemas con algunos profesores. Uno de ellos dijo públicamente que siendo ciega, no podría aprobar su asignatura. Cuando levantaba la mano para preguntar o participar, nunca me permitía expresarme. Además, no quería darme la versión numérica de los documentos que había que leer. Entonces me fui a su despacho y le dije: ‘Soy ciega, usted ha dicho que no conseguiré sacarme los estudios, pero sé que puedo hacerlo’. El profesor ignoraba que una persona invidente puede estudiar y ni siquiera se había molestado en entender. Lo triste es que barres el camino y cuando ya has pasado, la gente vuelve a echar basura detrás de ti… Después de mí, todos los que han intentado hacer los estudios de Sociología se han rendido. Peleas y solo te sirve a ti”.

Cuando acabé la carrera, sentía que podía volar. Pero luego vino el mundo del trabajo… Envié mi currículum a muchas organizaciones, pero sin éxito

Cuando Baguia defendió su trabajo de fin de carrera, los medios de comunicación hablaron de su exitoso ejemplo, pero luego surgieron más obstáculos: “Cuando acabé la carrera, sentía que podía volar. Pero luego vino el mundo del trabajo… Envié mi currículum a muchas organizaciones, pero sin éxito. Hasta que al final decidí presentarme a una oposición para ser funcionaria. Incluso si pedían un nivel más bajo del que yo tenía, iba a obtener un trabajo. Y así es; hoy soy funcionaria. Aunque, en el fondo, a mí me gustaría ser cooperante en una organización humanitaria”.

Para esta burkinesa, la clave de su éxito está en rodearse de personas generosas: “Cuando no estás en el lugar de una persona, la juzgas sin saber. Quisiera que cualquiera que se encuentre en una situación como la mía tenga la suerte de rodearse de buenas personas, que tenga un entorno favorable, que los padres y los profesores entiendan que hay alumnos que tienen características especiales”.

Awa Baguia junto a una niña de 12 años de una familia de desplazados internos, en marzo de 2021, dentro de su casa, en Uagadugú, Burkina Faso.
Awa Baguia junto a una niña de 12 años de una familia de desplazados internos, en marzo de 2021, dentro de su casa, en Uagadugú, Burkina Faso.Juan Luis Rod

Awa Baguia es autónoma en muchas tareas, pero para moverse en la ciudad necesita a alguien que la lleve. En el hogar, cuenta con la ayuda de una niña de 12 años de una familia de refugiados (en Burkina Faso ya hay más de dos millones de desplazados internos a causa de los ataques perpetrados por grupos armados): “Su madre se la dejó a mi tío y él le dijo que se quedara conmigo. Nunca ha sido escolarizada. Me ayuda en los quehaceres de la casa y yo comparto todo con ella. Por el momento, no tengo pareja, los chicos son demasiado materialistas y me gustaría encontrar a alguien que comprenda el valor de la mujer”.

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