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El dirigente que abrió su casa a los desplazados por el yihadismo en Burkina Faso: “No puedes mirar hacia otro lado”

Diambendi Madiega acogió a 37 familias que huían de la violencia en el país africano y convenció a sus vecinos para que hicieran lo mismo

Diambendi Madiega (con muletas), jefe tradicional de Bollé en Burkina Faso, visita a personas desplazadas, en una imagen sin datar facilitada por Acnur.
Diambendi Madiega (con muletas), jefe tradicional de Bollé en Burkina Faso, visita a personas desplazadas, en una imagen sin datar facilitada por Acnur.Nana Kofi Acquah
José Naranjo

“Cuando los vi llegar, les abrí la puerta. No puedes mirar hacia otro lado ante el sufrimiento ajeno”, asegura Diambendi Madiega en conversación telefónica con EL PAÍS. Este sanador de 68 años y jefe tradicional de la localidad de Bollé, en el centro de Burkina Faso, ha acogido en su casa y terrenos próximos a nada menos que 37 familias de desplazados por la violencia yihadista que se extiende por medio país y ha negociado con sus vecinos para que hicieran lo mismo. La próxima semana recibe el premio Nansen otorgado por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), que comparte con su compatriota Roukiatou Maiga, pero él piensa que el mejor premio es servir a los demás.

Desde hace tres años es conocido como el Nabaa Wogbo, que en lengua moré de la etnia mossi significa el Jefe Elefante. “Cuando te nombran líder tienes la obligación de ocuparte de los otros”, añade Madiega a través del teléfono sentado en una silla de madera del patio de su casa en el hueco que dejan libre las casetas de los desplazados. Pero no fue solo por compasión. “La idea era evitar conflictos con la población local. Ellos vienen huyendo de la violencia, están tristes y perturbados mentalmente, lo peor que les puede pasar es tener que sufrir rechazo allí donde se instalan. Ellos no quieren estar aquí, querrían regresar a sus pueblos y hogares”, comenta.

Burkina Faso vive la crisis de refugiados y desplazados que empeora más rápido de todo el mundo. Hace cinco años apenas eran 9.000 las personas obligadas a huir de sus hogares por la violencia yihadista que asomaba por el norte a través de la frontera con Malí; en la actualidad son más de 1,4 millones para un país de 20 millones de habitantes: el 7,5% de su población ha tenido que abandonarlo todo. Ya no está afectado solo el norte del país: los asesinatos, secuestros y extorsiones se extienden también por las zonas rurales del centro y este.

“Metí en mi casa a todos los que pude, pero no era suficiente. Entonces convencí a otros jefes de familia para que acogieran a estas personas. Tampoco fue suficiente, muchos seguían durmiendo debajo de los árboles. Al final llegó la Acción Social del Gobierno y luego Acnur , que proveyeron de tiendas de campaña y artículos del hogar. Sin embargo, sigue sin haber casetas para todos así que hemos cedido tierras para que se instalen y muchos siguen en nuestras casas”, relata Madiega, quien cada día se interesa por la suerte de sus huéspedes y trata de ayudarles en lo que puede en un conflicto que se ha complicado por la violenta represión del Ejército y por la irrupción de grupos armados de autodefensa.

Casado con cinco esposas, la última de ellas una viuda a la que ofreció su ayuda, y padre de 32 hijos, el Jefe Elefante nunca pudo imaginar que Burkina Faso viviría una situación como esta. “Ningún burkinés creo que lo hubiera pensado jamás. Cuando era pequeño, los ancianos nos decían que a lo largo de una vida había tiempo para la alegría y para el dolor. Este, sin duda, es un tiempo de dolor, es una desgracia la que ha caído sobre Burkina Faso, rezo cada día para que Dios nos libere de este infortunio”, apunta el jefe tradicional de Bollé. Solo en este pequeño pueblo hay unos 2.000 desplazados procedentes de zonas como Arbinda, Dori o Barsalogho.

Las personas desplazadas que llegan a Bollé huyen de masacres cometidas tanto por los yihadistas como por otros grupos armados en un conflicto que ha provocado más de 5.000 muertos desde 2015, siendo víctimas tanto civiles como soldados burkineses. El último incidente tuvo lugar el pasado miércoles cuando cinco militares murieron y uno resultó herido tras pisar una mina artesanal el vehículo que viajaban en la zona de Mentao, en el norte del país. Las Fuerzas Armadas han abandonado muchas zonas rurales y se han replegado sobre las ciudades ante el avance de los yihadistas, limitándose a hacer patrullas en las principales carreteras.

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Roukiatou Maiga, en defensa de la mujer

Acnur creó el premio Nansen en 1954 para honrar a personas, grupos y organizaciones que han destacado en su labor para proteger a personas apátridas, desplazadas y refugiadas. El nombre procede de Fridtjof Nansen, un explorador, científico y diplomático noruego que fue el primer responsable de la agencia de Naciones Unidas y recibió el Premio Nobel de la Paz. El jefe Diambendi Madiega comparte galardón este año con la también burkinesa Roukiatou Maiga, de 55 años, presidenta de la asociación Djam Weli (La paz es buena, en lengua fulani).

Maiga no solo ha acogido en su propia casa a desplazados, sino que ha desempeñado un rol clave como mediadora en conflictos intercomunitarios y mantiene una especial preocupación por ofrecer asistencia y empleo a mujeres, algunas de ellas víctimas también de violencia sexual. En 2020 su hijo mayor fue asesinado por un grupo armado, pero ella sigue adelante con su labor.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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