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Migrados
Coordinado por Lola Hierro
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Un oasis en medio de la ruta migratoria entre Guatemala y Honduras

Una cooperante española que colabora en una casa de acogida de la frontera entre ambos países centroamericanos recoge las quejas de los migrantes sobre los sobornos y otros problemas que sufren durante su periplo

Una niña juega con una pistola de burbujas regalada por el personal de Migración luego de ser deportada con su familia desde Texas a Ciudad de Guatemala (Guatemala).
Una niña juega con una pistola de burbujas regalada por el personal de Migración luego de ser deportada con su familia desde Texas a Ciudad de Guatemala (Guatemala).Esteban Biba (EFE)

Como cada mañana, bien temprano, el timbre de la casa del migrante de Esquipulas, en Guatemala, comienza a sonar. Los primeros viajeros llegan con rostros desencajados, cansados, con hambre y pidiendo un lugar donde refugiarse durante unas horas o una noche. La mayoría de ellos proviene de Honduras, El Salvador, Haití, Cuba o Venezuela, pero también puede encontrarse algún que otro africano y pakistaní.

La casa de Esquipulas es un hogar seguro de paso para miles de personas que cruzan Guatemala en su ruta hacia México o Estados Unidos, pero también una parada en el camino para aquellos que deciden regresar a su país y abandonar el sueño americano.

Este centro de acogida temporal se encuentra apenas 12 kilómetros de la frontera con Honduras y presta servicio médico, alojamiento, alimentación y, sobre todo, una escucha activa para todos los que llegan. El equipo que trabaja allí apenas es suficiente para poder atender al gran flujo de personas que cada día pide refugio a su paso. La cantidad de personas procedentes de Centroamérica que transita hacia el norte del continente ha aumentado significativamente durante los últimos 30 años, en un 137% entre 1990 y 2020: de 6,82 millones a casi 16,2 millones, según datos de Naciones Unidas.

Las manos de una sola cocinera preparan tres tiempos de comida para más de cien personas, mientras la encargada de recepción no para de registrar a todos los que van llegando, en su gran mayoría grupos de cinco o seis, familias y caravanas de hasta 20 individuos. En los últimos meses, ha sido tanto el ir y venir que la casa se encuentra casi al doble de su capacidad y la capilla ha tenido que convertirse en un dormitorio con colchonetas en el suelo para alojar a los últimos que llegan cada tarde. Una de las normas es que no pueden quedarse más de una o dos noches; no obstante, encontramos a varios que ya llevan cinco días y siguen sin saber hacia dónde ir.

Migrar sin retorno

Josué, de apenas 21 años, lleva más de cuatro días en el albergue con su esposa y su hijo de siete años. Sin trabajo y acogidos por unos amigos, este matrimonio tomó la decisión de salir de Honduras hace una semana. Consiguieron entrar a Guatemala por uno de los puntos ciegos del monte para esquivar el puesto fronterizo y poner rumbo hacia un futuro mejor. En el trayecto fueron asaltados y les quitaron las pocas pertenencias que tenían, entre ellas la documentación y un teléfono móvil.

Él cuenta que la primera noche tuvieron que guarecerse debajo de un puente cerca del río, pero ahora se sienten felices porque al menos tienen un colchón dónde dormir y un plato de comida al día. Esta pareja se encuentra perdida y sin saber hacia dónde ir. La única solución es echarse a caminar 200 kilómetros hasta la capital, pues no cuentan con ningún recurso económico que les permita comprar tres pasajes de autobús y la inversión de pagar a la policía de los retenes para que les dejen pasar. Con miedo y confusión, esta pareja solo ve posible quedarse en Guatemala, encontrar un trabajo y seguir adelante con su vida. Más unidos y enamorados que nunca, Josué y Karen únicamente quieren trabajar y darle un futuro a su hijo. Este, con signos de desnutrición, aún no ha pisado una escuela y no sabe ni leer ni escribir.

Muchos de los que llegan a este albergue acaban de iniciar el camino; mientras otros ya llevan semanas y meses en ruta. Como Ezequiel y Grecia, una pareja de venezolanos que ha huido de su país con sus dos hijas adolescentes: Paola, de 16 años, y María Alejandra, de 13. Su meta es llegar a Estados Unidos y que las niñas puedan estudiar. Mientras, algunos voluntarios les hacen el registro y les preparan un refrigerio.

Guatemala se sitúa en la quinta posición de países más corruptos de América Latina y en la 25 a nivel mundial en 2021

Paola me cuenta con el rostro cansado que quiere estudiar medicina. Ezequiel, orgulloso de sus chicas, resalta que ambas son muy buenas estudiantes y que serán lo que quieran ser. Por el contrario, Grecia pide que la vea la doctora, pues ha sufrido una caída cuando atravesaban el monte, su tobillo está hinchado y le cuesta caminar. Pero este traspié no supone nada para ellos, pues el tramo más difícil ha sido cruzar la selva del Darién a su paso por Colombia y Panamá. Para un padre como Ezequiel, esta jungla ha sido lo más cerca al infierno que ha estado nunca: un total de 10 días caminando entre el lodo, cuerpos sin vida y grupos armados, hacen que a este venezolano se le corte la respiración por unos segundos. Con lágrimas en los ojos, mira al cielo y da gracias a Dios porque a sus hijas no las violaron en el trayecto como a muchas otras tantas. En este caso, la familia no pasará la noche en la casa, pues la mamá de Grecia ha conseguido enviarles un poco de dinero y han decidido coger un autobús hasta la capital y seguir en busca de sus sueños.

Sobre las seis de la tarde, un coche patrulla de la PNC (Policía Nacional Civil) estaciona enfrente de la casa, viene a dejar a cuatro mujeres haitianas con un bebé y dos niñas de cinco y seis años. Este grupo había abandonado la casa la noche anterior rumbo a la capital. En su paso por el camino habían lidiado con varios retenes policiales, pero este último no les ha sido posible esquivar. Con 150 dólares menos en el bolsillo y vuelta atrás, volverán a pasar la noche en el albergue esperando alguna remesa para poder comprar otro billete de autobús. Su otra opción, ponerse a caminar de nuevo.

Un negocio que nadie está dispuesto abandonar

Guatemala se sitúa en la quinta posición de países más corruptos de América Latina y en la 25 a nivel mundial en 2021, según el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparency International. Con un Estado de Derecho debilitado y una democracia debatida que permite la impunidad y que no avance la justicia independiente, los casos de corrupción se terminan convirtiendo en cultura y costumbre. Resulta difícil en un país como Guatemala hablar de derechos humanos y aún menos de los derechos de los migrantes. La denuncia es casi imposible y los mecanismos inexistentes.

En la ruta del oriente del país hasta México, los migrantes deben preparar sus carteras para pagar a los numerosos retenes de policía que se encuentran en el camino. Conductores de autobuses, taxistas o coyotes y muchos otros se lucran de la necesidad y desesperación de estas personas, creando una red de coordinación con las instituciones policiales para sacar tajada. A diario, un total de entre cuatro y cinco retenes se establecen en la carretera que une Esquipulas con la Ciudad de Guatemala. Depende de la nacionalidad, el coste para poder pasar sin ser devueltos a la frontera hondureña es de entre 10 y 15 dólares (ocho a 12 euros). En mucho de los casos este mecanismo suele funcionar, sin embargo, en muchos otros los migrantes no solo tienen que pagar, sino que son deportados.

Resulta difícil en un país como Guatemala hablar de derechos humanos y aún menos de los derechos de los migrantes

Estefanía, Bárbara y Carolina son tres mujeres venezolanas acogidas en la casa del migrante de Esquipulas. Enfadadas y alteradas, quieren denunciar su situación. Con vídeo en mano, Carolina muestra cómo la policía les ha extorsionado y les ha devuelto a la frontera de Honduras, interrumpiendo su paso hacia su destino. Carolina, de 42 años, viaja con su hija Cristina, de 17, y con Jacinto, otro joven venezolano que se han encontrado en el camino. Con una vida acomodada en Venezuela, dos apartamentos y una droguería, esta mujer vendió todas sus propiedades por 3.000 dólares para poner rumbo a Estados Unidos, donde vive alguna amiga. Carolina cuenta que el sueldo actual en Venezuela no supera los cuatro dólares y que ya no puede seguir manteniendo a su familia. Con furia narra como ya le queda poco dinero en su bolsillo y no sabe cuánto tiempo y dinero le costará cruzar Guatemala.

Son las ocho y media de la tarde, las luces ya están apagadas y todo el mundo descansa en sus habitaciones. Pero Estefanía, Bárbara y Carolina insisten en denunciar lo sucedido. Ángel, el abogado del grupo que acompaña, cede a tramitar una solicitud de denuncia a la procuraduría de los derechos humanos de Guatemala. Tras más de una hora de entrevista y discusión, la denuncia queda puesta; no obstante, todos sabemos que de poco servirá. Pues los cobros ilícitos y los obstáculos a los migrantes seguirán dándose día tras día.

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