_
_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nómadas de ciudad

Las cifras de la vivienda pública en España son tan bajas que es tan probable ganar en los juegos de azar como obtener un piso de protección oficial

Construcción de viviendas de protección oficial, en Cornellà de Llobregat.
Construcción de viviendas de protección oficial, en Cornellà de Llobregat.
Najat El Hachmi

El rumor corrió como la pólvora: el ayuntamiento iba a construir un bloque entero de vivienda social protegida. Era algo inaudito, nos preguntamos si no se trataría de un rumor, una leyenda. Pero no, venía en el periódico local, ¡era verdad! Algunos ni siquiera sabíamos que existiera esa posibilidad. Nos sonaba que las “casas baratas” fueron construidas para los pobres y por eso tenían techos bajos y paredes de papel. Se construiría un edificio entero que se alquilaría por un precio increíblemente bajo en comparación con el del mercado libre. ¡Imagínate qué respiro a final de mes! Y, por una vez en la vida, los pobres nos permitimos soñar: un piso nuevo y limpio del que no nos echarían nunca. Nos olvidaríamos de los contratos, de buscar sin parar y que te rechacen cuando dices tu nombre con demasiadas aspiradas, demasiadas guturales. Incluso podríamos dejar de mudarnos cada dos por tres, ese terrible tránsito que nos convertía en nómadas de ciudad. Si nos lo daban, estaríamos seguros, podríamos vivir por primera vez sin esa angustia acuciante que lo impregnaba todo. De lo que no nos dimos cuenta en un primer momento era de que los que soñábamos con el dorado de la vivienda éramos muchos: madres solas con hijos, familias numerosas, parados de larga duración, pensionistas, señoras mayores que cobraban la mínima y un largo etcétera. Así que nos entregamos en masa a los juegos del hambre de la burocracia de solicitudes con puntuaciones y baremos. Cuanto más desgracias acumularas, más números tenías de que te tocara el premio. Porque esa fue la sensación que nos quedó a los que concurrimos, que más que una medida de protección social real, de lo que se trataba era de un sorteo. Hubo quien siguió jugando a la lotería al darse cuenta de que era tan probable ganar en los juegos de azar como obtener un piso de protección oficial.

Las cifras de la vivienda pública en España son de chiste, tan ridículamente bajas que hasta llegamos a celebrar que en Barcelona nos presentaran como iniciativa pionera y “solución habitacional” un edificio hecho con contenedores de camiones. El otro día pasé por delante de uno de estos bloques provisionales y pensé que esos pisos camión son el símbolo que mejor representa la situación que viven miles de personas en grandes ciudades como Barcelona: un espacio pequeño y provisional pensado para contener objetos que ahora contiene personas. Y que se puede trasladar de un sitio a otro siempre que haga falta. Una jaima en el primer mundo para nómadas que no quieren serlo.


Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_