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Columna
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Agricultor contra agricultor

Lo que toca corregir en el campo puede hacerse con menos nacionalismos esencialistas y más inteligencia en el diseño de lo que favorece a todos

Los agricultores bloqueaban con sus tractores el día 6 la A-42 a la altura de Illescas (Toledo).
Los agricultores bloqueaban con sus tractores el día 6 la A-42 a la altura de Illescas (Toledo).ALEX ONCIU
David Trueba

Raro será el español de una cierta edad que no sea hijo de un agricultor, hijo del campo. Algunos que lo somos, quizá somos también hijos de la emigración y del abandono de la labor del campo. Por eso me sorprende tanto que los políticos radicales intenten apropiarse del desasosiego de los agricultores como si estos fueran bobos que les van a comprar sus recetas de seducción facilonas y primarias. Todos sabemos que dorar la píldora a los queridos niños votantes es la primera dedicación de los políticos profesionales, pero a veces algunos toman al pastor por miembro del rebaño. Los agricultores tienen un problema serio que los ultras no van a solucionarles. Porque sus problemas apuntan en varias direcciones opuestas a las recetas que les propinan. La primera es la intervención de precios en la cadena alimentaria. Esto, que es básico, no encuentra el mínimo apoyo en los partidos que han salido a defenderlos con aspavientos. Para ellos el mercado es sagrado y en su competición quien pierde tiene que fastidiarse, así es la vida. Eso es lo que piensan, pero no lo dicen, claro.

El otro problema básico es que la transición verde se ha diseñado sin tener en cuenta al que vive del campo. Pero eso no significa que el agricultor no conozca la verdad incuestionable de que vivimos en una crisis climática y tenemos que encontrar soluciones. Por supuesto que podemos llevar a agua desalada en barcos a las ciudades españolas que están inmersas en una crisis de sequía extrema. Lo que no vamos a poder es regar los campos y evitar la deriva meteorológica que va a transformar regiones enteras de nuestro país en algo muy cercano a los desiertos del Sur. Por lo tanto, los cantos para seducirles pronunciados por los negacionistas, si acaban creyéndoselos, retratarán un caso más de esos en que la ideología sirve de venda para taparte los ojos y la boca. Tampoco más burocracia ni más pelotazos de las grandes empresas del sector energético salvarán las labores del campo.

Pero hay otro asunto que contradice la deriva nacionalista que quiere apropiarse de las inquietudes del campo. Seamos sinceros: los agricultores franceses se han manifestado contra los agricultores españoles, portugueses e italianos. Los agricultores polacos y húngaros lo hacen contra los agricultores rumanos y ucranios. Consideran que los productos del vecino amenazan su estatus. Por lo tanto, sería muy interesante que las asociaciones afines a los partidos ultranacionalistas en cada país aclaren cómo van a marcarse el terreno unos a otros si tan solo saben desacreditar el orden negociado que sale de Bruselas. Dudo que los imitadores de Orbán puedan explicar a los países vecinos de Hungría, a los que esta pretende imponer aranceles y bloqueos para entrar sus productos, que son socios en alguna cosa, pero en lo principal cada cual defiende sus intereses particulares. Esa mentira dialéctica convierte la batalla actual en una guerra de agricultor contra agricultor, del español contra el rumano y el francés contra el español, en una escalada viciosa. El mercado común nos ha hecho más fuertes. Parte de la burocracia combate la corrupción en el reparto de subvenciones y lo que toca corregir puede hacerse con menos nacionalismos esencialistas y más inteligencia en el diseño de lo que favorece a todos.

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