Los días perfectos de TikTok
Como saben cineastas y adolescentes creadores de contenidos, la música y la luz en movimiento son capaces de transformar en heroico cualquier martes
En Perfect days (Los días perfectos), la película de Wim Wenders que compite como mejor cinta extranjera en los Oscar, el protagonista es un hombre japonés maduro, solitario y poco hablador que vive con intensidad una vida pequeñita construida sobre rutinas implacables. Limpia baños en Tokio, pero como Amélie Nothomb en Estupor y temblores, encuentra paz en la decisión de servir y en hacerlo a la perfección. En sus días hay un poco de misterio, un poco de amistad, un poco de lectura, un poco de jardinería, un poco de música, un poco de fotografía, un poco de esperanza, un poco de felicidad, un poco de tristeza.
Entre su casa y su trabajo existen terceros lugares a donde acude de forma regular para encontrarse con otros, como los bares, un parque, una tienda de revelado de fotos, una librería. En su vida equilibrada y solitaria nada ni nadie ocupa un lugar mayor que el resto.
Todos buscamos perfeccionar el día a día, pero el protagonista de Perfect days se atreve a llevarlo hasta el extremo. La idealización actual de la vida de nuestros abuelos se explica en parte por esa admiración de lo simple, por la intuición de que al refinar las acciones cotidianas repitiéndolas de forma deliberada, atenta y en calma es posible desvelar algún secreto de la existencia. Por supuesto que somos la suma de nuestros días, y estos los forman los hábitos o su ausencia, y poco más hay.
Las chicas jóvenes de la película conectan especialmente con las aficiones analógicas de este hombre del pasado que no sabe qué es Spotify, escucha música en viejas cintas y repite con su Olympus de carrete la misma foto al mismo árbol sin que los resultados se parezcan. Le fascina el delicado juego de luces y sombras que forma el sol al atravesar las hojas, algo que tiene un nombre en japonés, komorebi.
Las imagino a ellas enganchadas a TikTok. Como saben cineastas y adolescentes creadores de contenidos, la música y la luz en movimiento son capaces de transformar en heroico cualquier martes. En la red a este embellecimiento se le llama “romantización” y sus mantras se repiten en muchas piezas cortas, con un éxito especial entre las más jóvenes. Ordena, mantén un diario, lee, escucha una canción, respira, haz las cosas con calma, piensa que cada café que tomas es el mejor del mundo. “Niñas, a mi romantizar mis espacios, mis emociones y mis momentos me cambió la vida”, dice la tiktoker Saris en un vídeo.
En TikTok es estructural la obsesión por las rutinas (matutinas, de sueño, de cuidado de la piel, deportivas, de trabajo de nueve a cinco y de ocio de cinco a nueve) y la fijación por fórmulas y trucos para resolver problemas comunes de orden y organización (como por ejemplo el armario cápsula, que aspira a solucionar los dilemas de vestuario a través de la selección extrema del número de prendas permitidas). También son clásicos los formatos donde el autor o autora es consciente de su normalidad y la presenta a un observador externo (“pasa un día en mi vida”, “prepárate conmigo para”). Sobra obsesión por el consumo, y falta verdad en su estética, alejada de la belleza que dejan la repetición y el tiempo en los lugares y herramientas funcionales. Pero pienso que TikTok, más que una plataforma de entretenimiento, lo es de aprendizaje y autoayuda, un lugar donde millones de personas pelean desesperadamente por optimizar su vida cotidiana para que el interés compuesto de sus hábitos acabe llevándolas a una vida futura algo mejor, incluso un poco más feliz.
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