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Columna
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Telón Delon

Ahora que se exige el móvil a los ancianos para tener acceso a su cuenta bancaria de ahorros, alguien debería detenerse a denunciar la violencia contra ellos

Alain Delon
Alain Delon en el Festival de Cannes de 2013.Andreas Rentz (Getty Images)
David Trueba

Ahora que hay jueces emperrados en buscar delitos de terrorismo allá donde toca para interferir en la agenda política, supongo que a nadie le habrá pasado desapercibida la noticia de que un hombre murió en las urgencias de un centro sanitario de Madrid que funcionaba sin médicos asignados. La desvalorización de la sanidad pública es una acción que algunos podrían considerar terrorista si se trata de contar muertos y no de contar cuentos. Ya durante la pandemia y el confinamiento vimos la violencia terrible que se ceba con los ancianos. En un mundo en el que hay plan de futuro para todo, progreso tecnológico y un enriquecimiento sin límite de cuatro empresas feudales de comunicación, resulta que nadie sabe qué hacer con los ancianos. Una forma sutil de terrorismo es el apartamiento indecente que padecen. El negocio levantado para proceder a su arrinconamiento nos descorazona. En un sector en el que el Estado tendría que responsabilizarse de quienes trabajaron para la riqueza nacional, resulta que se ha permitido un lucro incesante que en demasiadas ocasiones optimiza los ingresos gracias a contratar profesionales en precario sin mínima preparación, comidas de rancho infecto y desdén administrativo.

Ahora que se exige el móvil a los ancianos para tener acceso a su cuenta bancaria de ahorros, alguien debería detenerse a denunciar la violencia contra ellos. Una violencia, me temo, que comienza por el orden social que nos hemos fabricado, en el que no hay tiempo ni espacio familiar para la acogida, para hacer cálida la última fase de la vida de quien más queremos. No hay biografía que no termine por unos años de profunda decadencia. Es un designio natural y, sin embargo, como hemos diseñado la agenda humana sin tener en cuenta la biología nos damos de bruces contra nosotros mismos. Sucede a cada paso, en la escolarización temprana, en el embarazo tardío, en la fertilización incierta, en la vejez. Todo el calendario forzado por nosotros parte de un desprecio absoluto a nuestra propia naturaleza.

Ahora que Alain Delon ha llegado a la vejez después de representar el esplendor de la belleza durante sus mejores años ha lanzado un grito resonante para pedir una muerte digna. Lo ha hecho también la cantante Françoise Hardy. Siempre me interesó mucho la peripecia vital de los guapos. Tanto es así que titulé mi primera obra de teatro de ese modo, Los guapos, porque todo es una cuestión de tiempo, incluso la belleza, y es dulce, de algún modo, verificar con mano melancólica su paso perceptible por un cuerpo. Delon vive sus últimos instantes enfangado en disputas familiares, como sucede alrededor de tantos ancianos adinerados. Qué asco el concepto de la herencia monetaria, de verdad. El bello protagonista de Rocco y sus hermanos, El gatopardo, A pleno sol y La piscina, esta última junto a Romy Schneider, unos de sus grandes amores, y otra de esas bellezas trágicas, no merece un telón grotesco y doloroso. Pero habrá que agradecerle que igual que nos enseñó a suspirar al verle en pantalla y pensar, dios santo, qué hermosa puede llegar a ser la naturaleza humana, ahora, cuando leemos de sus últimos días, nos ayuda a entender y mirar lo que hay por delante y pensar, dios santo, qué espantoso mundo hemos diseñado para cuando llega la hora de decir adiós. La despedida es muy importante en todo. Trabajemos por mejorarla.

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