_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Escritores y perros

Mientras las palabras brotan y se alinean formando sentido, ahí cerca, a los pies de quien escribe, un pecho cubierto de pelambre sube y baja al ritmo de la pausada respiración

El filósofo Schopenhauer con su caniche, en una xilografía de Johann Jacob Ettling publicada en el 'Frankfurter Latern'.
El filósofo Schopenhauer con su caniche, en una xilografía de Johann Jacob Ettling publicada en el 'Frankfurter Latern'.ullstein bild via Getty Images

El filósofo Arthur Schopenhauer se hizo acompañar a lo largo de su vida por sucesivos caniches. Es sabido que prefería los perros a los hombres. Dejó escrito que el perro “es fiel en la tempestad; el hombre ni siquiera cuando sólo hay viento”. Uno, por suerte, ha tenido roces algo más gratificantes con sus congéneres; así y todo, poco me costaría confeccionar una lista extensa de contemporáneos que no le llegan a mi perra, en nobleza de carácter y en otros atributos que me callo, al corvejón. Thomas Mann dedicó una obrita afectuosa, de elevada escritura, a su compañero peludo, traducida a la lengua española con el título de Señor y perro. Me viene asimismo a la memoria un hermoso poema de Vicente Aleixandre (ese hombre que, por encima de todo, necesitaba amar) dedicado a su perro Sirio. En uno de los versos sitúa al animal en un “reino de serenidad y silencio”. Me pregunto si dicho reino sería el jardín de su casa de la calle Velintonia, en venta por subasta y abandonada como tantas cosas de provecho cultural descuidadas por esos que dicen llamarse servidores públicos. Hay una fotografía de Pérez Galdós que me inspira particular simpatía. Muestra al novelista envejecido, sentado en la terraza de su palacete de Santander, hoy inexistente (otra pérdida cultural). En una mano sujeta un puro. La otra aparece blandamente posada en el cuello de un mastín con cara de buen amigo. A uno lo complace imaginar a esos y otros canes adormecidos junto al escritorio. Y mientras las palabras brotan y se alinean formando sentido, ahí cerca, a los pies de quien escribe, un pecho cubierto de pelambre sube y baja al ritmo de la pausada respiración. Puede ocurrir que la mirada del escritor y la del animal se crucen un instante. Yo imagino los ojos del perro teñidos de lástima, diciendo: ¿Por qué te castigas, pobre humano? Con lo bien que estarías ahora corriendo por los montes.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_