_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Verdor terrible

La lucha contra la emergencia climática es una tarea común de todo el planeta, pero quienes tienen más deben arrimar más el hombro

La activista climática Licypriya Kangujam, durante una protesta en la COP28.
La activista climática Licypriya Kangujam, durante una protesta en la COP28.THOMAS MUKOYA (REUTERS)
Víctor Lapuente

De la cumbre del clima en Dubái ha salido un verdor terrible. Como el libro de título homónimo de Benjamin Labatut, el texto pactado por 200 países juega con el lenguaje y la ciencia. Esperemos que no sea ficción y se convierta en políticas reales. Pues, de momento, estamos abordando el objetivo más ambicioso de la historia de la humanidad, reducir un 50% las emisiones de carbono antes de 2030, con medios pírricos.

Los culpables somos todos, aunque nos guste señalar a los otros. Primero, a Arabia Saudí, Irak y otros exportadores de petróleo que quieren seguir estirando la cuerda de los petrodólares. Hasta que se rompa. Segundo, a los grandes contaminadores, EE UU y China, que se escudan más en un acuerdo para triplicar las energías limpias que en eliminar las sucias. Tercero, a la Unión Europea, por su falta hasta ahora de liderazgo en un asunto donde muchos de sus miembros llevan décadas siendo pioneros. Las economías avanzadas no hemos estado a la altura de lo que el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, llamó el “principio de responsabilidades comunes diferenciadas”. La lucha contra la emergencia climática es una tarea común de todo el planeta, pero quienes tienen más deben arrimar más el hombro. Por ejemplo, potenciando y controlando mejor el funcionamiento de los mercados de carbono, que pueden significar lo mejor del sector privado (la competencia) y del público (la búsqueda del bien común) o lo peor de ambos (la avaricia privada y la desidia pública).

Pero la experiencia de los países que sí han logrado reducir por su cuenta las emisiones de forma notable, como los nórdicos, nos enseña que la clave no son los grandes acuerdos entre países, sino los pequeños esfuerzos dentro de cada país. Los ciudadanos deben sacrificarse pagando impuestos más elevados a los carburantes (o peajes en las autovías) y reduciendo su huella de carbono firmando compromisos medibles a nivel de cada empresa o administración. Y los partidos deben sacrificar vacas sagradas de sus ideologías: la izquierda su rechazo a la energía nuclear (que hoy es necesaria) y la derecha su suspicacia al intervencionismo verde.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Que España haga una apuesta similar no nos garantiza revertir el calentamiento global, pero sí nuestra irresponsabilidad. Que es lo más importante. Podemos morir sin un planeta limpio, pero no con una conciencia sucia. @VictorLapuente

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_