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anatomía de twitter
Columna
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Trabajar 12 horas no es normal

Algunos sectores, como el hostelero, deben cuidar a sus trabajadores y mejorar sus condiciones. Es posible hacer las cosas bien

Un camarero trabaja en un bar de la Ronda Sant Pere, en Barcelona.
Un camarero trabaja en un bar de la Ronda Sant Pere, en Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI
José Nicolás

Jorge de Cascante escribió hace unos días en la red social de la equis blanca sobre fondo negro sobre los temas que se abordan recurrentemente: “Leyendo una vez más sobre el debate ‘literatura de calidad contra literatura de masas’ en Twitter, sencillamente el ciclo de la vida. En el episodio de mañana: ¿un policía... es clase obrera?”. En ese ciclo de la vida, le ha tocado el turno a la precariedad en la hostelería. Ha sido a partir de unas declaraciones de José Luis Yzuel, presidente de la Confederación Empresarial de Hostelería de España o, más sencillo, “el presidente de los hosteleros”, como tituló este diario.

Yzuel criticó en una comparecencia las protestas de los camareros por trabajar jornadas de 10 horas: “Toda la vida hemos hecho en hostelería media jornada: de 12 a 12″. También hizo referencia a las generaciones más jóvenes, que, además de estas jornadas laborales maratonianas, se quejan por tener que trabajar fines de semana y festivos —qué cosas, ¿eh?—. Seguidamente —no todo lo que dijo es por entero criticable—, reconoció que ese exceso de horas hay que pagarlo: “Eso no quiere decir que no se les pague, que no se les compense”. Y añadió que hay “muchas empresas” que dan más vacaciones o un sobresueldo por esta contingencia. Y ahí está el problema, claro, pues no todas las empresas lo hacen. Es algo que debería ser obligatorio, ya que lo contrario supone precarizar y explotar. Y la queja resulta razonable.

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La cuenta @soycamarero, que recopila habitualmente ofertas y conversaciones de aspirantes a puestos de trabajo en hostelería casi esclavistas, ha publicado esta semana una captura de pantalla de WhatsApp en la que el empleador no desvela el salario que recibirá el camarero por su desempeño. Ante la pregunta directa por el salario, la respuesta es: “El sueldo en un principio será normal”, siendo “normal” lo que él considere, claro, y que le pagará en función de cómo trabaje. Estupendo.

Pero la precariedad no solo se da en la hostelería, faltaría más. Como decía, los usuarios tuitean habitualmente sobre la precariedad en sus puestos de trabajo y se hacen eco de las lágrimas vertidas por algunos patronos en las teles matinales porque “no hay mano de obra” o porque “nadie quiere trabajar”. Estos días, El Confidencial ha publicado un artículo en el que destaca la falta de jornaleros suficientes para cubrir la temporada de la aceituna en Andalucía. ¿Hay alguien que se sorprenda? Seguramente no, ya que son conocidas las condiciones laborales de estos trabajadores y resultan habituales las denuncias de explotación en el campo español. El periodista Idafe Martín tuiteó sobre ello: “Hay 15.000 españoles en la vendimia francesa pero no hay jornaleros para recoger aceituna. Y no saben por qué es. Qué cosa”. En marzo, Nacho Sánchez escribió en este diario sobre un informe de la ONG Ethical Consumer, que analiza la situación de los temporeros en Andalucía, cuyo salario se sitúa entre cinco y seis euros la hora, mientras que en Francia una hora en el campo se paga a un mínimo de 11,5 euros. El doble.

Justificar un abuso —sea del tipo que sea— con la excusa de que se ha hecho así “toda la vida” no sirve sino para demostrar que uno está equivocado y que no quiere cambiar. Y lo que deberían hacer algunos sectores, como el hostelero, es cuidar a sus trabajadores y mejorar sus condiciones laborales. Quizá resulte complicado, pero, como hijo de hosteleros, sé que es posible hacer las cosas bien.

Por cierto, horas después de que estallase el incendio, Yzuel publicó un vídeo en el que pedía disculpas por el desafortunado comentario, el chascarrillo, “la broma”. ¿Les suena?

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Sobre la firma

José Nicolás
Trabaja en la sección de Opinión, es uno de los encargados de sus contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es graduado en Periodismo por la Complutense y máster en Periodismo de Datos y Nuevas Narrativas en la Universitat Oberta de Catalunya. Antes de su llegada a EL PAÍS trabajó en Onda Regional de Murcia y Cadena SER.

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