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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Azul oscuro casi negro: la derecha europea en tiempos de auge ultra

La influencia de los partidos extremistas sobre los conservadores tradicionales es tangible y plantea claros riesgos de erosión de derechos y del proyecto europeo

Hungria
Los primeros ministros de Italia, Giorgia Meloni, y Hungría, Víctor Orbán, en primer plano ante la mirada de su homólogo polaco, Mateusz Morawiecki, el 29 de junio en Bruselas.Geert Vanden Wijngaert (APN)
Andrea Rizzi

La cooperación entre derecha y ultraderecha avanza con fuerza en Europa. En octubre del año pasado, se instaló en Suecia un Ejecutivo de partidos conservadores con el apoyo externo de uno ultra; y en Italia, otro con los ultras de Giorgia Meloni al mando y populares en el Ejecutivo. En junio, en Finlandia se conformó otra coalición de Gobierno que incluye en puestos ministeriales a la derecha extrema. Los sondeos apuntan a que una coalición de derecha popular y ultra es una opción probable para el próximo Gobierno de España, y ya es una realidad en varias comunidades autónomas. El líder de los populares españoles ha declarado en una entrevista con el diario El Mundo que “sería bueno para la UE que Meloni acabara en el PPE” (Partido Popular Europeo).

Por otra parte, la ultraderecha revalidó su mandato en Hungría en abril de 2022, tiene visos de obtener otro mandato en Polonia en las elecciones previstas a finales de este año, está disparada en Alemania y tiene casi aniquilada a la derecha supuestamente moderada en Francia.

El auge de la derecha extrema y su influencia en la derecha tradicional —estén o no en coalición― representan la historia política más trascendental de nuestro tiempo en Europa. Se ha alertado abundantemente de los riesgos que entraña. ¿Qué ha ocurrido realmente en los últimos meses? En España, este sábado es día de reflexión y es un buen momento para hacer un repaso a algunas señales significativas procedentes del resto de Europa acerca de cómo evolucionan partidos conservadores en este contexto. Por supuesto, hay diferencias entre las distintas ultraderechas, y las hay en cómo reaccionan los populares y partidos similares, pero es evidente que también hay tendencias comunes.

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El barco con aspecto de gran prisión de cemento que hemos visto atracar esta semana en el Reino Unido es un recordatorio de que no es necesaria una dependencia inmediata de formaciones ultras para que su influencia se haga notar en los partidos conservadores tradicionales. Los tories británicos se fueron radicalizando hace años bajo la fuerte presión del UKIP, que los indujo a convocar el referéndum del Brexit que abrió la espita nacionalista inglesa y tantos ciudadanos ahora lamentan. Después de la desaparición del rival, siguen siendo un partido que defiende ideas como rebotar a Ruanda a solicitantes de asilo —decisión considerada ilegal por un tribunal británico (y, debe recordarse, parecida a una que plantearon los socialdemócratas en Dinamarca)—; propone otras medidas extremas y está cómodo con ese barco que, aunque no encerrará a las personas, representa un mensaje de gran dureza. La mano dura en materia migratoria es un rasgo recurrente.

En Suecia, la nueva coalición de Gobierno tiene pactado endurecer las tradicionalmente generosas condiciones de asilo. A la vez, ha prescindido por primera vez en décadas de un ministerio específico y autónomo de Medio Ambiente. En el nuevo esquema, la cartera se gestiona por debajo del paraguas del Ministerio de Energía, Industria y Negocios. Se trata de uno entre otros síntomas de un viraje en esta materia. Muy significativa, entre ellos, ha sido la oposición del Partido Popular Europeo a la ley de restauración de la naturaleza de la UE. Desmarcándose de la mayoría europeísta, votó junto a los ultras. Perdió, por el apoyo que la ley recibió de otros grupos y de algunos diputados que no siguieron la disciplina de partido. El PPE también se opuso a una legislación en materia de pesticidas. Se detecta un intento de moderar el empuje verde y disputar a los ultras el papel de referencia para agricultores y ganaderos.

En Finlandia, el ultraderechista titular de la cartera de Economía tuvo que dimitir a los pocos días de asumir el cargo por el escándalo desatado al conocerse sus bromas en el pasado con conceptos como el Heil Hitler. Un recordatorio de ciertos graves problemas en la instalación en puestos de mando de las instituciones democráticas de individuos con historiales bochornosos.

En Italia, no se ha visto a los populares de Forza Italia impugnar las armas políticas contra la decisión de Giorgia Meloni de obstaculizar el reconocimiento de los hijos de parejas homosexuales por parte de ambos genitores. Las autoridades están actuando ya en la ciudad de Padua para eliminar del registro a la madre no biológica en una treintena de casos de parejas lesbianas.

En Francia, aunque con síntomas de debilitamiento, permanece el cordón sanitario frente a la derecha ultra. Sin embargo, cabe destacar que varios políticos de la derecha supuestamente moderada que pugnaban por la candidatura a las últimas elecciones presidenciales asumieron la idea de convocar un referéndum para establecer la primacía del derecho francés sobre el comunitario en materia de inmigración, un auténtico torpedo en la línea de flotación del proyecto europeo.

En Alemania, también la CDU mantiene el cordón sanitario. De nuevo, sin embargo, hay síntomas llamativos. El líder de la formación, Friedrich Merz, calificó de “brillante” un discurso pronunciado en un acto de partido por Claudia Pechstein, policía y excampeona de patinaje, quien, en uniforme, cargó contra demandantes de asilo, las familias no tradicionales y el lenguaje de género neutral. El ala liberal del partido quedó pasmada. Esta semana, Merz dijo otra cosa que llamó mucho la atención: que la CDU “debería ser una alternativa para Alemania con sustancia”. El discurso oral no dejó claro si era Alternativa con mayúscula del partido ultra —Alternative für Deutschland— o si con minúscula, de una alternativa en abstracto, pero la coincidencia fue tan llamativa que la cosa dejó a muchos boquiabiertos.

Son ejemplos que apuntan hacia dónde van las cosas en los campos de batalla más problemáticos: inmigración, medio ambiente, pasado, integración europea, derechos civiles, valores.

Por supuesto, en el campo progresista europeo también se acumulan fallos de bulto y riesgos serios. Es un error subestimarlos o minimizarlos. Jean-Luc Mélenchon también planteó, si ganaba las presidenciales, incumplir los tratados europeos si estos entorpecían su programa de Gobierno; unos socialistas franceses moribundos por el cúmulo de errores en lustros anteriores pactaron con él en las legislativas. No es el único ejemplo que puede citarse.

Sin embargo, a escala europea, se acumulan los indicios de que los riesgos procedentes del otro sector son mayores en dos áreas fundamentales: la erosión de derechos civiles y del proyecto europeo común. La defensa de las minorías o de colectivos en situación desfavorecida es atributo fundamental de calidad democrática y la puesta en común de competencias nacionales es condición imprescindible para que las democracias europeas prosperen en la arena global.

En el Consejo Europeo, las capitales con rasgos eurófobos (Budapest, Varsovia) o distintos grados de euroescepticismo (Roma, Praga, Helsinki…) no están lejos de la minoría de bloqueo del 35%. Populares y ultras previsiblemente no quedarán muy lejos de la mayoría en las próximas elecciones europeas. ¿Cuánto se dejarán influenciar en Bruselas los conservadores por el empuje de los ultras y las coaliciones que mantienen con ellos? ¿Y en medidas nacionales? ¿Más barcos como los del Reino Unido? ¿Menos derechos y protección para la comunidad LGBTI? ¿Menos apoyo a las mujeres en el camino hacia la plena igualdad?

Hay diferencias nacionales. Nada tiene que ver la situación de Hungría o Polonia con la de los países de Europa occidental. En algunos, el fenómeno es más inquietante; en otros, menos. Pesan la historia, el arraigo de cultura democrática, igualitaria, y otros factores. Pero en el cuadro de conjunto europeo, se observan varios rincones en el que el azul popular se va poniendo oscuro, casi negro. Y puede acabar destiñendo también el azul de la bandera europea.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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