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Columna
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Caín nunca saldrá en la foto

Putin sufre un nuevo revés diplomático con la cumbre de Moldavia en la que 50 países arropan a Ucrania y Moldavia

Volodímir Zelenski, en el centro de la foto de familia de la cumbre europea celebrada en Moldavia.
Volodímir Zelenski, en el centro de la foto de familia de la cumbre europea celebrada en Moldavia.PETER KLAUNZER (EFE)
Lluís Bassets

Esa foto es para él. Tomada el pasado jueves apenas a 20 kilómetros de donde caen sus bombas. Para que vea la imagen de la familia reunida en torno a quienes sufren directamente el efecto de sus crímenes. Con su principal enemigo, el presidente Zelenski, en el centro, y a su lado, Maia Sandu, la presidenta de Moldavia, el pequeño país señalado por el Kremlin para desaparecer después de Ucrania, donde ya hay tropas rusas estacionadas en la región secesionista de Transnistria, preparadas para enlazar este territorio con Crimea.

Esa imagen es un nuevo insulto para Putin. Le dice cuán profundo es su fracaso. Le recuerda el naufragio de su invasión. Ahí está la familia europea unida, sin Rusia ni Bielorrusia, los parientes asesinos y ladrones. Esa Ucrania que quiso arrodillada, o al menos mutilada, recibe el calor de todos. La pequeña y frágil Moldavia, descabezada ya y amenazada, ha sido la anfitriona de los 50 países invitados como miembros de una comunidad europea de naciones libres e iguales, respetuosas de la identidad y de la soberanía de cada una, exactamente lo que Putin desprecia y vulnera.

No es la Unión Europea, ni su sala de espera. Tampoco la OTAN, el Consejo de Europa o la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, los espacios con los que Rusia tuvo vinculaciones y ya no tiene desde que empezó su guerra. Es un camino imaginado por el presidente francés, Emmanuel Macron, con el que recuperar la familia política europea sin largos procedimientos ni negociaciones: el Reino Unido que se fue de la Unión Europea y la Turquía que nunca ha entrado, la díscola Serbia en sintonía con Putin y el Kosovo al que desestabiliza y no reconoce como Estado independiente, la Armenia protegida por el Kremlin y su némesis y vecino Azerbaiyán protegido por Ankara.

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Como sabemos por nuestras mejores lecturas, todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera. No es feliz ahora esta familia, sacudida como está por el regreso de la guerra al continente, pero tampoco se parece a ninguna otra, puesto que en el resto del mundo no hay familias así, empeñadas en la paz con el mismo encono con el que a lo largo de la historia se dedicaron a resolver con las armas sus diferencias.

No es novedad, sino que viene de lejos. Del orden europeo constituido en 1648 con los tratados de Westfalia. Y de citas posteriores como el Congreso de Viena en 1814 o el Acta Final de Helsinki en 1975. Esta foto contiene una historia trágica, un largo camino y una promesa, la de los Estados soberanos europeos que han renunciado a la guerra entre ellos después de haberla librado hasta desangrarse y están ahora comprometidos en un futuro en paz. Habrá un lugar para Rusia en la foto, ojalá más pronto que tarde, pero no estará Caín. La zeta del crimen marca su frente.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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