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Columna
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Viejos secundarios, nuevos protagonistas

El gran teatro del mundo está cambiando, exige nuevas estrellas y abundan los estímulos, fama y honorarios, para quienes quieren hacerse con buenos papeles

Los líderes de la cumbre del G-7 celebrada en Hiroshima se encaminan hacia la tradicional "foto de familia".
Los líderes de la cumbre del G-7 celebrada en Hiroshima se encaminan hacia la tradicional "foto de familia".Takashi Aoyama / POOL (EFE)
Lluís Bassets

Hay codazos entre bastidores. Se amontonan los actores. La nueva pieza requiere más protagonistas. No es tiempo para dejar el escenario a una pareja o a un actor solo. El gran teatro del mundo está cambiando, exige nuevas estrellas y abundan los estímulos, fama y honorarios, para quienes quieren hacerse con buenos papeles. Pugnan por subirse a lo alto del cartel muchos viejos conocidos, que llevan años arrastrándose por los teatros. No es un inconveniente, vista la edad de los que hasta ahora han monopolizado los mayores cuerpos de letra en los anuncios, desde los 69 años de Xi Jinping hasta los 79 de Joe Biden.

Pocos se escapan de la excepcional regla gerontocrática que rige para el poder en un mundo crecientemente juvenilista e incluso edadista. Destaca Mohamed bin Salman (MBS), de 37 años, prácticamente la mitad que los otros comediantes, y líder de Arabia Saudí gracias al poder de los ancianos más institucionalizado del planeta, puesto que se ha ido transmitiendo desde 1953, cuando murió el rey fundador Abdelaziz, entre seis de sus innumerables hijos, uno detrás de otro y cada vez más decrépitos, el último su achacoso padre, el rey Salman, de 87 años.

Todo es paradójico en este escenario. Nadie tiene tan bien acreditado el crimen de Estado y el belicismo como el joven y renovador MBS, que mandó descuartizar al periodista Jamal Khashoggi y emprendió la catastrófica guerra de Yemen, pero ahora revierte sus viejas y enconadas enemistades con Irán e invita a Volodimir Zelenski, el único actor genuino, a intervenir en la cumbre de la Liga Arabe. No por vocación humanista y liberal, sino para mejor lavar la cara de otro joven criminal, su vecino sirio Bachar el Asad, también invitado a reintegrarse a la reunión de dictadores y monarcas absolutos, el tipo de gobernante al uso entre los árabes.

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La paz en Ucrania es el cebo que atrae las ambiciones, y no precisamente por el pacifismo de los ambiciosos, sino por los réditos que esperan sus fautores. Se juega el rango que ocupe cada uno en el nuevo reparto teatral del mundo, junto a la parte de los beneficios que suelen derivarse de la reconstrucción de un país como Ucrania.

No está hoy sobre las tablas Erdogan, que ya tuvo un papel notable al principio, pero regresará con brío renovado si vence en la segunda vuelta de las elecciones. Los actores más visibles estos días son Modi y Lula, equidistantes y cortejados por unos y otros, el primero más atento a complacer a Rusia y el segundo a China, pero con similares pretensiones. Asciende una estrella, Xi Jinping, y otra declina, Putin. Crece la duda sobre el incierto futuro de los viejos actores, los europeos del pasado más remoto, y los directores americanos del voluble guion de la última temporada. Tampoco sabemos qué seguirá al final de la pieza actual. ¿Otra tragedia todavía más sangrienta?

El nuevo globo abre sus puertas. Silencio. El telón se levanta.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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