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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Desesperación de Vladímir Putin

La destrucción por la destrucción sigue siendo la estrategia de Putin ante la batalla simbólica de Bajmut

Un hombre camina por las calles desiertas y destruidas de Bajmut.
Un hombre camina por las calles desiertas y destruidas de Bajmut.María R. Sahuquillo
El País

La ciudad de Bajmut, reducida ahora a un amasijo de ruinas y de trincheras en el que se amontonan los cadáveres, se ha convertido ya en el símbolo de la guerra de desgaste que busca Vladímir Putin un año después del fracaso de su primer intento de conquista. Aunque aparentemente es escaso su valor estratégico, ambas partes contendientes le han otorgado un alto valor simbólico. Las tropas del Grupo Wagner y sobre todo su jefe, Yevgeni Prigozhin, buscan una victoria de resonancia propagandística, en la que no solo quede demostrada la capacidad rusa para resolver favorablemente alguna batalla, sino que sirva además para apuntarse un tanto frente al ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, y demostrar además la superioridad de los mercenarios sobre las tropas regulares.

Para el presidente Zelenski y el ejército de Ucrania también esa batalla es un símbolo de su capacidad de resistencia ante la ofensiva rusa durante tres meses de escalada creciente. Cabe también que en el desgaste de esta batalla ambos estados mayores estén procurando el máximo agotamiento preliminar del contrincante, antes del gran choque de ambos ejércitos que se prevé a lo largo de la primavera en varios puntos del frente oriental. Han sido numerosas las ocasiones en que Moscú ha anunciado la inminente caída de Bajmut, desmentida luego por los hechos. Ahora incluso la inteligencia británica reconoce el avance ruso, y prevé una próxima caída de un territorio arrasado y que hasta hace poco era una ciudad con más de 70.000 habitantes.

La guerra de Putin no es un enfrentamiento militar entre soldados, sino un ataque generalizado del ejército que hasta ahora era el segundo del mundo contra un país entero, sus ciudades, sus centrales nucleares, sus infraestructuras de suministro de agua, gas y electricidad, todo lo que necesita una sociedad para hacer su vida. De ahí la lluvia de misiles hipersónicos de enorme poder destructivo que cayó sobre Ucrania esta pasada semana, con una decena de ciudadanos muertos y graves daños en los suministros.

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Pese a los diversos cambios de estrategia, Putin acaba regresando a su método más característico, tal como ha demostrado en sus sucesivas intervenciones en Chechenia, en Georgia y en Siria: la destrucción por la destrucción y el exterminio por el exterminio mismo. No hay en su cabeza, habitada por la idea de guerra total, objetivos militares diferenciables. Para esta finalidad son muy útiles el tipo de misiles hipersónicos, de muy difícil si no imposible intercepción, utilizados esta semana en una demostración iracunda de su capacidad de dañar sin límites. El uso de este tipo de armas, inicialmente concebidas para la destrucción de objetivos militares, revela quizás la escasez de bombas teledirigidas, probablemente por la afectación de las sanciones sobre los componentes tecnológicos, pero también es una explícita amenaza en la medida en que se trata de armas habilitadas para transportar carga nuclear. No son en ningún caso un signo vencedor; por el contrario, expresan la desesperación por una victoria que se le escapa.

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