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tribuna
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cádiz tiene una lengua de mar

El congreso que iba a celebrarse en Arequipa llega a una ciudad donde sigue teniendo sentido el mestizaje y que fue lugar de trasiegos de población, de marineros, comerciantes, impresores y viajeros

Puerto de la bahía de Cádiz.
Puerto de la bahía de Cádiz.
Lola Pons Rodríguez

Cuando una lengua sustituye a otra y la hace desaparecer, hay palabras del viejo idioma que se resisten más a ser borradas. Se observa, por ejemplo, con el reemplazo de muchas de las lenguas que se hablaban en la península ibérica antes de la invasión romana: el latín va desplazando al celta, al ibérico o al turdetano, que se van convirtiendo en residuales. Se disipan las lenguas en el uso común de la población, se esfuman los viejos nombres de pila de esa lengua en extinción, finalmente los nombres de lugares y de ríos (estos los más resistentes) son renombrados con nuevas denominaciones. Pero algunos topónimos e hidrónimos escapan a esa tendencia y son la huella en los mapas de las lenguas que otrora se hablaron.

Otra pista de quiénes fueron los viejos habitantes de un territorio nos la dan los nombres de lugar que resultan “transparentes” por incluir un gentilicio de otra zona. Vizcaínos es una localidad de Burgos y Villagallegos está en León; Madridanos está en Zamora, hay lugares llamados Báscones en varias provincias fuera del País Vasco. Doy una muestra selecta pero hay cientos de ejemplos así si miramos a la geografía española; en América los casos son aún más frecuentes. Las guerras, el hambre, las oportunidades, los afectos… los mismos factores que hoy ocasionan movimientos de población son los que los motivaban antes. Estudiar un mapa con ojos filológicos nos ayuda a desbrozar, estrato a estrato, quién vivía antes allí y de dónde vino.

Otra pista está en nuestro carné de identidad. Los apellidos son palabras que tienen el tiempo dentro, mantienen una cierta memoria de la historia. Los nombres de persona están sometidos por modas, pero los apellidos las burlan y se heredan inamovibles. Las estadísticas sobre la frecuencia de los apellidos españoles según el lugar de residencia nos dan un retrato del pasado: hay apellidos más norteños, más occidentales o más orientales.

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Son, por ejemplo, apellidos muy típicamente andaluces, aunque no sean los más comunes, formas como Gálvez, Algarín, Lechuga o Alpériz; se dan sobre todo en Andalucía y son históricamente vernáculos del sur peninsular. Pero en una comunidad de ocho millones de personas es difícil encontrar a alguien con ocho apellidos andaluces-andaluces: apellidos como Alberti, Grosso, Scapachini o Parodi, de origen italiano, son muy comunes en Cádiz por sus históricos núcleos de comerciantes genoveses. Por las mismas razones, uno se encuentra con apellidos centroeuropeos como Lacave, Bécquer y Hirschfeld en Málaga, hay sevillanos que se llaman O’Dogherty como algunos irlandeses; yo misma provengo de una familia andaluza hasta donde alcanza en casa la memoria, aunque mi apellido sea frecuente en Baleares y Cataluña. Somos muchos los andaluces de apellidos no andaluces, andaluces que tenemos la mezcla evidenciada en el documento de identidad.

“Lengua española, mestizaje e interculturalidad” era el lema previsto para el IX Congreso de la Lengua Española que se iba a celebrar en Arequipa a finales de este mes de marzo. Con las mismas fechas y lema se desarrollará en Cádiz, nuevo emplazamiento tras las desgraciadas circunstancias en que vive Perú. Insertar un congreso previsto para una sede en otra es difícil: los muebles de una casa, mudados a otra, no encajan a la primera. Un congreso en América tiene otras fuerzas y otras agencias institucionales que un congreso europeo, y en España, además, estamos en periodo preelectoral, lo que no ayuda mucho. Pero en cambio, sin discordancia alguna, el título que se buscó para Arequipa cuadra en Cádiz como hecho a medida, y eso ocurre porque el patrón es el mismo en ambos frentes, en la Andalucía de los puertos y en la América perulera.

El mestizaje es un tema crucial en el desarrollo histórico americano, y que el patriciado urbano de la América actual lo incluya en su agenda política es deseable; pero hablar de mestizaje en Cádiz no es ningún tema trasplantado. Cádiz es desde época fenicia lugar de trasiegos de población, de marineros, comerciantes, impresores y viajeros. Al mismo tiempo, un lugar de tanto cruce y tantas influencias funciona como endogrupo con una identidad afirmada sin mayores contradicciones: basta escuchar alguna copla callejera del Carnaval gaditano, reída por los locales y a veces absolutamente incomprensible en los referentes y apodos que se citan para los de fuera del grupo.

Faltan menos de 20 días para que empiece el IX Congreso Internacional de la Lengua en Cádiz. Se prevé que vayan a la capital gaditana cientos de congresistas, y a ellos me dirijo: que nadie piense que desembarcar en Andalucía es venir a una tierra de pureza, que nadie trate de sacarnos una fisonomía común, un RH propio, un hablar uniforme, un “ocho apellidos andaluces”. La coletilla elitista “de toda la vida” que tantas veces escuchamos para marginar al tenido por advenedizo no es aplicable aquí, afortunadamente. Lo dice la historia y lo revela nuestro carné de identidad.

Cádiz tiene dos lenguas de mar, una geográfica debida a la forma caprichosa de su litoral y otra cultural, moldeada por la gente que ha arribado a sus costas: una impronta lingüística heterogénea y mestiza. Este mes, a la vista del mundo, se encuentran las dos.

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.

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