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Columna
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“Mujeres fuertes”

Meloni es menos agresiva que sus camaradas masculinos, pero de su boca emana el azufre de la superioridad de sus valores, la retórica del odio

Ilustración Máriam 30.10.22
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

No es una camisa, sino un uniforme negro lo que Giorgia Meloni luce en sus primeros días como primera ministra. A las reminiscencias mussolinianas, desbordantes de testosterona, Meloni suma otra provocación, apostando por el género masculino para referirse a su cargo. Il presidente Meloni se encumbra así como faro de esa hornada de “mujeres fuertes” que, como Le Pen u Olona, ganan presencia y protagonismo en la internacional ultra. A la par, una red antigénero transnacional elige a jóvenes mujeres del mundo del corazón como simpáticas portavoces de siniestras iniciativas contra el aborto o el matrimonio homosexual. Hay todo un sistema de financiación internacional apoyando la estrategia de las nuevas derechas extremas para instalar de nuevo “el orden natural de las cosas”.

Así lo señalan muchos informes del Parlamento Europeo, que ve acertadamente al movimiento antigénero global como la punta de lanza de la ideología ultra para minar la democracia, y no solo como un instrumento de guerrilla cultural para ganar visibilidad. Por eso se presta atención a los ataques a la igualdad de género, entrelazados íntimamente con el populismo ultra y reveladores del abierto iliberalismo de quienes los jalean. Busquen, por ejemplo, el informe La punta del iceberg, que describe una red de financiación, de puro extremismo religioso, que busca anular las leyes relacionadas con los derechos sobre sexualidad y salud reproductiva en Europa.

Sorprende que no se mencionen los otros simbolismos del uniforme negro de Meloni: el luto por los valores perdidos, su apelación al recato vaticano para las mujeres, la aceptación del dios masculino y patriarcal. Los vetustos imaginarios de género vuelven para reivindicar la tradición y recuperar la división sexual del trabajo: las mujeres como cuidadoras y progenitoras abnegadas; lo masculino como representación legítima del poder, de la voz pública. Por eso, Meloni juega al simbolismo de la ley vieja, a pesar de sus contradicciones: reivindicarse como mujer, madre y cristiana no es incompatible, a ojos de lo que representa, con travestirse de hombre para legitimar su poder. Es elocuente que sean Patria y Familia los ministerios ideológicos que se reserva para sí, para recuperar los caducos significados de unas instituciones que representarían las formas tradicionales de autoridad, el resguardo de unas identidades que creíamos en retirada. El autoritarismo que nos llega de Hungría, Polonia o Rusia se afana en suprimir mediante el miedo a los movimientos feministas y LGTBIQ, vinculándolos con la seguridad nacional. Meloni es el experimento de la nueva mujer fuerte, extravagante sí, pero menos agresiva que sus camaradas masculinos: la excepción del gentil sesso. Pero cuidado: de su boca emana el azufre de la superioridad de sus valores, la retórica del odio, del miedo supremacista blanco. Y esas ideas cabalgan de nuevo, y gobiernan, en Europa, sin que apenas nos demos cuenta.

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