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Trabajar cansa
Columna
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La imagen de World Press Photo: una foto para hacernos ver lo que ya no vemos

A veces alguien pone la mirada justo donde hay que ponerla, y hace que cualquier ser humano que la vea no pueda quitar los ojos de ella, aunque representa algo tan terrible que debería producir el efecto contrario, apartar la mirada

Imagen ganadora del World Press Photo de 2024, de Mohammed Salem, durante la presentación de las fotografías galardonadas
La imagen ganadora del World Press Photo de 2024, de Mohammed Salem, durante la presentación de las fotografías galardonadas.Robin van Lonkhuijsen (EPA/EFE)
Íñigo Domínguez

Las corrientes de información nos llevan a menudo por rutas previsibles, pero a veces hay desvíos que nos descolocan. Por ejemplo, aparece un cayuco en Brasil. Ha pasado con una barcaza con 25 inmigrantes que zarpó de Mauritania, rumbo a Canarias, pero se salió de la ruta y acabó en la otra orilla del Atlántico con nueve cadáveres. Se supone que tenía que pasar lo de siempre: el rescate, los africanos en el muelle con mantas rojas, la tragedia acostumbrada, ya manejable. Sabemos que otros mueren, lo imaginamos, pero no hay imágenes. Hasta que esa patera que busca Europa acaba en América, ya sin vida, sin nadie y señala un punto ciego de nuestra atención. No debería estar ahí, debería estar donde siempre, en Canarias o desaparecida, invisible, pero esta vez hemos visto cómo ha terminado. Y te preguntas cuántas más no hemos visto.

Tampoco se veía venir lo de las señoras suizas, pero esto da esperanza. Que en Suiza no pasa nada es un cliché, ya, aquí solo es noticia como destino de independentistas de Cataluña, donde pasan cosas todo el rato. Quizá allí estos exiliados entren en una zona de descompresión donde descubran la placidez del aburrimiento, que puede ser un punto de encuentro: ahí todos los demás que estamos aburridos de esto nos hermanamos con ellos en un sentimiento común. Por lo demás, también en esto hay mucha desatención, pues en realidad yo creo que mucha gente fuera de Cataluña, de verdad, se hace un lío entre quiénes son los de Junts y quiénes de Esquerra, e incluso no diferencian bien los propios partidos. Pero hablábamos de las señoras suizas, que han logrado que el tribunal de Estrasburgo condene a su Gobierno por no hacer lo suficiente contra el cambio climático. Es curioso cómo esto ayuda a sentirnos bien a todos los demás que no hacemos nada, como el propio Gobierno suizo. Como cuando entra alguien a pedir dinero en tu vagón de metro: si hay al menos una persona que le da algo nos deja a todos los demás con la conciencia tranquila, como si fuera en representación de todos y los de ese vagón ya hubiéramos cumplido.

En esa historia, de todos modos, hay cosas ridículas. La primera, que tenga que llegar un tribunal a obligar a los políticos de un país a hacer lo más elemental. Lo segundo, creer que eso va a ocurrir. Pero lo más sorprendente es que la causa ha prosperado solo porque las demandantes eran mujeres mayores y, por tanto, un colectivo especialmente afectado por el problema, y solo podían exigirlo ellas. Que les hayan puesto este requisito ya es en sí un delirio jurídico, si aquí al final podemos palmar todos: “No, usted no puede presentar la demanda porque en caso de ola de calor de 48 grados podría llegar a sobrevivir”. Estas trabas burocráticas, que en nueve años no les hayan hecho ni caso, son un ejemplo más de la ceguera con la crisis climática.

Y entre todo lo que ya no queremos ver a diario, en esta sociedad de mirones, tropiezas con la imagen ganadora del World Press Photo, y entonces te detienes, y como por arte de magia, sin ningún esfuerzo, se abren los ojos y el alma. Cuando todo fracasa, solo la poesía tiene ese último poder. A veces alguien pone la mirada justo donde hay que ponerla, y hace que cualquier ser humano que la vea no pueda quitar los ojos de ella, aunque representa algo tan terrible que debería producir el efecto contrario, apartar la mirada, pero esa foto en la que solo se ve una mano y todo lo demás está cubierto, es tan delicada, tan frágil, que hace que esos ojos se humedezcan al instante, porque se comprende todo, y duele todo, y uno solo querría unirse a esas dos personas, ocultarse como ellos, y desaparecer.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.
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