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LA CASA DE ENFRENTE
Columna
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La mujer es una zorra para la mujer

Si ya es difícil hacer las paces con una misma desde un cuerpo cargado de conflicto, imagina con todas las demás

Bette David y Joan Crawford
Bette David y Joan Crawford en una escena de '¿Qué fue de Baby Jane?' en 1962.Bettmann (GETTY IMAGES)
Nuria Labari

“Las enemistades no se basan nunca en el odio. Las enemistades nacen del dolor, del resentimiento”. Con esta sentencia arrancaba la primera temporada de la serie Feud, basada en la terrible relación entre Bette Davis y Joan Crawford. Las dos se odiaron toda la vida a pesar de que se admiraban y compartían profesión, problemas y éxito. Lo tenían todo para ser amigas. O, como mínimo, compañeras. Pero se limitaron a destruirse. “¿Que por qué soy tan buena interpretando a zorras? Probablemente porque no lo soy. Quizá por eso la señorita Crawford siempre interpreta a damas”, declaró Davis. Estos días, mientras veía la serie, la palabra zorra saltaba de la boca de unas mujeres a la de otras… Y me hizo pensar en cómo las mujeres podemos llegar a ser el peor enemigo de las mujeres.

En primer lugar conviene recordar que una mujer es un organismo que está expuesto, desde la más tierna infancia y hasta el día de su muerte, a un juicio constante sobre su apariencia. “Me siento sexy desde que cumplí seis años. Y déjame decirte que era el infierno, un puro infierno, esperar para hacer algo al respecto”, declaró Davis en una entrevista. Duele entender que en ningún momento se le ocurrió pensar que el verdadero infierno es sentirse sexy con solo seis años. Desde aquí lanzo un abrazo retroactivo para la pequeña Ruth Elizabeth (la pequeña Bette Davis). Ojalá le alcance en el pasado.

La cuestión es que cuando el juicio sobre una persona se basa en su apariencia física, queda destinada a depender de su exterioridad. Y, cuando su lugar en el mundo se lo tienen que otorgar los otros, entonces está predestinada a la competencia y al rencor. Y eso es justo lo que les pasó a Crawford y a Davis, que compitieron hasta la muerte. No porque se cayeran mal o por algún agravio concreto, sino porque las estructuras sociales y profesionales que vivieron no permitían otras opciones. Esa es al menos la tesis de la serie cuyo último capítulo se titula ‘¿Quieres decir que todo este tiempo podríamos haber sido amigas?’.

En efecto, la historia de las mujeres ha implicado durante mucho tiempo competir por un mismo espacio. Luchar por el cuerpo perfecto, el hombre perfecto y la familia perfecta. “Siempre he sabido lo que quería, y eso siempre ha sido la belleza en todas sus formas: una casa bonita, un hombre apuesto, una vida agradable y una buena imagen”, resumió Crawford. ¿Y los hombres? ¿Acaso son menos competitivos? Ellos han colocado históricamente su honor muy lejos de su cuerpo, en la guerra, en un enemigo común y exterior. Su identidad ha sido más solidaria en este sentido. En cambio, la palabra sororidad no se incluyó en el diccionario hasta 2018. Y es normal. Si ya es difícil hacer las paces con una misma desde un cuerpo cargado de conflicto, imagina con todas las demás. Pues bien, esta competencia que vamos superando a fuerza de determinación y de colaboración, a veces salta de la carne a la palabra. Como si cualquier adjetivo femenino necesitase ser bonito para ser empleado sin conflicto. Pero las palabras, como el cuerpo, son de cada una. Y estar a bien con ellas, con sus aristas y ambivalencias, ayuda a estar mejor con una misma y más cerca de todas.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.
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