‘Feud: Bette y Joan’, el crepúsculo de las diosas
Hollywood ha dejado envejecer a Susan Sarandon y Jessica Lange, aunque en el medio que sus antecesoras menospreciaron
Joan Crawford tenía 58 años. Bette Davis, 54. Su época dorada había pasado. Eran iconos reverenciadas, pero en Hollywood nadie las contrataba. Los estudios buscaban caras jóvenes y su futuro parecía abocado a la televisión y al terror de bajo presupuesto. Ni un taquillazo pudo relanzar sus carreras.
Feud podía haber narrado la complicada historia de su rivalidad. Una pelea de gatas que marcó a la cinefilia en unos Oscar donde Crawford arrebató la estatuilla a su compañera de reparto sin siquiera estar nominada. Su combate es exagerado, apasionante y tiene embates gloriosos, aunque también es mucho más. La serie de Ryan Murphy transforma esta leyenda en un canto feminista y una carta de amor al cine, casi una tragedia griega sobre dos almas en pena cuyo castillo de naipes cayó sin avisar. El crepúsculo de dos diosas embriagadas por la soledad.
Entre orgullo y glamour, su historia parece cosa del ayer. Cuando las estrellas eran estrellas, los estudios tenían poder y la misoginia imperaba. Pero esa época no es tan distante. Como ocurre en buenos dramas históricos como The People vs. OJ, lo que mejor hace Feud es reflejar su pasado en problemas sociales actuales. "La primera pregunta que recibo es si Jessica [Lange] y yo nos llevamos bien", tuiteaba Susan Sarandon, que interpreta a Davis, hace días. Las actrices todavía se enfrentan diariamente a cuestiones que sus compañeros masculinos nunca responderán: sobre vestidos, familia y peleas que nutran polémicas. Su edad, además, sigue excluyéndolas. "El público no quiere mujeres maduras", parece apoyar este Hollywood que no ha cambiado tanto en su fundamento.
Lange tiene 67 años. Sarandon, 70. Ambas aportan una clase a sus personajes solo aprendida con la veteranía. Hollywood las ha dejado envejecer, aunque en el medio que sus antecesoras menospreciaron. La televisión les concede hoy papeles de mujeres fuertes y hechos a su medida que el cine no está interesado en desarrollar. Aquí están Nicole, Glenn, Julianne o Sigourney. No son novia del superhéroe de turno ni están definidas como madres o abuelas. Lange puede ser víctima y verdugo como Crawford, y Sarandon, histriónica como Davis. Olvidarlas en su máximo esplendor, cuando dominan su talento, sería una crimen. Citando a Norma Desmond: están listas para su primer plano.
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