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La deserción de las redes sociales: los adultos que popularizaron Facebook, Twitter o Instagram no tienen hoy plataforma a la que ir

Los ‘millennials’ ven hoy como las redes sociales que ellos conocían y ayudaron a construir se convierten en escaparates, nidos de odio o solares abandonados y carecen de alternativas en las que hacer lo que amaban: charlar, mantener contacto con amigos y compartir sus mejores momentos

Entre 2008 y 2015 los 'millennials' convirtieron en un éxito Twitter, Facebook e Instagram, las tres redes sociales que actualmente sienten que los han abandonado.
Entre 2008 y 2015 los 'millennials' convirtieron en un éxito Twitter, Facebook e Instagram, las tres redes sociales que actualmente sienten que los han abandonado.imaginima (Getty Images/iStockphoto)
Miquel Echarri

La prensa estadounidense lleva ya varios meses alertando de ello. Las redes sociales, empezando por X, Facebook e incluso Instagram, se enfrentan a una amenaza existencial que puede poner en serio riesgo su futuro. Es la deserción de los millennials, el grupo de población que más contribuyó a impulsarlas, principal responsable de esa edad de oro de la conectividad universal que se vivió entre 2008 y 2015.

Por millennials se entiende, en Estados Unidos, a los que nacieron entre 1981 y 1996 y ahora mismo tienen de 27 a 42 años. Se trata de un grupo demográfico muy nutrido, 72,4 millones de estadounidense (alrededor del 22% del total) y cerca de 1.800 millones de terrícolas. Este colectivo, según anticipaba Lauren Goode en la revista Wired, se está asomando a un sentimiento muy extendido de orfandad online. Las redes que frecuentaban hace tiempo que dejaron de ser lo que eran y no encuentran, de momento, sustitutos con los que satisfacer la sed de interacción digital que desarrollaron en la infancia y adolescencia.

Hablamos de la generación que se asomó a MySpace en 2003 después de haber pasado por Friendster, que integró casi en exclusiva ese 5% de pioneros que ya tenían cuenta de Facebook en 2005, que apostó por Twitter en 2008, cuando era poco más que el juguete que Ashton Kutcher y Demi Moore utilizaban para exhibir su intimidad conyugal. Los millennials, en fin, llevan más de 20 años compartiendo fotos, coleccionando amigos, divulgando sus estados de ánimo, escribiendo haikus que con frecuencia de transforman en armas arrojadizas, haciendo scroll infinito y dejando que fluyan sus feeds.

Ahora, tal y como explica Jason Parham, también en Wired, sufren “la erosión colectiva de sus plataformas favoritas” como quien se acostumbra a la pérdida de un viejo amor. En el X de Elon Musk no ven más que un pálido remedo del Twitter que les hizo entusiasmarse por la política y les sirvió de plataforma para discrepar con saña y sentir que impulsaban el cambio social. En Instagram solo encuentran “publicidad invasiva e influencers obsesionados por venderles cremas faciales”. Facebook les parece un cada vez más deprimente y cansino rincón de la nostalgia. Y sienten que los más jóvenes les han usurpado YouTube para convertirlo en un nuevo entorno que ya no comprenden.

El éxodo de los viejos rockeros

De ahí que sientan que ya “no tienen adonde ir” y que estén empezando a cancelar sus cuentas o a dejarlas en barbecho. L’Oreal Thompson Payton afirma en Yahoo Finance que desertar de las redes está empezando a convertirse para ellos “en una cuestión de supervivencia y de salud mental”. El pasado mes de julio, cuando Elon Musk anunció que X limitaría a 600 el número diario de tuits que podría ver un usuario no verificado “para evitar el raspado de datos y la manipulación del sistema”, algunos de los tuiteros a los que se les estaba reduciendo la dosis de estímulos digitales reaccionaron con sorna: “Gracias Twitter, por curarme de una absurda adicción”. “Acaba de desaparecer el último obstáculo que me impedía hacer realidad mis objetivos en la vida”.

Facebook
Algunos de los usuarios que permanecen en Facebook y prefieren esa plataforma a Twitter, Instagram o TikTok argumentan que es la última de las redes sociales donde aún es posible el diálogo.Malte Mueller (Getty)

Para Katie Notopoulos, de Business Insider, ha llegado el momento de entonar un réquiem por “las redes que fueron”. Y no pasa nada. La idea de que esa generación puente entre el mundo analógico y el digital, la última que creció en un mundo sin internet, iba a jubilarse dedicando una cuarta parte de su ocio a las redes sociales era una pretensión ingenua. Todo tiene un final. Y está bien que así sea. Si acaban migrando a redes nuevas como Spill, Mastodon, Bluesky o Threads se estarán traicionando a si mismos y al Internet en el que creían.

Según otro de los expertos en tecnología de Business Insider, Subham Agarwal, lo que deberían hacer es pasar página. Las redes, tal y como las conocieron, han dejado de existir. “Eran plataformas de interconexión directa entre seres humanos”, explica Agarwal, “y hoy son mediocres canales de entretenimiento”. Son víctimas del deterioro deliberado de la oferta de ocio tecnológico que están impulsando Meta, Google o Amazon. Abandonarlas a su suerte, por doloroso que nos resulte, es un signo de cordura y sensatez.

Solo me queda Instagram

¿Es esa deserción gradual de los pioneros un fenómeno exclusivamente norteamericano o se está produciendo también en España? Mar Canet, empresaria cultural de 45 años, sí que considera que su generación, la X, los boomers tardíos, se ha hartado de “perder el tiempo” en redes que ya no les aportan “nada que valga la pena”. Ella ha renunciado a Twitter y a Facebook, “salvo por cuestiones laborales”, y lleva varios meses sin asomarse a Instagram, el rincón en que compartía, muy de vez de en cuanto, “fotos de viajes o deportes”. Las redes le sirvieron para crear una sensación de falsa proximidad con los amigos que recuperó a través de ellas, pero hoy prefiere cultivar esa relación esporádica a través de WhatsApp.

Juliana P., diseñadora de 41 años, se bajó de Twitter harta de “la crispación, el ruido y la furia” de una plataforma que quiso ser ágora y acabó transformada en jaula de grillos. Ni siquiera necesitó que Elon Musk la transformase en X para echar el pie a tierra: “Pensé en mantenerme como usuaria pasiva, para no perder el contacto con las fuentes de información interesante que había encontrado ahí, pero acabé convenciéndome que solo uno de cada cien tuits me aportaba algo que valiese la pena. Es demasiado esfuerzo y demasiado tiempo perdido para acumular muy pocas satisfacciones”. Tuvo Facebook, tuvo Snapchat y tuvo Instagram y cree que ya ni siquiera conserva las claves de acceso: “¿Para qué las quiero?”.

Logo de Instagram con el fondo azul
Unsplash

Héctor Acosta, licenciado en Derecho de 29 años, es de los que agradecen “al brutal deterioro de las grandes redes” que le hayan ayudado a superar una de sus adicciones más antiguas: “Yo difícilmente hubiese renunciado al Facebook o al Twitter de hace cinco o diez años, porque me entusiasmaban, no entendía la vida sin ellos”. A los de ahora, “un par de gigantescas teletiendas en que vendedores cada vez más ansiosos te atosigan desde que asomas por la puerta para que les compres cosas que ni quieres ni necesitas”, le está resultando muy fácil renunciar.

Olga Jiménez, 33 años, administrativa, decidió hace meses restringir de manera drástica el tiempo que dedicaba a sus interacciones digitales. En el marco de esta nueva política de austeridad forzosa, ha optado por conservar “TikTok e Instagram”. La primera, porque le resulta “fresca y divertida”, y la segunda, porque ha construida en ella, “un rincón que siento como muy mío, como una crónica visual de los últimos años de mi vida. Me sabría muy mal que se perdiese sin más”.

Para Sergi Martos, de 32 años, es precisamente esa, “la inversión emocional a la que tanto cuesta dar la espalda definitivamente”, la única razón que le evitar “divorciarse” de las redes de una vez por todas: “Hace mucho que las considero una rutina tóxica que me hace perder mucho tiempo y me aporta muy poco, cada vez menos, pero ¿cómo renunciar a miles de contactos acumulados a lo largo de los años o a la posibilidad de interactuar, de vez en cuando, con gente a la que admiro, como escritores, pensadores o directores cine?”. A Martos, además, le preocupa “que los proveedores de este tipo de servicios no estén haciendo un esfuerzo sincero para adaptarse a las nuevas políticas de protección de datos que se están implementando en España y la Unión Europea”.

Son cinco ejemplos espigados al azar, pero ilustran, sin duda, que la supuesta decadencia de las redes y la voluntad de distanciarse de ellas o dedicarles cada vez menos tiempo forma parte ya de las conversaciones de los millennials.

Un deporte juvenil

Por supuesto, más allá del relato, están los datos. Santiago Giménez, profesor de OBS Business School, establece en su informe Redes sociales, estado actual y tendencias 2023 que el número de usuarios de redes sociales “continúa con una tendencia al alza” que se acentuó durante la pandemia y no muestra signos de estar empezando a remitir. En el último año, según datos de la agencia Hootsuite que cita Giménez, ha crecido un 3% hasta alcanzar los 4.760 millones de usuarios, el 59,4% de la población mundial.

En Estados Unidos, el lugar en que Wired, Business Insider o la CBS aseguran que ha llegado el invierno del descontento que dejará las redes vacías, un 72% de los adultos hace a día de hoy uso de ellas. ¿No estaremos augurando la muerte de un enfermo que goza de muy buena salud? A juzgar por el informe de Hootsuite, si las redes crecen es, sobre todo, por dos motivos principales. Por un lado, la digitalización avanza a marchas forzadas en lugares que hasta no hace mucho se mantenían relativamente al margen de ella, como gran parte de África y zonas de Asia, Oceanía o América Latina. Por otro, el recambio generacional se ha acelerado. Los nuevos usuarios se incorporan a esta forma de interacción y entretenimiento a edades cada vez más tempranas. En algunos casos, antes, incluso, de dejar atrás la pubertad.

En otras palabras, nos asomamos a un ecosistema de redes sociales cada vez más globalizado y rejuvenecido. La generación Z (nacidos entre mediados de los noventa y los primeros años del siglo XXI) ya ha desplazado a los millennials en el papel de principales impulsores de la conectividad a ultranza. No conciben la vida sin internet, han crecido con un alto grado de exposición a las redes y en absoluto comparten la fascinación casi fetichista de sus padres y hermanos mayores por el puñado de plataformas pioneras que les hicieron descubrir un mundo nuevo.

Ya desertaron de Facebook, ya se aburrieron de Twitter y están empezando a aburrirse de Instagram. WhatsApp es su patio trasero, TikTok, YouTube y Spotify, sus nuevos juguetes, no se olvidan del todo de Twitch o incluso de Pinterest, han probado Telegram y su uso creativo de Linkedin ha sorprendido a los propios responsables de la plataforma. El éxito que puedan tener a corto plazo las redes que hoy consideramos emergentes, de BeReal a Lemon8 o Letterboxd pasando por Clubhouse, Substack o las ya citadas Threads y Mastodon, depende en gran medida de ellos. Por detrás, se están incorporando los Alfa, nacidos de 2010 en adelante y cada vez más activos en TikTok, YouTube o Instagram, donde se han convertido en público preferente de influencers cada vez más jóvenes.

Visto desde esta perspectiva, lo que tal vez les esté ocurriendo a los millennials es que se han visto desbordados por el paso del tiempo, un ejército invasor que nunca retrocede y no hace prisioneros. Hasta ahora, resistían el embate de los jóvenes atrincherados en su Facebook, abrumando con su incontinencia tuitera o poniendo a prueba la capacidad de almacenamiento de Instagram. Hoy, las plataformas con las que crecieron ya no colman sus expectativas. Y se sienten demasiado mayores para plegar los bártulos y mudarse a Bluesky o Spill. Las redes acusarán el golpe, pero sobrevivirán sin ellos. Está por ver si ellos sobrevivirán sin redes.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.
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