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Más vocación ante la emergencia climática

Mientras la etapa escolar lleva años comprometida con introducir esta temática en el aula, la Universidad debe aún impulsar y profundizar más en este afán

Extra formación 14/05/23
Steve Debenport (GETTY IMAGES) (Getty Images)

En los últimos años, Teachers for Future, la Red de Escuelas Sostenibles o proyectos como Kimple han dejado patente el interés del profesorado por integrar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en los planes de estudios. Este año, el Ministerio de Educación y Formación Profesional ha publicado una guía para docentes en la que invita a desarrollar las competencias necesarias para afrontar los retos mundiales y crear conciencia ante la emergencia climática. Se trata de formar a una ciudadanía crítica que lleve consigo este compromiso a la hora de elegir estudios superiores. ¿Pero está funcionando?

“Es especialmente importante en la etapa previa a la Universidad formar su sentido crítico y autonomía”, plantea Conchi Piñeiro, delegada del patronato de FUHEM, enfocada a tratar el ámbito ecosocial en la educación. “El aprendizaje ecosocial va más allá de comprender cómo funciona la biosfera; es también entender la crisis que tenemos como civilización, entender que somos agentes de cambio y capacitarnos para ello. Desarrollarnos individual y colectivamente, valorar la justicia social, la democracia…”.

Para ello, insiste esta doctora en Ciencias Ambientales, “hay que aplicar estos conceptos a todas las etapas educativas”. César García Aranda, embajador de Pacto por el Clima y doctor en la Politécnica de Madrid, lo comparte. “Es fundamental que todas las asignaturas aborden este tema: Matemáticas, Física, Geografía, Economía, que no sea una asignatura aislada, porque es la forma también de combatir a quienes consideran que hablar de emergencia climática es hablar de ideología. Después, en la Universidad y en estudios de Formación Profesional, los títulos deberían hacer lo mismo”.

Para él, si los centros escolares incluyen esta urgencia en cada materia, conseguirán que el alumnado, “elija los estudios que elija, exporte ese compromiso a su carrera y al trabajo que decida ejercer”. “Cada vez hay más empleadores, y también lo dicen los estudios de mercado y el propio LinkedIn, que detectan que las competencias verdes son de alta demanda; tiene sentido, porque cada vez hay más regulación pública y privada, y ya toca el mundo financiero”, explica César. Por tanto, en su opinión, la escuela tiene el compromiso de introducir estas cuestiones y la Universidad de continuar “dando a esa inquietud mayor profundidad de conocimiento y acción”.

Cambiar el modelo

Sin embargo, no parece que todos los centros estén preparados para hacer este camino desde todas las asignaturas. “Falta entender lo que es el cambio climático, más allá de los gases de efecto invernadero”, subraya Aranda. “Los impactos y las consecuencias nos hacen ver que no es algo que se pueda memorizar, se trata de cambiar el modelo de vida, de consumo, de producción…”. Según la Unesco, el 47% de los programas de enseñanza nacional (entre 100 países analizados) no hace ninguna referencia al cambio climático y el 60% de docentes no encuentra cómodo enseñar el cambio climático; solo el 20% de ellos es capaz de explicar cómo se debe actuar.

Existen movimientos dentro de la escuela pública que trabajan para poner en la agenda lo que, por cierto, desde la aprobación de la Lomloe en 2020, ya es obligatorio aplicar. “Entre las competencias que el alumnado debe poseer al acabar sus estudios están las lingüísticas y las matemáticas, las digitales, pero también la competencia ciudadana, por la que el alumnado debe participar plenamente de la vida social y cívica y tener un compromiso de vida con la sostenibilidad”, resume Miriam Leirós, del colectivo Teachers for Future, que desarrolla materiales didácticos para los centros. “No basta con conocer los conceptos, sino que hay que establecer conexiones entre el conocimiento y las acciones del día a día”. Su lectura es, no obstante, optimista: “Aumentan los centros que trabajan por proyectos, frente a la clase magistral tradicional”.

Y si bien la escuela avanza, aunque lentamente, quien no parece hacer los deberes es la Universidad, pues no parece comprometida aún en formar perfiles preocupados. Así que, quienes desean hacer de su carrera un mecanismo para paliar la emergencia climática, se encuentran “un abismo”, en palabras de Sera Huertas Alcalá, técnico de Educación Ambiental en la Comunidad Valenciana. “Hay alumnas y alumnos que llegan con sensibilidad y en movimientos sociales incluso; saben que esto nos compete a todos, pero en la Universidad no encuentran continuidad”.

Alimentar la implicación

El profesor Aranda hace el mismo diagnóstico: “Falta una oferta clara de titulaciones en esta temática. Los gestores universitarios tenemos que introducir la misma lógica de los colegios. Tiene que haber gente que sepa de la emergencia climática y que entienda cómo se aplica al derecho, a la economía, al turismo, a la ingeniería, a las disciplinas sociales, a las de ciencias. Es una necesidad y existe una carencia. No podemos fallarles a la hora de implicarles en estos temas”. “Muchos vienen de centros escolares o institutos en los que han recibido una formación muy activa, volcada en soluciones reales, o de movimientos estudiantiles, de las revueltas escolares… La Universidad debe acoger y continuar esa línea, se lo debemos”.

Para paliarlo, la Universidad de Valencia ha puesto en marcha la cátedra de Cultura Científica para la Emergencia Climática, orientada a dar formación y herramientas para que los docentes puedan incorporar estas cuestiones a su día a día. “Creemos que la Universidad debe ser un sitio puntero, innovador, inspirador, pero aunque hay pequeñas victorias, va mal”, explica Sera Huertas. “No tienen futuro carreras como Economía o Arquitectura, por poner algunos ejemplos, si no cambian su filosofía. Vivimos tiempos de mitigación y adaptación al cambio climático, hay que darle la vuelta a todo”.

El poder de cambio del espacio físico

Es más fácil para los centros que nacen de cero y fuera del sistema público acercar la conciencia ambiental a las aulas. Ocurre con Escuela Ideo, ubicada en un pinar frente a la Universidad Autónoma de Madrid, que cada año hace una bicicletada desde Aragón hasta la Comunidad Valenciana donde se comprometen a vivir con lo mínimo y no generar residuos; también pasa con Origami for Change, en El Boalo (Sierra de Guadarrama, Madrid). Además de tener su propio proyecto, ofrece talleres a colegios con el objetivo de despertar la conciencia ambiental y llamar a la movilización. “Falta una formación en habilidades sociales, falta una mirada analógica porque la digitalización nos desconecta de la vida real, de la naturaleza, y dejamos de ver los problemas reales, y eso sigue en la Universidad”, traslada Julie Loriot, coordinadora estratégica del proyecto.

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