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Abascal contrapone la mitología del Imperio a la Memoria Democrática

Vox ataca a quienes cuestionan la realidad histórica de Covadonga mientras sostiene que la dictadura franquista no entró en la UE “por una cuestión puramente formal”

Santiago Abascal se hacía una foto con una simpatizante, el lunes en Covadonga (Asturias).
Santiago Abascal se hacía una foto con una simpatizante, el lunes en Covadonga (Asturias).Jorge Peteiro (Europa Press)
Miguel González

Pese al tiempo desapacible, Santiago Abascal subió el lunes al Santuario de Covadonga como el guerrero que acude a recibir la bendición antes de la batalla o el supersticioso que repite el ritual para conjurar la mala suerte. Ya acudió allí en la campaña electoral de 2015 y regresó para inaugurar la de 2019. “Asturias es España y lo demás tierra conquistada”, proclamó en Oviedo el 15 de abril. Para muchos, añadió el líder de Vox ante 1.500 seguidores, se trata solo de “una frase hecha”, pero él siente “legítimo orgullo” por la Reconquista que se inició en la batalla de Covadonga, a pesar de que “algunos periódicos de esos que mienten cada día se atreven a negarla como hecho histórico”. A continuación, arremetió contra esa “porquería de la memoria histórica, que no es más que la memoria impuesta, cuando queremos libertad para que cada uno piense lo que quiera”.

Así, en el mismo discurso, Abascal cargó contra quienes “se atreven” a discutir la batalla de Covadonga, de la que no existe testimonio escrito al menos hasta más de un siglo después de que se produjera; mientras reclamaba “libertad” para opinar lo que quisiera sobre la Guerra Civil y la dictadura franquista, dos hechos recientes de la historia de España sobre los que existe abundante documentación y testigos aún vivos.

Santiago Abascal (centro) posaba el lunes junto a algunos candidatos de Vox delante de la estatua de Don Pelayo en el santuario de Covadonga.
Santiago Abascal (centro) posaba el lunes junto a algunos candidatos de Vox delante de la estatua de Don Pelayo en el santuario de Covadonga. Jorge Peteiro (Europa Press)

La mayoría de los historiadores coinciden hoy en que la revuelta de Don Pelayo existió, pero los monarcas posteriores la magnificaron para legitimar su poder; y en que la idea de la Reconquista se gestó siglos después de la aparición de los primeros reinos cristianos de la Península, que se enfrentaban entre sí y se aliaban con las taifas musulmanas o las combatían en función de los intereses de sus reyes y señores.

A Vox no le interesa, sin embargo, la historia de España, sino la mitología. “El nacionalismo ha precisado bucear en una falsa historia en busca de hechos y acontecimientos de carácter mítico que han sido bautizados como verdades históricas”, escribió Abascal en su obra La farsa de la autodeterminación (Barcelona, 2005). Se refería al nacionalismo vasco, pero, según reconocía, puede aplicarse a todos los nacionalismos, incluido el nacionalismo español que ahora predica, pues “el carisma de todos los nacionalismos se debe en gran medida a la utilización de sucesos míticos”. Y eso porque, como añadía el actual líder de Vox citando al filósofo Karl Popper, “el nacionalismo halaga nuestros instintos tribales, nuestras pasiones y prejuicios”. Y porque, concluía, “el poder de movilización que tienen los sentimientos e identidades nacionales, muchas veces irracionales, no es comparable al de ningún otro principio político y moral”.

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Al margen y en contra de la investigación histórica —como documentan 13 historiadores en el libro Vox frente a la historia (Ediciones Akal, 2023)—, el partido ultra blanquea la historia de España y opone a la leyenda negra una leyenda blanca en la que se puede presentar a Isabel la Católica como una gobernante sin tacha (obviando la expulsión de los judíos) o afirmar, en palabras de Abascal, que “España nunca colonizó a nadie, sino que incorporó pueblos, etnias, culturas y razas a su propio acervo”, en alusión a la conquista de América.

Hacer a España grande otra vez, el lema copiado de Donald Trump y utilizado por Vox en la campaña electoral de 2016, solo funciona como nostalgia de una grandeza pasada que nadie puede osar poner en cuestión. Por eso, Vox propone poner en marcha un “plan integral para el conocimiento, protección y difusión de la identidad nacional y de la aportación de España a la civilización y a la Historia universal, con especial atención a las gestas y hazañas de nuestros héroes nacionales”. Esta propuesta, aparentemente retórica e inocua, ya ha sido aplicada por los principales aliados europeos de Abascal, como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, que ha introducido la “educación patriótica” en la escuela; o el Gobierno de Ley y Justicia en Polonia, que prohibió a los historiadores hablar de “campos de concentración polacos” y solo por presiones internacionales eliminó la pena de cárcel para quienes lo hicieran.

La intolerancia a la hora de enjuiciar el Imperio de los Austrias y los Borbones —Abascal ha acusado al presidente colombiano, Gustavo Petro, de “insultar a España” por calificar de “yugo” el régimen del virreinato— contrasta con las manos libres que reclama para juzgar la Guerra Civil y el franquismo. Vox ha recurrido la Ley de Memoria Democrática ante el Tribunal Constitucional alegando que vulnera las libertades de “reunión, manifestación, ideológica y de cátedra”.

En su campaña contra esta legislación, el partido ultra ha embarcado a notables hispanistas, como Stanley Payne, que colaboró en 2020 con un informe del grupo ECR del Parlamento Europeo, del que forma parte Vox, que tachaba la ley de “amenaza para la paz en Europa” y la acusaba de “imponer una interpretación obligatoria de la historia —con sanciones penales y económicas para los disidentes— y erradicar también las libertades de expresión, de enseñanza y de cátedra”.

En realidad, la Ley de la Memoria Democrática no prohíbe la publicación de libros o artículos ni la celebración de actos que supongan alabanza o exaltación de la sublevación militar, la guerra o la dictadura, sus dirigentes u organizaciones, salvo cuando se haga en lugares públicos y entrañe “desprecio, menoscrédito o humillación a las víctimas”. Por eso, el recurso de Vox no cuestiona el fondo del precepto sino que alega que, al limitar las libertades de reunión o expresión, la ley debería haber tenido rango orgánico.

“La historia para los historiadores”

El argumento, reiterado por los portavoces de Vox, de que “los políticos no deben ocuparse de la historia” y “la historia hay que dejarla para los historiadores” contrasta con el hecho de que su grupo en el Parlamento Europeo votara en diciembre a favor de calificar de genocidio el Holodomor, la gran hambruna que sufrió Ucrania en tiempos de Stalin, una resolución política que responde más a la actual invasión rusa del país que al resultado de una investigación sobre un hecho histórico.

El historiador Jesús Casquete se remite a la filósofa Hannah Arendt para contar la respuesta que dio el ex primer ministro francés George Clemenceau a su interlocutor alemán cuando este le preguntó cómo contarían los historiadores el inicio de la I Guerra Mundial. “No lo sé”, respondió, “pero estoy seguro de que no dirán que Bélgica invadió Alemania”.

Hoy ya no estaría tan seguro. Los militares que permanecieron fieles al Gobierno legítimo de la República fueron fusilados por Franco como reos de un delito de “rebelión” y el vicepresidente de Vox, Jorge Buxadé, asegura en el documental El futuro de Europa, la última producción de Disenso, la fundación de Abascal, que la Comunidad Económica Europea —nombre que tenía entonces la actual UE— rechazó en 1962 el ingreso de España “por una cuestión puramente formal, porque no aparecía como una democracia de partidos”. Es decir, no porque fuera una dictadura, sino porque era una “democracia orgánica”, aunque este solo fuera el nombre con el que el franquismo intentaba blanquear un régimen militar, confesional y autoritario.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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