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Quemados en la hoguera de la política

La aceleración de los tiempos, los bulos, las redes y las campañas de acoso queman más rápido a la nueva generación de líderes. Los de izquierdas suelen estar en la diana más que los de derechas

Antonio Costa
El primer ministro Antonio Costa en su residencia oficial en noviembre de 2023.Horacio Villalobos (Corbis via Getty Images)
Berna González Harbour

La política se ha vuelto una bomba de racimo, un combustible de primer orden que está quemando a numerosos políticos de una generación vapuleada por el ruido, las redes y las acometidas furiosas y sin filtros de sus enemigos, rivales y una nueva categoría de esta era: los odiadores. Las puñaladas existieron siempre, las luchas internas también y la guerra sucia es tan vieja como el poder, pero las redes han multiplicado la velocidad de unas operaciones de acoso y derribo en las que medios dudosos y causas judiciales de escasa solvencia arrojan el combustible necesario para acelerar la hoguera. ¿Se ha hecho invivible la política? ¿Por qué se están quemando políticos como António Costa, Jacinda Ardern o el propio Pedro Sánchez? Numerosos casos han puesto en evidencia la ferocidad de un fuego para el que los políticos ―las personas que son más allá de sus cargos— no tienen tantos superpoderes como si la gobernanza fuera un cómic.

El primer ministro de Portugal, el socialista António Costa, dimitió en noviembre después de ocho años al frente del gobierno cuando el Tribunal Supremo de su país empezó a investigar su papel en las concesiones de dos explotaciones de litio y un proyecto de producción de hidrógeno. “La dignidad del cargo es incompatible con la apertura de una investigación”, aseguró. Y se fue. Dos tribunales han desacreditado después las diligencias de la Fiscalía y el caso se ha ido evaporando con episodios vergonzantes (el fiscal llegó a confundir a Costa con un ministro de igual nombre), pero no antes de que unas elecciones anticipadas llevaran a la derecha al gobierno.

El de Costa (hoy 62 años) es el caso más cercano de una dimisión precipitada por un caso judicial que además se está desvaneciendo, pero otros le han acompañado en los últimos meses por el acoso sufrido. El caso de Nueva Zelanda es el más sangrante.

Mujeres en política Nueva Zelanda
Jacinda Ardern, en una imagen de archivo de enero de 2023. Kerry Marshall (Getty)

La laborista Jacinda Ardern, primera ministra de este país, que alcanzó elevadas tasas de popularidad y proyección internacional, renunció en enero de 2023 con un discurso al borde de las lágrimas en el que confesó que ya no tenía energía para seguir luchando en política. La laborista tenía 42 años cuando vio el fin de su carrera, después de cinco años y medio al frente del gobierno, en medio de unos ataques misóginos que añadieron presión a la propia de la pandemia y los problemas económicos que se sucedieron. Por mencionar un ejemplo, un economista llegó a espetarle: “Demuestra que eres más que una barra de labios en un cerdo”. Como aseguró su predecesora, Helen Clark, “en estos tiempos de redes, clickbait y ciclos informativos de 24/7, Jacinda ha afrontado un nivel de odio y veneno sin precedentes en este país”. El conservador Christopher Luxon gobierna hoy en Nueva Zelanda.

En Finlandia, la entonces primera ministra socialdemócrata, Sanna Marin, de 39 años, se tuvo que someter en 2023 a una investigación y el escrutinio público tras divulgarse un vídeo en el que bailaba en una fiesta. También en 2023 dimitió la nacionalista Nicola Sturgeon, con 52 años, quien llevaba al frente del Gobierno escocés desde 2014. “Soy un ser humano, además de una política”, aseguró emocionada al irse, acosada después de una polémica ley trans que vivió su punto álgido cuando un violador fue llevado (unas horas) a una cárcel de mujeres tras cambiar de género. Una investigación judicial sobre las finanzas de su partido, el SNP, ha alcanzado a su marido y a ella la ha llevado a declarar, bajo arresto, durante más de siete horas. El caso sigue en curso. El sucesor de Sturgeon ha sido otro miembro de su partido, que mantiene el pulso con Londres por la ley trans.

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Sanna Marin, en abril de 2023.
Sanna Marin, en abril de 2023. KALLE PARKKINEN (AFP)

En España, varios políticos de última generación también han caído tras brillar intensamente, quemados por el acoso y/o las divisiones internas. Aparte de la marcha de Albert Rivera (44 años) del liderazgo de Ciudadanos tras un derrumbe electoral y de Pablo Casado (43 años) por la rebelión de los barones del PP tras el desafío que planteó a Isabel Díaz Ayuso, la liquidación súbita de Mónica Oltra (54 años), Alberto Garzón (38 años) y Pablo Iglesias (45 años) nos habla de la fugacidad y quemazón que hoy impone la política. Iglesias y su pareja, Irene Montero, exministra y exdiputada de Podemos, han sufrido en sus carnes un acoso judicial continuo, con causas que han quedado en nada, y callejero, en su casa o su lugar de vacaciones.

Los entonces líderes de Unidas Podemos, Pablo Iglesias e Irene Montero, en el Congreso, en agosto de 2020.
Los entonces líderes de Unidas Podemos, Pablo Iglesias e Irene Montero, en el Congreso, en agosto de 2020.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

“Entiendo perfectamente a Sánchez”

Garzón, que fue líder de Izquierda Unida durante 11 años recuerda el momento más grave de acoso ultraderechista, en 2018, cuando paseaba junto a su esposa, que estaba a pocos días de dar a luz, y un hombre les atacó. “Aquello quedó en un susto, pero estuvo cerca de ser complicado, una mala caída habría sido desastrosa”, recuerda ahora Garzón. “En el juicio ese hombre dijo que, ante la invasión del país que creía que se vivía en Ceuta y Melilla, sintió al verme que tenía la necesidad patriótica de hacer algo”.

Garzón asegura que vive la fase más feliz de los últimos 12 años y que no volverá jamás a la política. Pero analiza con enorme preocupación lo que está ocurriendo: “Hay una derecha que no ha aceptado que no gobierna y ha iniciado un proceso muy peligroso, que es la deshumanización del adversario. Con ello está diciendo que vale todo y ese discurso se extiende por todas las instituciones: el poder judicial, la policía, los medios; la gente empieza a traspasar todas las líneas porque vale todo. Los discursos políticos no son inocuos”.

“La gente cree que la política es un Juego de tronos entretenido, pura ciencia ficción… pero la realidad es que es muy sufrido a nivel personal. No quiero esa vida de puñaladas”, mantiene. Garzón ha retomado su tesis y recientemente renunció a un trabajo en una consultora tras la ola de críticas que suscitó su fichaje. La política siempre ha sido dura, pero la aceleración de los tiempos, la hipermodernidad que define Gilles Lipovetsky ―sostiene Garzón— “nos somete a una dictadura de lo instantáneo que provoca mayor desgaste”. “Entiendo perfectamente a Sánchez”, concluye.

Desde un ámbito ideológico opuesto, José María Lassalle, que abandonó la política tras unos años en el gobierno del PP, reflexiona en la misma línea: “Vivir sometidos al tiempo real del capitalismo cognitivo hace que todo se consuma a su velocidad: el instante. Eso hace que la política y las personas que la hacen posible se agoten como si fuesen simples datos. Cuando nada carece de sentido y todo se agota en la imagen misma de sí mismo, nada puede ser perdurable”, asegura.

Irene Lozano, autora de un ensayo muy crítico con el papel de las redes en democracia (Son molinos, no gigantes, Península) y ella misma exdiputada de UPyD y del PSOE, recuerda el caso de Barack Obama, que tuvo que acabar enseñando su propia acta de nacimiento ante los bulos que señalaban que nació en Kenia y no en EEUU. Y menciona dos factores claves: unos medios “cada vez más volcados en el entretenimiento y el espectáculo, y que requieren una tensión y un dramatismo creciente”; y una forma de hacer política cada vez más agresiva. “La política tiene elementos de confrontación, pero también de colaboración, necesaria para sacar adelante reformas que afectan a distintas generaciones y ámbitos”, asegura Lozano. Y eso no se está dando.

Lozano apunta que las víctimas suelen estar a la izquierda porque es la extrema derecha quien suele organizar las estrategias. Y cree que esto pone a la derecha moderada ante una responsabilidad clave para confrontarla. Pero en EEUU es el propio Partido Republicano quien se ha hecho de extrema derecha en una deriva de los últimos 20 años y en España “una parte muy importante del PP está escogiendo eso: la deslegitimación. A la parte moderada que debería plantar cara no se la oye”, mantiene Lozano. “Y la clave está en que esta se niegue”.

En consecuencia “sí, hoy es necesario ser un superhombre o supermujer. El compromiso cívico no es suficiente, ya es implanteable que un independiente se una a una formación para aportar algo porque las sospechas sin fundamento desaniman a cualquiera. Hay que ser de acero para que no te afecte”, añade Lozano.

La politóloga Cristina Monge también cree que el fenómeno es más acusado contra políticos de izquierda, “que cuentan con un electorado más exigente, que deben evitar entrar en la dinámica de la crispación continua porque pueden ser penalizados, pero al mismo tiempo sufren las descalificaciones y los bulos de estas estrategias de acoso, mientras los sectores conservadores toleran mejor comportamientos más virulentos, exabruptos, descalificaciones y estrategias de tensión”.

Lassalle no cree que haya más víctimas a la izquierda. La esposa de Macron, por ejemplo, ha sido objeto de campañas brutales que han llegado a atribuirle una condición de transexual, como ocurrió también con la esposa de Sánchez, Begoña Gómez. Dirigentes del PP sufrieron en sus domicilios escraches en el pasado, como la entonces vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría o Cristina Cifuentes cuando era delegada del Gobierno en Madrid. Estos días es objetivo el presidente canario, Fernando Clavijo (CC), con protestas ante su casa. “La clave es la exposición y la visibilidad”, asegura Lassalle, expolítico del PP.

Una de las mayores víctimas en España de acoso ha sido Irene Montero, exministra de Podemos, que ha optado por resistir y que aspira a convertirse en eurodiputada en las elecciones de junio. “La política es precisamente la herramienta para cambiar las cosas injustas. Siempre merece la pena hacer política. La pregunta es cómo conseguimos que los que mandan sin presentarse a las elecciones desde el poder judicial o empresarial no ganen el pulso a la democracia. Aunque la violencia política y el lawfare [judicialización política] ataca a personas concretas, el objetivo es colectivo, que la gente no quiera hacer política, que piense que no merece la pena, que piensen que te van a machacar y destrozar”, asegura. “Lo que hay que hacer es convertir esto en solidaridad”, concluye.

Mónica Oltra dimitió en 2022 como vicepresidenta de la Comunidad Valenciana por Compromís cuando fue imputada por supuesto encubrimiento del caso de abuso de su exmarido a una menor tutelada, un asunto que ha quedado en nada. Ella ha optado por el silencio que guarda desde hace dos años, pero su amigo y jefe de gabinete, Miquel Rea, recuerda estos días sus palabras premonitorias de junio de 2022, pronunciadas entre lágrimas: “Nos están fulminando uno a uno con denuncias falsas. Y el día que ustedes quieran reaccionar, también les habrán fulminado a ustedes”.

Mónica Oltra, en la rueda de prensa donde anunció su dimisión en el año 2022
Mónica Oltra, en la rueda de prensa donde anunció su dimisión en el año 2022 Ana Escobar (EFE)

Monge asegura que muchos políticos necesitan ayuda psicológica y terapia al terminar sus mandatos. Pagan una alta factura en estabilidad emocional. “No es solo por la crispación, sino porque hoy ostentar un cargo te convierte automáticamente en chivo expiatorio de cualquier problema. La gente vuelca en ellos su ira y su frustración y se vuelven blanco de insultos y exabruptos. Máxime, si desde las instituciones se fomentan ironías como el ‘me gusta la fruta”, asegura Monge, en referencia al “hijo de puta” que Díaz Ayuso pronunció en el Congreso de los Diputados contra Sánchez y que luego disfrazó de esa manera. El filósofo Daniel Innerarity cree que no comprendemos bien el alto precio que pagan los políticos y señala la degradación del espacio público en el que se ejerce la monitorización y la crítica. “Los valores que forman parte de la naturaleza de la democracia han podido dejar de ser procedimientos de control y se han convertido en instrumentos para la confrontación”.

El también filósofo Txetxu Ausín defiende las esencias que deben caracterizar la política: el disenso, la discrepancia, la pluralidad de perspectivas, las opciones, la deliberación y la discusión entre proyectos. “Esto exige una suerte de virtudes deliberativas, de ethos para el debate público que incluyen el reconocimiento recíproco; magnanimidad frente a los discrepantes sobre la idea de que se puede aprender de los otros; tolerancia; integridad cívica frente a una visión meramente estratégica de la política; en resumen, la definición de democracia que hace Stuart Mill como el gobierno a través de la discusión pública”. Bellas palabras las de Ausín que chocan con unos tiempos en que “se ha abandonado completamente esta concepción y prevalece la emocionalidad y los ataques personales y familiares agresivos, multiplicados por las redes”. El resultado: “La política se ha hecho invivible y aleja de la res publica talento y capacidad de personas que podrían aportar muchísimo valor a la gestión de lo público. Es urgente reclamar este ethos deliberativo pues es mucho lo que nos jugamos”, concluye. Y amén.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.
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