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Un ayuntamiento francés certificó que el espía Francisco Paesa murió en mayo

Su hija, Sylvia, enfermera de 60 años, declaró al consistorio de Bois-Colombes, junto a París, el deceso del testaferro de Luis Roldán, el 3 de mayo, a los 87 años, en una dirección coincidente con la de un hospital

El espía Paesa muere por segunda vez: esta vez de verdad y en París
Francisco Paesa, en las inmediaciones de la Audiencia Nacional en diciembre de 1991.Ricardo gutiérrez

Francisco Paesa Sánchez, el mítico espía de la transición española, no logra despojarse de la leyenda que le ha acompañado durante su turbio y agitado pasado. El Ayuntamiento de Bois-Colombes, un municipio de unos 30.000 habitantes a las afueras de París, certificó el pasado 4 de mayo que Paesa había fallecido un día antes, el 3 de mayo, a las 18.30, en una dirección de la calle Renouillers en la localidad vecina de Colombes, que coincide con la de un hospital, según consta en el certificado de defunción sellado y firmado por la funcionaria Hélène Baccarini y al que ha tenido acceso EL PAÍS. ElDiario.es adelantó en la noche de este lunes la noticia de la muerte de Paesa.

El certificado de defunción se expidió bajo la declaración de Sylvia Paesa, de 60 años, enfermera de profesión, hija del primer matrimonio del espía con Françoise Dubois, una mujer francesa a la que Paesa conoció en Madrid y de la que se divorció a los pocos años de casarse. Dubois, perteneciente a una familia acomodada, recaló en la capital española en los años sesenta, abrió una galería de arte y se enamoró del joven galán que ya vestía americanas cruzadas, trajes de raya diplomática y veía los toros desde una barrera en la plaza de toros de Las Ventas. Tuvieron a Sylvia, el matrimonio duró muy poco y la relación con ambas se rompió durante décadas. A la luz de este documento municipal, parece que padre e hija se reencontraron.

Sylvia, residente cerca de Suiza, país donde ejerce como jefa de una unidad de reanimación hospitalaria, señala en el documento una dirección del domicilio de Paesa, de 87 años, y la del lugar de defunción, dirección que coincide con la del Hospital Louis-Mourier, y que distan entre sí unos tres kilómetros y medio. El acta no menciona la causa de la muerte. Este periódico no ha podido confirmar si el ex agente secreto fue enterrado o incinerado. Preguntado por teléfono este martes, un trabajador del cementerio del municipio ha negado que los restos descansen en el lugar.

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Auge y caída

Después de caminar durante casi toda su vida por el filo de una navaja, Paesa ha pasado los últimos años sentado en una silla de ruedas en su casa a las afueras de París, alejado de sus negocios de intermediación y vidriosas actividades detectivescas y financieras. El hombre que se paseaba por las calles y cafés de la capital francesa, tocado con un sombrero, encorbatado, embutido en sus inseparables gabardinas, sosteniendo sus gafas de concha y fumando un cigarrillo Chester, estaba enfermo desde hace más de una década. Los pocos que le trataron en esta última etapa aseguran que ya era incapaz de simular de nuevo su propia muerte, un papel en el que era un maestro.

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En julio de 1998 encargó a su hermana María, exjefa de la biblioteca del Congreso de los Diputados, que contratara una esquela en EL PAÍS donde se aseguraba que había sido incinerado en Tailandia y se anunciaban el canto de misas gregorianas por su alma en un monasterio de Burgos. Una de las tretas más recordadas de este magnífico actor que de esta forma pretendía escapar de la citación de un juzgado español y al que, según los que le conocen bien, no conviene minusvalorar por su avanzada edad. De momento, este periódico no ha conseguido ningún testimonio que acredite su defunción, más allá del estrecho y reducido círculo de su familia —su hermana María y sus sobrinos Beatriz y Alfonso—; todos fieles colaboradores de sus negocios y representaciones.

Tras su matrimonio con Dubois, el joven de la madrileña calle Eguiluz, junto a la glorieta de Bilbao, hijo de un funcionario de Correos y de una ama de casa, se casó a los 34 años con Ratna Dewi, la viuda del presidente de Indonesia Achmed Sukarno. Anunció su enlace con una fiesta de flamenco y fuegos artificiales en Gland, un discreto pueblo suizo de unos 6.000 habitantes adonde llegaron en caravana los Rolls Royce de decenas de invitados. Las revistas ¡Hola! y Semana cubrieron el evento del “exitoso empresario español”. El matrimonio duró lo que tardó Ratna en descubrir quién era Paco Paesa.

Espía para todo

Paesa lo hizo casi todo: desde vender armas en el mercado negro belga a ETA que terminaron en un zulo de Sokoa (Francia) y facilitaron el hallazgo del mayor arsenal de la organización terrorista; a esconder el botín suizo de 10 millones de euros de Luis Roldán, exdirector de la Guardia Civil, facilitar su fuga y entregarlo mediante engaños al ministerio del Interior que dirigía Juan Alberto Belloch. Un servicio por el que cobró 1,8 millones que durante días estuvieron en una bolsa de viaje en el domicilio de su hermana en la madrileña calle de Romero Robledo.

El Zorro, clave que utilizaba en sus cuentas suizas, tuvo múltiples identidades, trabajó para el dictador Francisco Macías en Guinea Ecuatorial, fundó el Banco Nacional Guineano, una estafa monumental; levantó el Alpha Bank en Ginebra, un chiringuito donde decenas de defraudadores españoles escondían su dinero; y sirvió en los asuntos más sucios e inconfesables a distintos gobiernos europeos. “Él es Francia. Él protege a Francia”, aseguraba a este diario Alexander Lébedev, un empresario ruso que compró los periódicos The Independent y Evening Standard, al que el espía estafó 10 millones ofreciéndole una licencia de un banco offshore en Bahréin, reino de 33 islas en el Golfo Pérsico, que nunca llegó. “Le persigo por mi honor, no por mi dinero. Es la única persona que en toda mi vida ha conseguido engañarme”, se lamentaba. Lébedev, un enemigo difícil al que la revista Forbes atribuyó una fortuna de 2.000 millones, impulsó sin éxito en 2012 una causa contra Paesa en Luxemburgo para recuperar su dinero y su autoestima. El exespía tenía entonces 75 años y se presentó como ciudadano argentino y experto en finanzas. Este es uno de sus últimos “trabajos” que trascendió a la opinión pública.


Esquela de la muerte de Paesa, publicada por su hermana María en1998 en EL PAÍS.

Apagafuegos en el caso GAL

El charco más sucio por el que caminó sin pudor fue el que le condujo en los años ochenta hasta las novias de José Amedo y Michel Domínguez, los policías que durante los gobiernos de Felipe González dirigieron los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) y protagonizaron numerosos asesinatos de etarras en el sur de Francia. Paesa hizo de intermediario del Ministerio del Interior, se entrevistó con ellas en la puerta del hotel Wellington en Madrid y les pidió que cambiasen su declaración judicial.

De todos estos charcos, El Zorro salió siempre limpio. Igual de impoluto que sus americanas cruzadas de seis botones dorados, anchas solapas y pañuelo de paramecios a juego. Nadie se explica cómo este tipo aventurero y habilidoso escapó siempre de las garras de la justicia. Tampoco lo entendió Antonio Asunción, el exministro del Interior que cesó en 1994 tras la fuga de Roldán. “Yo he declarado en muchos juzgados por cosas menores. Y este señor no ha pisado un juzgado. Tiene un trato de protección muy extraño”, se quejaba.

Las falsas muertes, los médicos y las enfermedades fueron en ocasiones un atajo fácil para Paesa, siempre acorralado, pero siempre vivo. Durante el juicio de Roldán, en el que el exdirector de la Guardia Civil fue condenado a 31 años de prisión, las partes le llamaron a declarar, pero logró escabullirse una vez más. Remitió desde Nueva York un fax en el que afirmaba que no era residente en España desde 1968 y que le era “imposible” acudir a testificar por “estar en permanente observación médico-clínica”. Después, el tribunal recibió un certificado médico del hospital Americano de París, en Neuilly, en el que un doctor aseguraba que Paesa se encontraba “grave y con riesgo de suicidio” ingresado en la clínica Ville de Bouzin. Ese mismo día EL PAÍS comprobó que no estaba ingresado en ese centro.

Su última huella policial quedó marcada en octubre de 2012 en Sierra Leona (África). Fue detenido junto a su sobrino Alfonso —como Beatriz, fiel discípulo de sus hazañas— cuando aterrizaba sin permiso en el aeropuerto de Freetown en una avioneta senegalesa sin asientos. Los funcionarios pensaron que llevaban drogas. Estuvo tranquilo y sosegado hasta que fueron puestos en libertad porque no tenía ninguna causa pendiente. Explicó que viajaban para visitar a un cliente. El informe llegó hasta la sede del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) en Madrid. Tenía 75 años y todavía no había perdido su estilo.

En septiembre de 2016, el huidizo Paesa dio una entrevista a la edición española de la revista Vanity Fair coincidiendo con el estreno de la película El hombre de las mil caras, inspirada en su figura y su relación con Roldán; y en la que ironizaba sobre la falsa declaración de su muerte y que le valió a Eduard Fernández, actor que encarnaba al espía, la Concha de Plata en el Festival de Cine de San Sebastián. “No es que me viniese mejor, es que me daba igual. Ah, ¿que estoy muerto? Bueno, pues estoy muerto, ¿y qué?”. En la entrevista narraba su versión del incidente de Tailandia, donde aseguraba que había viajado en una misión antiterrorista encargada por el Gobierno de Argentina. Tras caer herido, relataba que lo subieron en una ambulancia y luego a un barco. “Y ahí desaparecí. Yo no supe nunca en qué barco estaba. Jamás me lo han dicho. Estuve casi seis meses en coma y sin conocimiento”.

Francisco Paesa rompió casi todos sus lazos con España hace muchos años. No asistió al entierro de su madre y su fiel secretaria María, que se ocupaba de su casa, ni al de su abogado, el catedrático de Derecho Penal Manuel Cobo del Rosal. Tampoco le quedaban amigos.

El certificado de su defunción expedido por el Ayuntamiento de Bois-Colombes abre una nueva página en su enigmática historia.

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