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Los vagabundos del Estrecho: migrantes sin techo, sin papeles, invisibles, frustrados...

La situación irregular condena a muchas de estas personas a vivir en la calle como una población flotante invisible expuesta a adicciones, enfermedades mentales y radicalismos

Usuarios lavándose los dientes después de la cena en el Centro nocturno Humanos con recursos para personas sin hogar que atienden más de dos tercios de migrantes en la ciudad de Algeciras.
Usuarios lavándose los dientes después de la cena en el Centro nocturno Humanos con recursos para personas sin hogar que atienden más de dos tercios de migrantes en la ciudad de Algeciras.Marcos Moreno
Jesús A. Cañas

Ayoub dice que quiere contar su historia “sinceramente” y la advertencia suena casi a expiación. Tiene las manos heladas de haber pasado el día deambulando por las calles de Algeciras, pero se explaya mientras aprovecha la espera para entrar en calor con una ducha en el centro nocturno de Humanos con recursos, donde pasará la noche con otras 17 personas sin hogar. Nació en Castillejos (Marruecos) hace 20 años, emigró solo a Ceuta con tan solo ocho años y, en ese corto lapso vital, ya le ha dado tiempo a bajar al infierno de la delincuencia y las drogas varias veces. “He tenido muchas oportunidades, quizás es que no me educaron bien”, reconoce como resumen a una trayectoria marcada por los centros de menores, un grave accidente en los bajos del camión en el que cruzó a la Península y una condena por robo cuando aún era un adolescente. Así que si pudiese hablar con su yo del pasado, sabe bien lo que le diría: “Si lo hubiera sabido, me habría quedado en casa. Me engañaron con que en España lo tenía todo”.

El joven Ayoub se mueve en el ambiente de los invisibles de Algeciras, ese paisaje de las personas sin hogar que puebla las calles de todas las ciudades españolas. Allí coincidía con Yassine Kanjaa, el supuesto asesino del sacristán de La Palma investigado por yihadismo. “Le veía subir y bajar, intentar entrar a las mezquitas. No estaba bien”, explica el extutelado. Ayoub, como sintecho, y Yassine, como okupa en una paupérrima y destartalada casa en la calle Ruiz Tagle, son solo dos de las personas migrantes que, sin papeles de residencia, han acabado condenadas a formar parte de una indeterminada población flotante que se mueve excluida al margen de la sociedad y expuesta a adicciones, enfermedades mentales y radicalismos. “La indocumentación lleva a la economía sumergida, a la desesperanza, al desarraigo, a la frustración y eso es caldo de cultivo de extremismos. El inmigrante sin papeles no existe socialmente. Ahora hablamos de seguridad, pero en el caso de Yassim, ¿dónde estaban los servicios sociales?”, se pregunta Michel Bustillo, coordinador de Voluntarios por otro mundo, una asociación que ayuda a extutelados migrantes en Jerez de la Frontera.

Ayoub duchándose en el Centro nocturno 'Humanos con recursos', este pasado viernes en Algeciras.
Ayoub duchándose en el Centro nocturno 'Humanos con recursos', este pasado viernes en Algeciras. Marcos Moreno

Bustillo ha seguido de cerca lo ocurrido en Algeciras porque le recuerda mucho a lo que le tocó vivir con uno de sus chicos hace casi un año, cuando tuvo que ir a recogerle a Moguer —donde trabajaba en la campaña de la fresa—, después de que el joven comenzase a manifestar episodios de agresividad en los que invocaba a Alá y hablaba de la guerra a los infieles. “Tuvieron que ingresarlo en la zona psiquiátrica del Hospital de Jerez”, resume el activista. Tras 15 días de hospitalización, el marroquí de 21 años salió con una medicación y un diagnóstico: esquizofrenia. “Acabó en Nador con su madre para seguir el tratamiento”, añade el voluntario. Pero cuando no hay papeles, ni hogar, ni red de ayuda, todo se vuelve aún más complejo.

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El activista jerezano colaboró durante más de dos años con un equipo de la Universidad de Málaga en el estudio Factores psicosociales de la radicalización y el extremismo de los jóvenes inmigrantes. El estudio llegó a la conclusión de que la falta de inclusión social provocaba en los migrantes problemas de hostilidad con la identidad colectiva, frustración, deshumanización de un otro y glorificación de la acción violenta, según algunas de las conclusiones que resalta el propio Bustillo. Mohamed —uno de los compañeros de piso de Kanjaa que pide nombre ficticio— ha pasado “la mitad” de sus 28 años de vida en las calles de San Sebastián, Valencia o Murcia, antes de recalar en Algeciras, donde por fin consiguió trabajo y la residencia legal permanente. En ese periplo, ha visto a muchos amigos caer en ese pozo de pensamientos negativos del que él dice que escapó: “Estaban bien de la mente, pero de estar en la calle, de fumar y de lo que vieron algo cambió en ellos para siempre”.

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Manuela Rivero, coordinadora psicóloga del centro de Humanos de Algeciras, está acostumbrada a atender casos de personas sin hogar con patologías duales de problemas mentales y drogadicción. Los ha visto en algunas de las 507 personas que ya llevan atendidas desde que abrió el recurso en marzo de 2021 —financiado con ayudas europeas, primero, y con subvención municipal, ahora— para suplir parcialmente la histórica ausencia de albergue municipal que sufre Algeciras. Dos tercios de los usuarios atendidos en ese periodo eran extranjeros y ahí es donde el equipo de psicólogos y trabajadores sociales encuentra más escollos en la atención. “Muchos de los nacionales tienen alguna ayuda, como rentas de inserción o ingreso mínimo vital, pero los migrantes no pueden tener nada. El desamparo empieza desde que suben en la patera. Llegan al centro frustrados y presionados porque se sienten responsables de enviar dinero para sostener a su gente”, relata la profesional.

Sofian, en el centro de la imagen, cena en el Centro nocturno Humanos con recursos para personas sin hogar de Algeciras.
Sofian, en el centro de la imagen, cena en el Centro nocturno Humanos con recursos para personas sin hogar de Algeciras. Marcos Moreno

Sofian, de 24 años, sueña con conseguir “alguna herramienta para trabajar” y enviar dinero a casa, según explica en árabe marroquí con la ayuda de traducción Said, de 62 años. Los dos van a dormir al centro de Humanos desde hace meses. El joven llegó con graves problemas de adicción que ya dejó atrás y ahora emplea las mañanas en intentar aprender castellano. El mayor se decidió a cruzar a la Península en el verano de 2021, después de echar toda la vida como trabajador transfronterizo en Ceuta y quedarse atrapado en la ciudad con el cierre de la frontera por la pandemia. “Quise probar suerte. Solo quiero encontrar trabajo, pero ahora este [por el supuesto asesino] ha manchado el nombre de los marroquíes. Tengo miedo de que la policía me coja por la calle y me lleven a Marruecos. Allí no tengo a nadie”, tercia Said con agobio.

La vida para un migrante sin casa, en situación irregular y sin trabajo en Algeciras, se mueve entre las zonas más cercanas al puerto y la propia infraestructura, donde los que no tienen ni un recurso como okupas duermen por las madrugadas en la terminal de pasajeros. Ayoub ha pasado noches en un chalé abandonado y en la playa, pero frecuenta el centro de Humanos desde hace 15 días. Allí puede merendar, cambiarse con ropa limpia, cenar y descansar. Toda su esperanza cabe en un pequeño monedero rojo con decoración turca: su DNI marroquí, la tarjeta del banco donde su madre le ingresa algo de dinero cuando puede, el permiso de residencia español y su vida laboral, por si la búsqueda diaria de trabajo diese frutos. “Yo lo único que quiero es organizar mi vida, tener un techo y prosperar”, avanza el joven esperanzado, justo antes de pasar a darse una ducha caliente. Es viernes y es noche de perritos calientes. En el largo trecho que va de la realidad al deseo, esta noche fría de enero, Ayoub, al menos, tiene techo y comida. Y eso ya es mucho para un invisible del Estrecho.

Los papeles como diferencia

Más de dos tercios de los usuarios del centro nocturno 'Humanos con recursos' de Algeciras para personas sin hogar son migrantes
Más de dos tercios de los usuarios del centro nocturno 'Humanos con recursos' de Algeciras para personas sin hogar son migrantesMarcos Moreno
J. A. Cañas

En el centro de Humanos con recursos en Algeciras no solo dan techo y calor en la noche. Manuela Rivero emplea buena parte de la tarde y las mañana en ayudar a los usuarios del centro en lo posible en sus trámites administrativos o médicos. En ese objetivo, los migrantes marroquíes que han llegado a España de adultos parten con desventaja. Sin permiso de residencia, no pueden optar a un trabajo legal, y sin un empadronamiento tampoco pueden conseguir los trámites para la residencia. “No tienen nada”, resume Rivero. De ahí que el activista Michel Bustillo se queje del vacío asistencial que impidió que alguien detectase el camino de supuestos problemas mentales y radicalidad en el que se había internado Kanjaa: “Todos tendríamos que hacer lectura de la invisibilidad de Yassine, ¿qué ha pasado? Quizás los servicios sociales tendrían que haber salido de sus despachos. Estamos ante el reflejo de las carencias sociales de la Administración”.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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