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Maneras de vivir
Columna
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Una, dos y tres, al escondite inglés

Sí, la muerte es nuestra gemela entre las sombras, y por eso nos impactan tanto las catástrofes que se originan en lo cotidiano

eps 2477 columna Rosa Montero
naisupakit / iStockphoto / Getty
Rosa Montero

El otro día volé a Bilbao para participar en el precioso festival Gutzun Zuria. Estábamos llegando al destino cuando el comandante nos avisó por megafonía de que las condiciones meteorológicas eran malas, con lluvia y mucho viento. Pocos minutos después, las azafatas repasaron la cabina con casi se diría que un excesivo afán, para verificar que todos estuviéramos bien atados. A continuación una nueva voz dijo: “Les recomendamos que lean las instrucciones de emergencia situadas en el bolsillo del asiento delantero. Les recordamos que si es necesario evacuar el avión deben dejar en cabina todas sus pertenencias”. Dos consecuencias malas de pasarse la vida volando de acá para allá, como yo hago, son que, primero, vas tentando a la suerte estadísticamente, o sea, que cuantos más viajes hagas, más posibilidades de esnafrarte, y, segundo, que conoces bien las rutinas aéreas y, aunque ese mensaje u otro parecido te lo suelen soltar en una grabación convencional, al escucharlo de viva voz mientras el aparato comenzaba a menearse de lo lindo era imposible no percibir, o quizá imaginar, cierta tensión añadida.

Así que me dije: cáspita, lo mismo la palmamos. Así de tontamente. Camino de un festival y en la mitad del día. No era tampoco la primera vez que pensaba algo parecido; la muerte es la compañera discreta de la vida, alguien que te sigue calladamente a las espaldas pero que cada vez se acerca más, como en ese juego del escondite inglés, que cuando vuelves la cabeza ves a la muerte ahí, muy quieta, muy inocente, pero un minuto después, al mirar de nuevo, ha avanzado dos metros, y en una de esas, mientras estás distraído contando, la maldita muerte habrá llegado junto a ti sobre sus silenciosos pies de fieltro y te estará agarrando del cogote. Sí, la muerte es nuestra gemela entre las sombras, y por eso nos impactan tanto las catástrofes que se originan en lo cotidiano, como el horror del incendio de Valencia. Porque nos recuerdan que, en la falsa seguridad de nuestras existencias, siempre puede irrumpir la noche más feroz.

Total, que coloqué todos los bultos debajo del asiento delantero, porque estaba en el pasillo y no quería que dificultaran la huida de los compañeros de fila. Y, mientras el avión se zarandeaba, me puse a mirar alrededor. La gente callaba, muchos se agarraban al respaldo y supongo que cada cual jugaría al escondite inglés a su manera. A mi lado, al otro lado del pasillo, una muchacha de unos 18 años seguía impertérrita viendo una película en el móvil. Feliz edad ésa, en la que la muerte siempre es la de los otros, en la que es imposible pensar que pueda tocarte. Tan inmortal como una superheroína de Marvel, era la chica. Entonces me dije: estupendo, si no nos matamos, puedo escribir mi próximo artículo de EL PAÍS sobre todo esto. Que es el texto que ahora estoy tecleando. Y esa idea me puso bastante contenta. Si nos estrellábamos, se acabaron los problemas, y si no, pues mira qué bien, ya tenía tema para la próxima semana. Así que empecé a escribir mentalmente estas páginas, que es algo que hacemos los escritores muy a menudo, escribir dentro de la cabeza, y me lo pasé tan ricamente hasta que aterrizamos con admirable pericia por parte del piloto.

Creo que este tipo de cabeza llena de ecos no la tenemos solo los que nos dedicamos a cosas creativas, y desde luego no es algo que te haga necesariamente un buen artista. Además, tener una mente así también se paga; en ansiedades, en angustias, en ataques de pánico como yo he tenido. Pero, por otro lado, ¡acompaña tanto! En Gutzun Zuria compartí acto con la brillante novelista y periodista Gemma Ruiz. No sé cómo salió el tema de las mentes desbridadas, y yo le dije que a mí se me ocurrían todo el rato imágenes absurdas; que, por ejemplo, si estoy esperando un ascensor, justo antes de que se abran las puertas veo un muerto enroscado en el suelo sobre un charco de sangre. Parte de la audiencia exclamó con sorpresa y hasta a Gemma pareció chocarle un poco. Pero, cuando más tarde lo comenté con mi amiga y genial novelista Claudia Piñeiro, ella comentó con total naturalidad y certidumbre: “¡Pero claro! ¿Cómo no vas a imaginar que hay un cadáver en el ascensor justo antes de que se abran las puertas?”. Los enanos tenemos un sexto sentido que nos permite reconocernos a simple vista, como decía Monterroso. Qué suerte poder seguir jugando a estos juegos tan grandes mientras la hermana muerte se acerca saltito a saltito a nuestro cogote.

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