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Maneras de vivir
Columna
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Tiempos interesantes

Nos estamos planteando por primera vez en nuestra historia la idea de que somos capaces de acabar con la humanidad

El satélite artificial 'Sputnik I'.
El satélite artificial 'Sputnik I'.
Rosa Montero

Muchas veces he pensado en lo afortunada que soy al vivir en la época en la que vivo. Esto, por otra parte, es lo normal; hay una tendencia natural a sentirnos bien con lo que somos, y eso es positivo, porque favorece nuestro equilibrio psicológico. Pero mi fascinación por nuestra época quizá sea especialmente vehemente. Ya he contado alguna vez que uno de mis primeros y más poderosos recuerdos fue cuando, con seis años, me encontraba una noche de frío invierno en la avenida madrileña en la que vivía, agarrada de las manos de mis padres y mirando al cielo. Estar tan de noche en la calle ya era singular, pero es que además yo llevaba un año enferma y normalmente no salía de casa. Así que aquella velada era extraordinaria. A nuestro alrededor, para más extrañeza, había un montón de gente, todos quietos de pie y con los ojos clavados en el firmamento. Y, tras cierta espera, allí apareció una estrellita luminosa que caminaba deprisa por encima de nuestras cabezas, dibujando un arco en la negrura. Era el Spútnik ruso, el primer satélite que orbitó el planeta, el hito más importante de la carrera espacial, porque fue la primera vez que el ser humano consiguió salir del asfixiante útero de la gravedad terrestre.

Con esto quiero decir que desde muy pequeña he sido consciente de que mi vida estaba marcada por la maravilla. De que a mi generación le había tocado asistir a un progreso tecnológico extraordinario. Tan extraordinario, de hecho, que en aquel 1957 del Spútnik no podíamos ni imaginar adónde íbamos a llegar en las siguientes décadas. Siempre he sido amante de la ciencia ficción, y resulta que ahora estamos viviendo dentro de las novelas que leía en la adolescencia. O aún más allá. A veces pienso en ello y aún me pasmo.

“¡Ojalá vivas tiempos interesantes!”, reza una supuesta maldición china, aunque al parecer no es china en absoluto, sino el invento de algún escritor británico del siglo XIX en plena ola orientalista. En cualquier caso, y sea del origen que sea, el sentido es evidente: los tiempos agitados pueden traer mucho dolor y confusión. Y más interesantes y agitados que estos, imposible. Los avances científicos están consiguiendo cosas que parecen impensables. Como un material que otorga la invisibilidad a quien se oculte detrás (se llama Quantum Stealth y no funciona con electricidad, así que se puede usar en cualquier sitio); o una bacteria ya conocida, la Cupriavidus metallidurans, de la que unos investigadores de la Universidad de Míchigan acaban de descubrir que puede vivir en compuestos tóxicos auríferos y convertirlos en oro metálico puro de 24 quilates en pocos días. La Cupriavidus no es un producto tecnológico, pero sí lo es su observación, es decir, la manera en la que vamos desentrañando los ocultos intríngulis del universo. He escogido estos dos ejemplos, entre mil, por su conexión con lo legendario: son como la capa invisible de los cuentos de hadas o la piedra filosofal alquímica que muta en oro los metales básicos.

Pero estas cosas solo son menudencias. Hay avances infinitamente más importantes. Hace cinco años empecé a tomar notas sobre la inteligencia artificial para mi cuarta novela de Bruna Husky (una serie de libros de ciencia ficción), cuya trama tiene que ver con ese tema. Hace un año tuve que tirar todos los apuntes que tenía: la realidad los había sobrepasado. Los cambié por otros, y ahora escribo la novela mordida por la urgencia de lo que está sucediendo. Numerosos científicos piensan que alcanzaremos la inteligencia artificial general, es decir, comparable a la humana, en algún momento entre 2025 y 2031. Y de ahí, por crecimiento exponencial, a una velocidad vertiginosa que no podemos calcular (¿seis años, seis meses, seis segundos?), a la superinteligencia, es decir a algo muchísimo más inteligente que nosotros. A bastantes expertos esto les da miedo.

El neurocientífico Mariano Sigman me hizo una brillante observación el otro día: desde hace apenas algunas décadas, los seres humanos nos estamos planteando por primera vez en nuestra historia la idea de que somos capaces de acabar con la humanidad. Primero fue la energía nuclear, luego el calentamiento global, ahora la IA. Va todo tan deprisa. Sigo fascinada con los tiempos que me han tocado vivir, es más, estoy hipnotizada, turulata. Pero me empiezan a parecer un poco demasiado interesantes.

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